SOCIEDAD › INTENTAN QUEMAR LA CASA DE UN VECINO PROTEGIDO POR LA POLICIA

Otro día de furia en el conurbano

Un hombre baleó a un joven en Burzaco. Y la policía no hizo nada. Los vecinos le saquearon la casa y quisieron incendiarla.

El hombre corrió por la vereda tambaleándose, con el torso desnudo y sudado. Gritaba con lo que le quedaba de voz. “¡Puto! ¡Ortiba! ¡Tiroteás a los pibitos porque estás con la cana!”, dijo ronco como un viejo enfermo. “¡Dale! ¡Dale! ¡Que no te ven!”, lo alentó una mujer. Frente al garaje de la casa rodeada de policías prendió la mecha de una bomba molotov y la tiró contra lo que parece un desarmadero. Así se inició por quinta vez desde el último domingo el fuego con el que los vecinos de la villa La Cumbre, en Burzaco, han intentado vengarse de un hombre que baleó por la espalda a un chico de 19, después de pasarse años tratándolos como el auténtico patrón de la vereda. A unos minutos de Ministro Rivadavia, otro rincón de Almirante Brown en el que los vecinos ajusticiaron a dos jóvenes acusados de ser protegidos por la Bonaerense, La Cumbre fue ayer el punto incendiado del conurbano en el que el desmadre de los que cuentan con apoyo policial para actividades ilegales termina dando cuenta de esas relaciones viciosas entre la ley y el delito. Al menos eso es lo que ayer continuaba retumbando en los oídos del que quisiera escuchar: “Cuando la policía se vaya lo quemamos por ortiba, por cana, por ponerse la gorra contra la gente”.
No hay don o doña en este barrio de calles de tierra seca deformada por el paso de los carros cuando hay barro, de ranchos de madera y chapas mezclados con casitas de material, de desnutrición y delgadez extrema por el hambre, no hay pibe, ni piba que no tenga para repasar un cruce violento con El Gitano Omar Mazzelia, de 50 años, prófugo desde el lunes por el intento de homicidio de Matías Gerardo Corsinte. Es que lo que pasó el domingo cuando los pibes estaban jugando un partido en la canchita a eso de las tres de la tarde en realidad fue la última de las apretadas que alguien del barrio recibió de El Gitano, sindicado como un amigo íntimo de policías de las comisarías de Burzaco y Adrogué por una decena de vecinos que ayer se lo dijeron a Página/12. Dos de los que vieron cómo El Gitano disparó contra Matías se lo contaron ayer a este diario, parados frente a unas escuálidas llamas generadas por dos bombas molotov hechas en botellas de vino blanco. “Matías estaba sentado en ese camión”, señala un petiso de 19, que se dice del mismo porte del pibe que se recupera en la Clínica Güemes de un balazo que le atravesó el pulmón, el hígado y una costilla, para frenarse en el esternón.
Matías miraba el partido. El vecino gruñón se molestó porque estaba sentado sobre su chatarra, autos desguazados que ha ido acumulando a lo largo de su propio patio, de tres terrenos vacíos en frente, a lo ancho de la vereda, en toda la cuadra, en la mera calle Buenos Aires a la que ha cortado a pura fuerza bruta. Por qué, con semejante despliegue de poder, iba a dejar que el flacuchento de metro sesenta la pasara bomba en su cascajo, con las veces que lo puteó de lejos. No. Por eso le pegó un castañazo desde atrás, que Matías repelió poniéndose en guardia. El Gitano la hizo corta: volvió a su aguantadero, buscó un revólver, y le disparó tres tiros por la espalda. “Matías volvía para la casa, porque sabía que el otro había ido a traer el fierro. El Gitano le disparó primero a los pies, y después apuntó más arriba.” Matías caminó hasta la otra esquina, donde vive con sus padres. “Alcanzó a aplaudir las manos dos veces y cayó al piso.” Al Gitano se lo perdió de vista.
El mismo lunes empezaron las quemazones. Es raro, pero al Gitano el fuego se le acerca paulatinamente. Los vecinos en esta ocasión no han sido tan terminantes como lo fueron en Las Catonas, partido de Moreno, al incendiar y derrumbar la casa de un desarmador de autos protegido. Ni como en Ministro Rivadavia, donde quemaron tres ranchos y liquidaron a dos adolescentes ladrones. En la esquina de Buenos Aires y Morel, allí donde se acumulan los restos, las carcazas de autos que guarda El Gitano, el fuego comenzó el domingo y siguió lunes y martes. El martes, el hijo del hombre, un chico de 14 años, se apostó en el techo y desde ahí repelió a los vengadores. La policía allanó la casa. “Se llevaron bocha de comida”,le contó a Página/12 La Cholito, lamentándose por el hambre que en su barrio pasa por la vereda del patrón caminando en piel y huesos. Ayer la noticia podría no haber sido el hecho policial, ese hombre haciendo estallar las molotovs. La noticia podría haber sido perfectamente el cuerpo de dos adolescentes que se paseaban en cueros mostrando la violencia del hambre, divertidos con el movimiento policial, con la ida y venida de decenas de patrulleros, y de los infantes con sus “escudos de tortugas ninja”, la cara aplastada por los cascos.
Son dos los fiscales de Lomas de Zamora ocupados en el caso. Domingo Ferrari investiga el intento de homicidio. Sobre los dichos de los vecinos que, como don Roque, y sus cicatrices visibles de la furia del Gitano, aseguran que han hecho denuncia tras denuncia sin resultado, Ferrari no trabaja. “Eso es un tema de los vecinos que no descarto que sea cierto. Se trata de una persona que ha tenido inconvenientes en el vecindario.” Como ayer los vecinos la siguieron, quemando más autos, intentando con la casa como el hombre de las bombas, y además entraron y se llevaron desde la heladera hasta el televisor, todo aquello que sirviera, hay otra causa por la violación de domicilio en manos del fiscal Oscar Acevedo. “Seis personas quedaron detenidas durante el día y fueron liberadas al atardecer”, contó. Volvían a un barrio en el que la rabia y la sed de venganza sólo disimulaban su existencia. “Vuelvan mañana, que de esto no va a quedar nada”, le aseguró al cronista un muchacho que esperaba sentado en la tierra a que oscureciera.

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La policía custodió la casa de El Gitano y se encargó de apagar los focos de incendio.
 
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