PSICOLOGíA › UN ESTUDIO PSICOANALITICO SOBRE LA
POSICION QUE CARACTERIZA A LAS PERSONAS FOBICAS

Acerca del que nunca atraviesa el umbral

Este ensayo empieza por diferenciar la posición propia de los fóbicos, distinguiéndola de la de los histéricos y la de los obsesivos; procura reconstruir qué dificultades se le han presentado al fóbico para constituirse como sujeto y trata de discernir en qué consiste ese particular estar “en el umbral”, que los afecta en muy diversos órdenes.

Por Raúl A. Yafar *

A menudo el fóbico en la clínica, y estoy pensando en un fóbico masculino, se ve rodeado de mujeres que desea con ardor, aunque él se comporte pasivamente respecto de ellas. En realidad, anhela febrilmente disfrutar de todas ellas, aunque vele sus anhelos. En cambio, en la histeria masculina, es muy frecuente encontrar el tema de la impotencia, de la negación del uso del instrumento fálico. Como dice François Perrier, la impotencia es el síntoma más característico de la histeria masculina, y además el histérico mantiene con las mujeres una especie de relación “homosexual” femenina, como si fueran “dos amigas”. No está rodeado de muchas mujeres en tanto que seres deseables, solamente tiene muchas amigas y la relación es de una a una. Es como una amiga muy confiable para cada una de sus amigas. Este es el histérico masculino.
Entonces, hay detalles que diferencian al fóbico del histérico.
En cuanto a las diferencias entre neurosis obsesiva y neurosis fóbica, es típico del obsesivo que, en el momento de poder satisfacerse con esa mujer a la que deseaba, ya no le interese tanto. El objeto cae cuando es pasible de provocar una satisfacción. Esto no ocurre en la fobia: el fóbico da muchas vueltas pero, el día que se anima con aquella que desea, los resultados son espectaculares. No cae el objeto, todo lo contrario, es tomado por una especie de entusiasmo sublime: ha logrado al fin acceder al objeto. Ha revivido. Se ha encendido. Esta es una típica diferencia entre un obsesivo y un fóbico.
Además el obsesivo, como sabemos, muchas veces tiene una actividad uniforme sobre la cual se concentra, rígidamente. En cambio es muy típico de la fobia tener una hiperactividad y una curiosidad intensas: el fóbico, emergiendo de su posición de inactividad, se pone “contrafóbico”, como solemos decir, y realiza una cantidad de actividades variadas, sin estar demasiado en ninguna de ellas, pero “toqueteando” todas –es lo mismo que le ocurre con las mujeres cuando se “activa” y deja de meramente espiarlas–.
Según una estadística personal que efectué sobre unos 50 pacientes, los fóbicos típicos eran unos quince, mientras que otros quince también lo eran pero con alguna peculiaridad neurótica adosada extra; es decir que, de esa cincuentena de analizantes, unos treinta podrían ubicarse en el terreno de la fobia. Había además unos diez obsesivos –siete hombres y tres mujeres– y siete neurosis histéricas –cuatro mujeres y tres hombres–. En esta miniestadística fruto de mi experiencia, que obviamente es distinta a la experiencia de otro, un sesenta por ciento de los analizantes tenía algo de la fobia en sus estructuraciones neuróticas en juego. El tema no es para desdeñar. Es muy importante discernir lo que implica la fobia en la clínica, y, en la experiencia de las supervisiones, los analistas encuentran muchas dificultades para diagnosticar la fobia y tienden a pensar siempre los casos como neurosis obsesiva o histeria, aplastando la tipicidad de la fobia y malogrando la dirección de las curas en cuestión.
¿Qué caracteriza la posición fóbica? La posición de la fobia muestra cierta pureza en cuanto a la inminencia de la constitución del sujeto; es una posición de umbral, como si el sujeto estuviera aplastado, como quien está petrificado o golpeado por la inminencia de la barradura en que el sujeto se constituye. (Por supuesto, esto sucede cuando estalla su aspecto fóbico; el mismo sujeto puede estar no-fóbico en otros momentos.)
Como está clavado en ese instante donde al sujeto le cae la barra del significante, atravesándolo, él se siente como un objeto pasivo, zarandeado, vaciado, ajeno a toda escenografía imaginaria, como desprovisto de cualquier forma posible de imaginar el mundo. Esta es la cuestión arquetípica de la fobia. Ese momento, ese instante de constitución del sujeto, ese tiempo se eterniza en la fobia; y no es para el yo un momento subjetivable, donde el yo pueda aprehender o apropiarse de lo que le está ocurriendo, de modo que podría decir, en primerapersona: “Yo-soy-este-sujeto-que-quiere-esto”. Permanece en el momento de vacilación anterior, antes de constituirse como el que podría decir, en primera persona del singular: “Yo...”.
