SOCIEDAD › CIENTOS DE JóVENES, MúSICA Y HASTA POLíTICA EN UNA RECORRIDA NOCTURNA POR LA PEATONAL

Toda Villa Gesell en una noche

Los chicos y las chicas son los dueños absolutos. Van en bandas, se buscan unos a otros. La policía, a diferencia de otros años, tiene una presencia discreta. Y no hay problemas. Crónica a la hora en que la Avenida 3 es peatonal.

 Por Carlos Rodríguez

Desde Villa Gesell

Desde la tarde-noche, cuando la Avenida 3 se hace peatonal, los chicos y chicas se adueñan de todos los espacios. Abundan los grupos de adolescentes casi niñas (15 a 17 años) que por primera vez veranean solas “sin padres, madres ni hermanos varones”, se envalentona Josefina, una “vieja de 18” que se ha convertido en líder natural de un grupo integrado también por Verónica (17), Agustina (16), Andrea (17) y Gisela (15), hermana de la jefa de la “banda”, como ellas se autodefinen. “Si podemos votar, podemos salir solas de vacaciones. Total, es lo mismo que hacemos siempre en Buenos Aires, de manera que no hay misterios, ni miedos. Ninguna mala onda”, sentencia Agustina ante la atenta mirada de sus amigas. De todas maneras, admiten que, igual, sus padres las controlan “vía celular”. Las llaman a cada rato y ellas también, mañana, tarde y noche, pasan “el parte diario, así se quedan tranquilos. Al final gastamos más en llamados que en comida”, se ríen. En la peatonal, en los boliches del centro (Le Brique, Dixit y Bocata) y en Pueblo Límite, en la entrada a Gesell, las concentraciones juveniles son multitudinarias. En un hotel de 104, en pleno centro del frenesí nocturno, el conserje mendocino que hace la trasnoche, molesto por los ruidos, llama a la seccional: “Vengan a parar un poco el ruido, los pendejos están insoportables”.

Por suerte, este 2013, a diferencia de lo que ocurría en años anteriores, la policía juega un papel discreto, sin ponerle trabas al jolgorio. Hay cuatro o cinco puestos fijos, algunos patrulleros, personal masculino y femenino, pero no se advierten intervenciones, ni arbitrarios controles preventivos, como se vieron en otros momentos no tan lejanos, en este mismo lugar. Sobre la peatonal avenida 3, entre 104 y 107 sobre todo, los pibes y pibas arman una suerte de “scrum”, como en el rugby, pero sin contacto físico, al menos al principio.

Se paran frente a frente, a menos de un metro de distancia entre unos y otras. Diez chicas acá, diez chicos allá. Hablan, se ríen, se estudian, se seducen, por ahora a prudente distancia. “Tiempo es lo que sobra, estamos de vacaciones y los planetas estallan todas las noches”, filosofa Ramiro Manfredi (18), mientras pone cara de experto en cuestiones amorosas. Mientras los futuros romances maduran, o se marchitan en forma precoz, otros jóvenes y no tanto se apiñan en alguno de los muchos espectáculos callejeros de la peatonal, el corazón que agita a la villa.

Lo único molesto, para los oídos, es la música que sale de algunos bares con cena show, entre ellos Floop y Barajas, separados apenas por una cuadra. Uno de los indigestos cantantes hace temas de Serrat, Sabina, Charly García, Calamaro y otros. Buenas canciones estropeadas por igual, cantadas en el tono monocorde de Julio Iglesias. Para “levantar el ánimo” arranca de vez en cuando con algún Nino Bravo. Con “América” y “Noelia”, provoca el mismo efecto disgregante que la Guardia de Infantería. Desde Barajas le responde uno que admira a Palito Ortega. Derrocha optimismo con “La Felicidad, ja-ja-ja-ja” y la clientela, dispuesta a todo, responde haciéndole el coro.

A la distancia, un pequeño grupo disconforme analiza seriamente la posibilidad de secuestrar a los dos cantantes. Martín Salerno (42), uno de los más ofuscados, estalla cuando llega el momento de Palito, con “Yo no quiero media novia”. Para superar el mal trago, recuerda que hace unos cuantos años Jorge Guinzburg hizo, en su recordado Peor es nada, una parodia de Highlander. Regresaba al pasado, en los años “fundacionales” de Palito y lograba hacerlo cantar con la voz y las letras de Joan Manuel Serrat. “Lo hacía para que en el futuro Palito no fuera gobernador”, señala Martín y se ríe.

