SOCIEDAD › CARLOS GARCIA GONZALEZ, CREADOR DEL MASCARON DE PROA DE LA FRAGATA LIBERTAD

El escultor de la Fragata

El artista, que vive en Mar del Plata, cuenta cómo consiguió el trabajo y que el mascarón lleva inscripto el nombre Nike (Victoria en griego) en homenaje a su mujer, que murió mientras él estaba haciendo la obra.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Mar del Plata

En la casa del escultor Carlos García González, el arte predomina. Desde la puerta de ingreso, de madera maciza, tallada, con herrajes de hierro, hasta los trabajos realizados por el anfitrión, la platería sobre hermosos muebles antiguos y hasta una réplica de la cabeza del Caballo de Selene (la luna), que ilumina el frontón este del Partenón griego. Algo sorprendido por la llegada de Página/12, García González, un gallego que llegó al país a los 17 años y que hoy tiene 86, recuerda con momentos de alegría y de tristeza, cómo trabajó con sus manos el mascarón de proa que luce desde 1964 la Fragata Libertad, que navega cada vez más cerca del puerto de esta ciudad, en su regreso al país. Cuando estaba realizando la obra, en los talleres de Puerto Nuevo, en Buenos Aires, donde vivía entonces, se produjo la muerte de su primera esposa, madre de sus tres hijos. Por esa razón, el mascarón lleva inscripto el nombre Nike (Victoria en griego), como le llamaban a su mujer. “Ese fue el homenaje que le hice.”

Con sonrisas admite que después de sufrir hace unos años un accidente cerebrovascular, ha perdido “la visión y la memoria”, pero a lo largo de la charla demuestra que no ha perdido ni la gentileza, ni el buen humor. Nacido en 1926, en Vigo, provincia de Pontevedra, Galicia, se vino a Buenos Aires con su familia, porque su padre, que era empleado del Banco de Londres, fue trasladado a la capital argentina. “En ese momento yo ya era escultor, había estudiado en España y en Francia, en la Escuela Nacional de Bellas Artes, pero el gran salto lo pude dar después de que hice el trabajo para la Armada. No me puedo quejar, me ha ido bien, aunque ahora ya no tengo trabajo y tampoco puedo hacerlo porque ya no soy el hombre inquieto, movedizo, que era.” Después recuerda que estuvo en Italia, en Inglaterra, enriqueciendo su vocación por el arte.

Dice que hoy se siente un “marplatense pleno” y un “argentino más”, porque fue acá donde “me casé, tuve tres hijos, enviudé y toda esa historieta”. La madre de sus hijos era argentina de padres alemanes y los dos se conocieron en Buenos Aires. Dice que como escultor no puede quejarse porque “no me ha ido mal, pero no es nada fácil la vida del artista, ni para mí, ni para nadie”. Agrega que “no es nada fácil vivir de la escultura, salvo que uno se dedique a los cementerios (se ríe a carcajadas), porque la gente siempre nace y después se muere”. Ríe cuando insiste en que “la muerte es una fuente de trabajo seguro porque siempre hay clientes, pero a mí no me dio por esa veta”.

Dice que las cosas comenzaron a cambiar cuando la Armada lo llamó para trabajar en el mascarón de proa de la Fragata Libertad. “Ese llamado me levantó porque las cosas cambiaron, aunque todo fue un poco por casualidad, porque me enteré de la convocatoria a través de algunos amigos que vinieron a pedirme que los ayudara a realizar el trabajo. Yo trabajé al principio como ayudante, pero en ese momento ya no quería hacerlo, quería trabajar por mí mismo, asumir la responsabilidad.” La Marina había empezado la búsqueda “y a mí me querían como ayudante” (se ríe fuerte y hace el pito catalán con sus dos manos apoyando uno de los pulgares en la nariz). Después hace como que se enoja, en forma retroactiva, con sus colegas: “Algunos rechazaron el trabajo, como si fueran millonarios”. Fue así que se decidió a presentarse y hacer una propuesta.