Así, el proceso que hace al yo apropiarse de las pulsiones no termina de acontecer; queda detenido, eternizado en su primer instante de constitución. En términos freudianos, el Yo y el Ello debieran, digamos, caminar más o menos juntos para que alguien pueda decir “deseo esto”, es decir, aprehenderlo, apropiárselo como un movimiento personalizado. Bueno, esto es muy difícil para un fóbico. La efectuación de la pulsión, no recibe un registro claro. Por ejemplo, una analizante me hablaba de la sensación de ausencia que la acompañaba allí donde le “parecía”, es decir, donde colegía que estaba sintiendo algo: ¿dónde estoy?, se preguntaba.
El “dónde” es el adverbio típico de la fobia: “¿Dónde estoy cuando estoy fuera de mí porque me acomete una emoción, un sentimiento?: Siento que no estoy en ningún lado”. Ella suele sentir que su boca se abre y que salen palabras, pero eso es distinto a decir “yo hablo”; siente que se le caen lágrimas, pero eso es distinto a decir “yo lloro”. Es como si la pulsión fuese deambulando mientras el pobre yo asiste a ese movimiento, a esa moción pulsional, sin poder aprehenderla, sin poder tomarla y decir “yo soy” el sujeto de Ello.
En el umbral
Se podría decir que el cuerpo de ese sujeto no actúa, sino que “se comporta” mientras el Yo asiste a ese comportamiento. Hay una diferencia entre acto y comportamiento y, como veremos, esto tiene mucho que ver con la infancia. Los niños suelen comportarse, pero es difícil afirmar que actúen.
En la constitución del sujeto, una de las efectuaciones, la producida por el objeto causa del deseo, aquel que “empuja” a la barradura subjetiva, es la que Lacan, en el Seminario 11, llama mecanismo de la separación. Encontramos al fóbico aplastado allí mismo, en ese “instante eterno”, leve pero insoportable de atravesar, donde aún no sabe quién es ni puede decir en primera persona lo que quiere. Está ubicado en el momento puro de la alarma de la angustia, que no deja de sonar. La señal de angustia, en vez de ser un instante de alarma, permanece resonando.
El fóbico siempre está en el umbral, fuera de toda escena posible. No es que esté en una escena-afuera sino en el umbral, y esto se ve muy bien, en la clínica, por la cantidad de cosas que pasan con los fóbicos en los pasillos, al tocar el timbre, en la puerta, en el trayecto hasta el diván. Una vez que llegaron al diván y se acostaron, respiran aliviados. Pero desde que llegan, tocan el timbre, suben, uno los hace pasar, los saluda, recorren el pasillo, entran al consultorio y se acuestan, es una tortura, les pasa de todo.
Y les digo que todo lo importante pasa justamente allí, porque después, en el diván, pueden llegar a contar sueños y anécdotas, y asociar versátilmente, y a uno le parece que ¡qué bien anda este análisis! Pero lo que verdaderamente le está pasando al analizante, eso ocurrió en el pasillo. Y si uno, el analista, es medio fóbico, prefiere que llegue al diván de una vez; uno lo ve tan alocado a lo largo del pasillo que prefiere que llegue al diván, donde uno va a trabajar mucho más tranquilo. Pero en realidad lo que pasa a nivel de la transferencia, por donde pasa el verdadero resorte de la cura, eso pasa en el pasillo y en la puerta; en el umbral de la sesión.
Que él haya entrado, que se haya acostado y que como buen alumno –por algo es un fóbico– me cuente montones de sueños, eso no quiere decir que él esté ahí, no quiere decir que el fóbico esté donde está –y aquí se han planteado las temáticas del “falso self” y de la “sobreadaptación”–. Como un buen alumno, es decir, un buen analizante, trae siempre mucho material, pero eso no quiere decir que lo que dice, que lo que uno le diga, le “haga” algo. La infancia es el tiempo de las cesiones de los objetos: el destete, el control de esfínteres, el desprendimiento de los objetos de la pulsión parcial, de los lugares que constituyen las pulsiones como tales, y de la constitución de los fantasmas, que luego, con la metamorfosis de la pubertad, serán elevados al rango de fantasmas sexuados. La constitución del fantasma tiene dos momentos: un momento de cesión del objeto, de primera constitución edípica en la infancia, y un re-enchapado sexuador en la metamorfosis de la pubertad.
Como el fóbico está ubicado en el momento de la cesión del objeto, sin cederlo del todo, sin constituirse como sujeto, se podría decir que la infancia es el momento fóbico del sujeto, o que el fóbico es el que está ubicado en el seno de la infancia todo el tiempo, sin poder salir de esa indefinición ni alcanzar a sexuarse.
El yo del fóbico presenta cierta falta de nitidez de sus bordes. Así como el yo del obsesivo es un yo fortificado –Lacan lo describe como una especie de fortaleza– y el yo de la histérica es un yo evanescente que mediante los fenómenos de fácil sugestión cambia sin cesar; así como la paranoia tiene una especie de yo desatado –pues pareciera que el “otro yo” que está en el espejo saliese de su marco y, multiplicado, comenzase a perseguir al sujeto paranoico por todos lados–, yo digo que en la fobia hay un yo desenfocado.
