SOCIEDAD › EL HORROR DE LOS TESTIMONIOS SE MEZCLO
CON EL DOLOR EN EL SEPELIO DE LAS VICTIMAS

“Sentí algo caliente rozándome la cabeza”

Un compañero de Junior, el chico que el martes descargó la pistola de su padre en el aula, contó el horror en primera persona. Y reconoció que no quiere volver a la escuela. Allí, docentes y psicólogos trabajan en eso: en lograr el regreso a clases. El padre de Junior pidió perdón. Y no fue a verlo a Bahía Blanca. Crónica de un pueblo entero en el triple entierro.

 Por Horacio Cecchi

Alejandro fue un testigo directo de la masacre. Estaba sentado en la última fila, hacia la esquina del aula, cuando una bala le rozó la cabeza. En un acto reflejo, se arrojó al suelo y quizá por eso salvó su vida. Ahora, nada puede consolarlo. “Yo y otro par de compañeros más no queremos volver ahí”, confesó cuando ingresaba al club donde se velaban los cuerpos. Resulta difícil explicar hacia afuera lo que todo un pueblo no puede explicarse hacia adentro. Carmen de Patagones pasa por ese momento. Quedó en evidencia ayer, durante el sepelio de Evangelina Miranda, Sandra Núñez y Federico Ponce, los tres alumnos de la escuela Islas Malvinas, cuando más de dos mil personas, una multitud para un pueblo de 20 mil, acompañó a pie a lo largo de 30 cuadras los féretros de los tres chicos. Desde el gimnasio del Club Atlético Atenas hasta el cementerio público, ubicado a la vera de la ruta 3, se mezclaban rostros cruzados por el dolor y miradas torvas buscando culpables. A pocas cuadras del lugar, en la escuela donde se desató la tragedia, el aula del Polimodal 1º B sólo guardaba de aquel desenlace el olor a pintura demasiado fresca: “Hay que volver a la actividad cuanto antes”, decían los docentes mientras los chicos dudan.
Rafael “entra (al aula con un arma) y empieza a disparar sin decir nada, ni abrió la boca. Nos quedamos shockeados... no entendíamos nada... pensábamos que era un arma de juguete y yo me decía: ‘¿Qué está haciendo? ¿está jodiendo?’”, recordó Alejandro. Cuando comprendió que se trataba de un arma de verdad, porque sus compañeros caían heridos, tomó a su compañera del brazo y ambos se arrojaron al suelo.
“Cuando antes me paré a ver qué pasaba sentí algo caliente que me rozaba la cabeza: era el casquillo de una bala”, que se incrustó contra la pared, recordó. Al terminar de disparar, “se arrodilló, se tomó la cabeza y después se paró y salió caminando tranquilamente, sin decir palabra”.
Si en el momento del ataque hubiese estado el docente, “al primero que hubiera matado hubiera sido a él”, especuló Alejandro al imaginar que “si tenía la decisión tomada de hacer eso...”. “Todo el tiempo que Rafael efectuaba los disparos estaba como en estado de shock, estaba tranquilo... no creo que haya elegido” a las víctimas, relató.
El compañero narraba el horror vivido sobre la calle Alem, esquina Byron, donde se despliega el estadio polideportivo Camilo Trípodi, del Club Atlético Atenas. Allí fueron colocados los tres féretros abiertos de Evangelina, Sandra y Federico, el martes pasado por la tarde. Y de allí fueron retirados ayer por la mañana, a partir de las 11. A esa hora, familiares, amigos, vecinos, curiosos, todos de algún modo queriendo participar o compartir el dolor, comenzaron a formar una doble fila sobre la calle Alem. Fue muy lenta la salida de los familiares del interior del estadio cerrado. Lenta y silenciosa.
El día estaba cargado de dolor, pero también de sorpresas. La primera, al enterarse de que el padre de Junior se había comunicado con el intendente de la ciudad. Que solo lloraba y pedía perdón. La segunda, que la familia de Rafael prefirió quedarse en Carmen de Patagones y no viajar a Bahía Blanca a ver al chico.
A medida que se vaciaba el estadio, la Alem se engrosaba. Pero, curioso, no sólo fue el dolor lo que parecía aunar a aquellos miles de gargantas anudadas, sino el despliegue inusitado para las costumbres locales de un ejército de periodistas, trepados a las paredes, los techos, alrededor de los autos, apuntando con sus objetivos, con sus preguntas incómodas. “Estamos en la televisión”, dijo un vecino sin comprender realmente lo que decía.
Finalmente, sin atropellos, encabezada por una camioneta policial y cerrando con un camión de bomberos y dos ambulancias, comenzó el recorrido del cortejo fúnebre, el más doloroso en el recuerdo de Carmen de Patagones. Los tres féretros eran trasladados a riguroso pie por los familiares más directos. Separados sólo por la intensidad del paso, primero los cuerpos de Evangelina y Sandra, después el de Federico.
El padre de Federico, Tomás Ponce, es dueño de una empresa de transporte y es muy amigo del intendente local Ricardo Curetti (PJ). Según algunas versiones, en poco tiempo la familia trasladaría los restos de Federico a un cementerio privado que se encuentra un poco más alejado. Por el lado de Evangelina, según algunos vecinos vivía bajo el cuidado de una abuela; su padre, un trabajador de Vialidad, había fallecido en un accidente.
El cortejo siguió por la avenida Perón, hasta tomar la ruta 3, tras una lomada. A los costados de la avenida, el pueblo entero se asomaba a la vereda para compartir el momento. Compartir o curiosear, estar presente de algún modo en un acontecimiento tan doloroso como único.
En la puerta del cementerio, más de medio centenar de personas aguardaba la llegada del cortejo. Se notaban los diferentes niveles sociales. Se notaban las diferentes formas de vida, de hablar, de vestir. Pero estaban todos allí. Si alguien recorría el pueblo, ayer, de duelo y asueto, no debió ser miércoles sino domingo. “Un domingo seco”, describió un vecino a este diario.
Seco y de silencio porque ayer, en el rincón más alejado del territorio bonaerense, lo único que se escuchaba era el silencio.

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Dos mil personas, de un pueblo de 20 mil, acompañaron a las tres familias al sepelio en el cementerio local.
 
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