ESPECTáCULOS › TRAPERO HABLA DE LO QUE SE VE Y DE LO QUE NO EN UNA PELICULA

“Esta película te pone a prueba”

“No es que a mí me interese el cine realista: me gusta la construcción de ese realismo, la confusión entre ficción y realidad”, dice el autor de Mundo grúa y El bonaerense.

 Por Martín Pérez

Una de las cosas con las que más disfruta Pablo Trapero es cuando le preguntan por las escenas de sus películas o por los personajes. Pero como si hubiesen sucedido en realidad, como si no fuesen una ficción. ¿Cómo anda el Rulo?, pueden llegar a preguntarle, haciendo referencia al protagonista de Mundo grúa, la película con la que, seis años atrás, se hizo su nombre. O si no, con respecto a la flamante Familia rodante, cuando intentan averiguar cuándo sucedió realmente ese casamiento en Misiones, destino final de los protagonistas de su película. “Y es algo que me pregunta incluso gente del cine, que deberían saber cómo es esto”, enfatiza Trapero, uno de los directores insignia de llamado Nuevo Cine Argentino, que desde su cortometraje Negocios se ha dedicado a utilizar su propia vida cotidiana suburbana para hacer aún más creíbles sus películas.
–Pero no es que a mí me interese el cine realista. Lo que me gusta es la construcción de ese realismo y, si se quiere, la gran confusión entre ficción y realidad.
–Como en falsos documentales como Zelig o La era del ñandú, pero en este caso con la ficción.
–Exacto. Por eso me divierte esa confusión que genera Mundo grúa, a la que hay quienes la han menospreciado diciendo que son películas improvisadas por gente de la calle haciendo de sí mismas. Y eso es algo que tomo como un logro, porque quiere decir que logré mi cometido, que era construir un mundo de ficción sobre un entorno cotidiano.
Su gran ambición desde el comienzo, confiesa Trapero, fue siempre la de intentar reconstruir la sensación que se tiene frente al cine cuando se es niño. “Porque cuando uno es chico no sabe nada de cómo se hacen las películas, ni de quiénes son las estrellas de cine ni de nada. O al menos eso me pasaba cuando era chico. Para mí la película era algo que ocurría ahí, en la pantalla. Y se quedaba viviendo ahí cuando yo me iba”, le explica a Página/12. “Aquella actitud entre ingenua y mágica ante una película era la que me gustaba a mí como experimento. Y es lo que quiero conseguir en el espectador: hacer una película que parezca que acá nadie filmó nada, nadie puso la cámara, nadie escribió un guión y no hay actores.” Un trabajo meticuloso que tal vez llegue al colmo en Familia rodante, una superproducción que incluyó un set móvil y nueve semanas de rodaje que terminaron siendo catorce. “¡Todo para que ese laburo no se note!”, se agarra la cabeza Trapero, que asegura que si hubiese sabido que todo iba a ser tan complicado no se hubiese metido en un trabajo al que le dedicó dos años y medio de su vida. “Todo fue un poco como Fitzcarraldo”, dice, haciendo referencia a una de las obras maestras del alemán Werner Herzog, un director que admira. “Pero no se trataba de remolcar un barco sobre una montaña, sino de llevar una familia en una camioneta hasta Misiones.”
La historia que cuenta la película que Trapero estrena hoy es la de una familia completa –padres, hijos y nietos– acompañando a su abuela a un casamiento en Misiones. Pero viajando hasta allá todos juntos en una casa rodante. “Para mí las películas son un marco, una caja donde vas desarrollando ideas a lo largo del tiempo”, explica. “Si te fijás, todas mis películas parten de un trazo grueso: Mundo grúa era la historia de un tipo de cincuenta años que no tenía trabajo, El bonaerense sobre uno que hace una cagada y se hace cana y ésta es sobre una familia quilombera que se va de viaje.” Antes que un regreso al costumbrismo luego del drama de El bonaerense, Familia rodante es, según aclara Trapero, una película pensada para rodarse luego de Negocios, aquel fascinante cortometraje iniciático, rodado en el negocio de autopartes de su familia, con su padre