Lo peor todavía estaba por llegar: otro cantor improvisado hace una imitación deplorable de Leonardo Favio. “Pobre Favio”, se queja José Luis Quinteros (38), vecino de Lanús y peronista a morir. Su deseo explícito es que, en ese preciso momento, resucite José María Gatica y le grite al malversador de Favio: “Monito las pelotas y lo cague a trompadas”. Fabián Monteros (35) retruca con un “sería bueno”, mientras dice que recuerda el rostro del actor Edgardo Nieva en el rol de Gatica.

Todo se mezcla en el centro de Gesell. Los jóvenes que huyen de Palito tienen su oasis sobre la 105, donde está El Nacional Bar, donde el buen rock and roll suena a destajo y tapa ruidos molestos. En las mesas sobre la vereda, mientras corre la cerveza y el fernet con cola, las bandas en vivo, New Garden, Lising y Sube, hacen temblar el piso. El resto lo hacen las grabaciones con las mejores bandas argentinas. “Por fin algo de música”, respiran José Luis y Fabián, que huyeron hacia la 105 escapando de los fantasmas vivientes del Club del Clan.

Hasta la madrugada, por la Avenida 3, las corrientes musicales se redoblan y se superponen. Los chicos que forman parte del grupo Máquinas Viejas, nombre tomado de un tema de Los Gardelitos, se desgranan sobre la peatonal y hacen resucitar a Sui Generis: “Y si bien yo nunca había bebido/en la cárcel tuve que acabar/La fianza la pagó un amigo/las heridas son del oficial”. La letra de “Confesiones de invierno”concita interés juvenil en pleno verano, como si fuera un estreno.

Luciano, uno de los integrantes de Máquinas Viejas, interpreta a León Gieco en otro rincón de la calle. En un intervalo le comenta a Página/12 que está buscando material para escribir sobre la vida de Pascual Vuotto, un obrero anarquista que en los años ’30 fue encarcelado injustamente, junto con otros libertarios, por un crimen que no había cometido. Luciano es descendiente de Vuotto y está buscando información “porque quiero escribir todo lo que vivió mi familia por una injusticia”. En 1997, la hija de Vuotto se presentó ante la Corte Suprema para pedir que dictara un fallo reivindicatorio de la memoria de su padre.

Luciano sigue tocando y un grupo de pibes y pibas baila alrededor. Se arma una movida danzante y ruidosa, a la que el joven intérprete trata de ponerle cierto orden: “Sin quilombo chicos, vamos, que sea una fiesta, no le demos pie a nadie para que venga a rompernos las bolas”. A su lado, con la misma onda “amor y paz”, lo acompañan con sus instrumentos los pastores Juan Granado y Beto Sánchez, de la Iglesia Punk, una institución religiosa para nada tradicional que tiene su sede en el barrio porteño de Caballito. Los sacerdotes afirman que “Jesucristo fue el primer punk de la historia de la humanidad”. En la iglesia son habitués algunos integrantes de bandas como Conmoción Cerebral, D-Mente o Carajo.

En la peatonal, tampoco falta el toque político. Por la noche, y a toda hora, grupos de chicos y chicas muy jóvenes, identificados con La Cámpora y el Movimiento Evita, pasan agitando consignas: “Vamos compañeros/hay que poner un poco más de huevo (las chicas gritan ‘ovarios’)/el pueblo ya empezó a cumplir la historia/ahora con Cristina a la victoria, a la victoria”. Todo es posible en una Gesell abarrotada de jóvenes que pasan la noche en vela, que llegan a la playa después de las cinco de la tarde y que llenan de alegría las calles, más allá de diferencias musicales, políticas y de género. “Está muy bueno Gesell, hay una energía positiva que se transmite en todos lados”, pontifica el pastor punk Juan Granado.

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La noche de Villa Gesell es una explosión de jóvenes y pura diversión.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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