ESPECTáCULOS › CATERINA EN ROMA, DE PAOLO VIRZI

Italia de cartón

 Por Horacio Bernades

“¡Fascista! ¡Comunista!”, se gritan entre sí los chicos en la clase, y Caterina mira sin entender nada. Como si se tratara de una nave del tiempo que fue a parar a los años ’30 o ’70, parecería que en ese secundario romano la política todo lo tiñe, sin dejar resquicio para términos medios. Allí, en el medio, Caterina, que acaba de llegar de una pequeña ciudad del interior a la apabullante Roma. No sólo su condición de provinciana la hace sentir fuera de lugar: además, Caterina tiene 13 años. Y por lo tanto no tiene idea de qué es lo que quiere (o puede) hacer con su vida.
Historia de formación que quiere funcionar a la vez como reproducción a escala de la Italia contemporánea, la velocidad narrativa de Caterina en Roma da a pensar que su director y coguionista, Paolo Virzi, debe haber tenido in mente las películas de su compatriota Gabriele Muccino. Sobre todo Ahora o nunca, que transcurría en un ambiente semejante y también presentaba a sus protagonistas divididos en barras o tribus. Pero allí donde Muccino les daba aire a historia y personajes, Virzi se muestra propenso al encasillamiento, la alegorización y el maniqueísmo. Actuado por Sergio Castellitto en un registro casi circense (no parece casual la aparición de Roberto Benigni), el papá de Caterina trata a la mamá (Margheritta Buy, la magnífica sorella de Fuera del mundo) como si fuera una idiota. Y ella se comporta como tal. Al menos, hasta que –milagro del guión– termine revelando todo lo que mantenía oculto bajo la máscara.
En cuanto a la protagonista, su indecisión vital se ve expresada por la presencia de dos compañeritas que funcionan como modelos contrapuestos: la concheta –hija de un ministro fascista aggiornato– y una hija de intelectuales, que por mucho que se presenten en la tele, en casa no dan pie con bola. El esquematismo de la propuesta se remata cuando el facho y el zurdo se van abrazados, abandonando a su suerte al papá de Caterina, que de acuerdo con esta serie de estereotipos vendría a funcionar como el famoso Hombre Común. Pero si fuera así, ¿por qué pintarlo como un payaso machista, prepotente, desubicado, resentido y arribista?

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