Me parece que en los fóbicos el deseo materno, el deseo del Otro, suele ser, digamos, demasiado descarnado. Me parece que el tipo de deseo que clava al sujeto en el lugar de ese instante eterno de la angustia responde a un deseo-del-Otro-materno descarnado, brutal y sin velos. Las madres de los fóbicos graves y de los pacientes agorafóbicos suelen tener rasgos “sadiformes”: no son exactamente perversiones sádicas, pero con los hijos pegan donde tienen que pegar, en el sentido de rozar los puntos de angustia más exquisitos de la subjetividad infantil. La madre escupe su propia división subjetiva sobre los hijos, con lo que esos sujetos quedan sintiéndose objetos zarandeados al atravesar cada una de las escenas del deseo. Está mal constituido el falo, ese velo que debería mediar entre el objeto de la angustia y el sujeto, para que así éste pueda aprehenderse como sujeto de una pulsión. El fóbico queda entonces ubicado en el lugar de la diferencia absoluta, de la pura barradura subjetiva, sin concebir del todo un significante que lo represente para otro significante. Es como si tuviera un registro constante de eso que no termina de pasar y que lo liberaría, arrojándolo a la metonimia del deseo.
Como está enclavado en esa posición, es típico del fóbico que se experimente como una cosa separada del campo del Otro. De ahí su dificultad para alienarse en el Otro e integrarse con otros. Esto, por supuesto, tiene que ver con el mal funcionamiento del Nombre-del-Padre, lo que hace que los fóbicos queden como ofrecidos al Deseo-de-la-Madre. El fóbico, a veces, se siente orgulloso de eso: piensa que él no se deja sugestionar por nadie y permanece separado de los otros, quienes serían unos mediocres que se integrarían a las masas como corderos. Un fóbico no hace masa, no hace fenómenos de grupo y se siente el más inteligente, el más lúcido, el más crítico y, sobre todo, el especial, el distinto.
Pero lo que acontece en la fobia es una especie de pre-separación del Otro. Alguien puede alienarse en el campo del Otro, supongamos, estudiar, seguir a determinados autores y, más adelante, llegar a una separación que le permita pensar más allá de aquellos autores; pero la separación ha acontecido después de la alienación. En el fóbico, en cambio, hay una especie de pre-separación; en realidad él nunca se aliena con nadie para hacer nada, y así se siente solo. En todo caso, al no poder integrarse en fenómenos de lazo socializado es poco sugestionable por los ideales del yo. Pero no puede hacer por su parte la jugada del deseo, la apuesta del sujeto; porque permanece en el momento de la vacilación subjetiva.
Al estar mal constituido el falo, al estar el yo desenfocado, la fantasmatización del fóbico se llamar titilante: por momentos le pareceque sabe lo que quiere y al rato le parece que ya no es eso lo que quería, como si se asomase y volviese a meterse para adentro. Como decía Douglas Fairbairn: parecen como ratoncitos que se asoman de sus escondrijos, a ver si hay peligro, como si fueran Jerry que se asoma a ver si está Tom. Pero, como el fantasma titila, no saben bien para dónde correr. Como no se terminan de alienar en nada suelen tener muchos deseos, anhelos de lo más diversos, vocaciones distintas y fluctuantes. A un fóbico se le podría preguntar: ¿cuál es tu vocación esta semana?
Es típico que el fóbico sea un muy buen alumno y un muy buen maestro, pues la distancia generacional evita el transitivismo, pero difícilmente sea un buen compañero o un buen socio, porque siempre se corta solo, aunque disimule esto cuando aparenta ser una persona sociable, cordial. Por dentro bullen sus emociones, pero en cuanto a una verdadera entrega es una persona distante.
Entonces, no tiene ideas compartidas, está separado de toda masa, se pseudoaliena en miles de actividades, pero nunca termina de estar, como les decía antes, allí donde está, ni cuando llora, ni cuando goza. Sí muy exigentes de la perfección en lo que hacen, porque quieren lograr nitidez en sus objetos. Y se sienten muy atacados por el más leve gesto del deseo del otro, de la aparición de la falta en el otro, porque entonces lo invaden, lo dominan, irrumpen en él escenas de fantasma dolorosas, de posesión, de ser invadido, tragado o expulsado.

* Psicoanalista. Autor de El caso Hans, lectura de Freud y de Fobia: los posfreudianos, la enseñanza de Jacques Lacan y sus lectores (de próxima aparición). El texto fue extractado de su conferencia “Interrelaciones entre las fobias y la perversión”, pronunciada el 27 de agosto de 2002 en el Hospital Alvear.

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