Se reunió con las autoridades y al poco tiempo comenzó su tarea en el Arsenal Naval Buenos Aires (ANBA), en Puerto Nuevo. Admite que se sorprendió cuando le mostraron la madera sobre la que debía tallar: “Era un troncazo. En el barco no se nota porque va adelante y con lo grande que es la nave, casi no se nota, se pierde ahí adelante. Otra cosa es cuando hay que trabajarlo”. Ahora reconoce que se equivocó “en el presupuesto que pasé y en el tiempo de trabajo. El mascarón de proa tiene tres metros de diámetro y seis metros de largo, es enorme”.

Tuvo que utilizar una “azuela naval, que es la herramienta más antigua del mundo. Es como una azada, con mucho filo. Tuve que usarla, porque si no, no terminaba nunca. Es una herramienta que arranca madera que da calambre”. El trabajo “fino” lo hizo con los instrumentos habituales, aunque en todo momento tuvo que recibir “la colaboración de los marineros, para mover el tronco, que era muy grande. Yo, de moverlo, ni hablar, tenía gente que trabajaba para mí, yo era el patrón”, comenta y se vuelve a reír a carcajadas.

Dice que los marinos le pidieron que hiciera “algo clásico y lo clásico es una figura de mujer, que es protectora de la Marina y no sé qué ‘cuentos’ más, pero eso no me importaba (ríe otra vez), lo que me importaba era el trabajo, nada más”. Hizo tres bocetos para que le aprobaran alguno de ellos, pero “los marinos no se ponían de acuerdo, de manera que resolví y ellos estuvieron de acuerdo, hacer una mezcla de los tres, para que todos se quedaran conformes”.

Afirma que está “muy contento” por la forma en que lo trataron los jefes navales, allá por años sesenta, aunque admite que “antes de darme la oportunidad me pasaron por la lupa y también llamaron a otros escultores, pero como nadie quiso, yo agarré el trabajo”. Confirma que el mascarón fue dedicado a su primera esposa, Nike, “que significa Victoria en griego”. “Ella ya había fallecido, infortunadamente, en el mismo tiempo en el que tuve que realizar ese trabajo, por eso no tengo tan buenos recuerdos, porque fue un hecho terrible para mí. Ya teníamos a nuestros tres hijos.”

Comenta por eso, en alusión a Nike, que “la desgracia llegó cuando el pobre artista con el que ella se había casado podía soñar con hacerse millonario. Justo en ese momento se la llevó el Señor”.

Cuando se le pregunta qué significa para él que regrese la Fragata Libertad, después de todo lo ocurrido a partir del pedido de embargo por parte de los fondos buitre, se queda con el recuerdo del momento vivido a nivel personal. “Me parece bien, pero el recuerdo de este trabajo, no es para mí una molestia, pero el hecho de haberme quedado viudo mientras lo hacía, determina que para mí existan una serie de connotaciones que no lo hacen un recuerdo grato y me cuesta salir de eso.” De todos modos se alegra del regreso, sobre todo porque viene a Mar del Plata: “Yo creo que estoy aquí desde toda la vida, como si hubiera nacido acá”.

A lo largo de su carrera como escultor, recibió premios nacionales y de la provincia de Santa Fe, y otras distinciones en San Pablo, Barcelona, Pontevedra y Cuba. El anfitrión no deja salir a nadie de su casa, si antes no hay un brindis de Año Nuevo. Su gentileza es tan exquisita como el champán que sirve. Después vuelve a lamentarse por sus achaques: “Es feo llegar a viejo, sobre todo cuando hay mujeres jóvenes cada día más hermosas”. La risa a carcajadas de don Carlos García González despide gratamente a Página/12.

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Carlos García González, un gallego que llegó al país a los 17 años y que hoy tiene 86.
Imagen: Pablo Piovano
 
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