SOCIEDAD

Los guardias cobran coimas hasta para dejar visitar a los presos

Un camarista de San Isidro pidió que se investigue la denuncia de una testigo protegida según la cual en el penal de Olmos las visitas deben pagar coimas a los guardias y sufren acoso sexual.

“No rompa las pelotas porque ésas son las reglas.” Las reglas a las que se refería el guardiacárcel del penal de Olmos no están escritas pero al parecer todos las conocen y no hay lugar para desacatarlas: en líneas generales consisten en pagar una coima para poder visitar a un preso, otra para que la ropa o la comida que llevan las visitas no se pierda en las manos de algún efectivo penitenciario y lleguen a la celda correspondiente o soportar el acoso sexual de las autoridades cuando, en el control previo a la visita, las mujeres son obligadas a desnudarse. Aunque el método está establecido, hubo una mujer que no aceptó la naturalidad de las normas y presentó una denuncia ante el presidente de la Sala I de la Cámara de Apelaciones y Garantías de San Isidro, Fernando Maroto. “Es la esposa de un preso nuevo que no aceptó esas reglas pero esto no es nuevo. Funciona así desde hace rato, sólo que nadie se anima a denunciarlo porque saben que las consecuencias de hablar las pagan sus seres queridos. Si afuera pasan estas cosas, imagínese adentro, donde nadie los ve”, dijo a Página/12 Maroto, quien remitió la denuncia a la Justicia bonaerense y a las autoridades del Servicio Penitenciario provincial y solicitó que se investiguen los hechos. “Nunca tuve respuesta de nadie, ni del Ministerio ni del SPB, y hoy la denuncia duerme en algún tribunal de La Plata”, dijo el camarista.
Pensando que se trataba de abusos cometidos por algunos guardiacárceles, antes de presentarse ante Maroto, la mujer intentó denunciar ante las autoridades del penal de Olmos lo que para todos eran “normas establecidas” y para ella corrupción. Entonces logró hablar con uno de los jefes de visita de esa unidad carcelaria que, como solución final, le respondió: “No rompa las pelotas, ésas son las reglas y sí o sí tiene que arreglar”.
Era la segunda vez que iba al penal y el primer domingo en que iba a visitar a su marido, preso en la Unidad 1 desde hacía algunas semanas. La primera experiencia había sido el día anterior, un sábado en el que concurrió hasta la entrada para retirar el número de visita. Según relató ante Maroto, cuando esperaba en la fila, una mujer se le acercó y le dijo que si quería estar entre las 100 primeras visitas debía comprar un número que valía 10 pesos. Como para que todo quedara claro de entrada, al darse cuenta de que se trataba de una principiante en eso de visitar familiares presos, en ese momento también le advirtieron que “tenía que pagar la protección si quería que los bolsos con la comida y la ropa para su marido llegaran a destino y no se los robaran”, denunció.
La testigo quiso constatar la metodología con otras familiares de reclusos que estaban en la fila en su misma situación. Nadie se asombró en toda la hilera: “Si no arreglás, los que pagan son los detenidos”, coincidió el resto de las mujeres.
En la presentación judicial, la denunciante relató el caso de otra mujer que le contó que como no había podido pagar por su hijo detenido ahí, el joven había sido apuñalado e internado en sanidad. “Demasiada corrupción toda junta”, pensó la mujer y entonces, al otro día mientras esperaba su turno de visita, se acercó al jefe del área para contarle todo lo que había vivido el día anterior. Y se llevó a su casa, además de la confirmación oficial de que ésas eran las reglas, otra experiencia amarga. Según aseguró ante Maroto, no son sólo mujeres las que participan de las requisas previas a la entrada a la unidad. Allí, cuando deben desvestirse para ser revisadas, “las mujeres son insinuadas para mantener sexo con los guardiacárceles”.
Ese domingo de diciembre, cuando la testigo comenzó a vestirse luego de pasar el control, un carcelero se acercó y le dijo: ¿Para qué te vestís?, en lo que ella interpretó que fue una alusión a tener sexo. “Esta señora se encontró con una mafia en Olmos, que es común. Allí hay prostitución porque muchas mujeres saben que no les queda otra, que si no acceden, cobran. Es así, los que protestan cobran y ni imaginarse los que están adentro”, aseguró a Página/12 Maroto. En su relato, la mujer aseguró además que en Olmos todos los arreglos se hacen antes de ingresar a la unidad, en unas carpas que se instalan en la entrada a raíz de las miles de personas que concurren a la visita de los domingos. Allí, los familiares y amigos de los cerca de 4 mil presos de ese penal “pagan, hasta con drogas, y luego ingresan sin hacer la fila”.

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El camarista Fernando Maroto trasladó la denuncia al Ministerio y al Servicio Penitenciario.
 
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