y sus clientes como protagonistas. “La idea era continuar con ese mundo, usar la casa rodante que construyó mi viejo en una Viking y con la que nos íbamos de viaje. Iba a ser mi primera película, y la hubiese filmado a lo que salga”, recuerda el director. A más de un lustro de aquella primera idea, Familia rodante es hoy una superproducción, pero que sigue teniendo en su centro tanto a la Viking original, como a su abuela Rita, el motor de la historia. “Realmente creo que la vida cotidiana tiene la capacidad de imprimir algo en el negativo, y no hablo modificando directamente las imágenes. Es decir, no se trata de que si pasa una vaca vos la filmás, sino que hay algo inasible, pero que es producto del trabajo, que sucede en la película. Estoy seguro que para meterse en una historia con doce personajes que viajan en una casa había que hacerlo así. Si lo hubiésemos hecho en un set, la intensidad que tienen muchas escenas, e incluso algunas escenas en sí, no hubieran existido.”
–¿Qué es lo que más le gusta de la película?
–Que permanentemente te pone a prueba como espectador sobre qué clase de película estás mirando. Sobre si es una comedia o no. Porque estoy seguro que tiene risas, pero no está estructurada como una comedia de género. Además, es difícil saber si es una película alegre o tremendamente triste.
–¿En qué te quedaste pensando después de esta experiencia?
–Me sigue resultando algo milagroso que un proceso tan poco fluido y tan mediatizado y bastardeado como el del cine siga teniendo algo mágico. Que metés todo, hacés no se qué, ponés una música, editás, mezclás, estás no sé cuántos meses viviendo afuera, le ponés unas cosas en el laboratorio y... todavía algo pasa.
Además de ser uno de los grandes nombres del último cine nacional por derecho propio, Trapero también ha oficiado de productor para trabajos de Lisandro Alonso, Raúl Perrone y, actualmente, de Albertina Carri. Su productora se llama Matanza Cine, y es su forma de estar conectado con un trabajo –el cine– al que no se acercó deslumbrado por sus luces, sino por su día a día. “Mi idea de abrir la productora fue para no tener que salir a dirigir cosas que no me interesen para morfar”, explica. “Pero además es porque lo que sí heredé de la tradición familiar es la cosa mecánica, el laburo cotidiano, levantar la persiana todos los días. Y este es mi lugar”, confiesa, sentado en su oficina ubicada en el barrio de Palermo, pero donde Honduras es más ancha. “Si esto del cine argentino es una moda, estamos sonados. Y la idea de hacer esta productora es que no sea sólo eso. Me molesta cuando alguien me dice que es un curro, cuando el curro está en otro lado, está en armar un negocio antes que la película misma. Si sale una buena película de eso, es algo que viene después. Acá es al revés: si no hay una película no hay negocio”, afirma tajante este integrante de una generación que renovó al cine argentino. “Lo que más me gusta de eso es que, si uno se fija, todas las películas son diferentes: La ciénaga, Un oso rojo, La libertad, Mundo grúa. Lo que tienen en común es que salen de un lugar desprejuiciado, no buscan la gran declaración de principios o explicarle la vida a todo el mundo. Cuando me pasaba eso yo siempre pensaba: pará, loco, quiero ir al cine.”
Ayudados por la tecnología, los nuevos cineastas le perdieron el respeto al cine, justo en un momento en que el negocio dejó de ser el de siempre. “Antes era: tales estrellas, tal tema, tanta guita en publicidad, igual a tantos espectadores”, dice Trapero. “Ya no es tan así. Y ahí llegamos nosotros, que aprendimos que las películas no tienen que ser perfectas, sino que ellas mismas te van enseñando cómo son. Después viene gente y le pone un nombre a lo que uno hace. Pero nosotros simplemente filmamos, y vamos aprendiendo al hacerlo.”

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“Si esto del cine argentino es una moda, estamos sonados”, señala el director.
 
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