SOCIEDAD › UNA ENCUESTA MUESTRA EL ESTADO DE ANIMO DE LA GENTE EN EL PAIS

Radiografía del humor social

Si bien la mayoría dice sentirse mejor respecto del 2002, las tres cuartas partes admiten el origen social de los problemas. Casi cuatro de cada diez tienen dificultades para dormir habitual o esporádicamente. Y casi la mitad, de concentración y memoria. La ingesta de tranquilizantes y antidepresivos.

“Me siento bien –dice el argentino–. En realidad –agrega–, tan bien no me siento porque tengo problemas para dormir, demasiadas veces me siento impotente o enfermo, desorientado, angustiado, a menudo me duele la cabeza y estoy muy contracturado. Tengo problemas de concentración, me falla la memoria y, sobre todo, estoy muy preocupado por lo que les puede pasar a mis seres queridos. Y –confiesa– hay hechos terribles, traumáticos, que siempre reaparecen como si el tiempo no hubiera pasado. Pero sin embargo –vuelve a sonreír el argentino– me siento bien, porque soy optimista: creo que estoy un poco mejor que mis padres y, sobre todo, que mis hijos van a estar mejor que yo. Cuando me acuerdo de la crisis de 2001, claro que ahora estoy mejor, y hacía mucho que no tenía tantas esperanzas como ahora. Al fin y al cabo, la salud mental de los argentinos, hablando en general, depende sobre todo de la situación del país. Pero eso es en general, es para los demás porque yo igual me siento bien, porque yo... ¡argentino!” Este texto en primera persona puede sintetizar los resultados de una encuesta nacional sobre “los estados de ánimo” de los argentinos, que fue presentada en un congreso de salud mental.
La encuesta fue realizada, entre el 27 de junio y el 1º de julio de este año, por la consultora OPSM, dirigida por Enrique Zuleta Puceiro, y se presentó en el Segundo Congreso Nacional de Salud Mental, que finalizó el viernes en Mendoza. Se efectuaron 1100 entrevistas a personas mayores de 18 años, de distintos niveles socioeconómicos, en 65 localidades de todo el país. Cuando se les preguntó por su “situación de ánimo actual”, el 16,3 por ciento dijo sentirse “muy bien” y para el 51,2 por ciento la respuesta fue: “Me siento bien”. Un 23,3 por ciento contestó “regular”, un 8,1 “mal” y el 0 por ciento, nadie, consignó “muy mal”.
“Nunca en encuestas anteriores la proporción de ‘muy mal’ había caído a cero”, comentó Zuleta Puceiro, pero también señaló que se trata de “un optimismo basado en nada para aquellos que están en condiciones de exclusión o desventaja social”. Ese optimismo lleva al 51,2 por ciento de los entrevistados a suponer que, en el futuro, la situación de sus hijos va a ser mejor que la de ellos. Incluso, la proporción de los que creen que su situación es mejor que la de sus propios padres es del 44,2 por ciento, superando al 39,5 que considera estar “peor” que sus padres.
“La Argentina está en un momento en el cual la gente cree que las cosas, y su propia situación personal, van a mejorar –resumió Zuleta Puceiro–; la gente quiere creer, está proyectada hacia adelante. Es una situación parecida a la de 1993, cuando había en la economía un clima triunfalista. La gente es optimista porque las causas de su desánimo son económicas y en ese plano la percepción es positiva.”
Sí, las causas que se atribuyen al malestar personal son económicas: entre los que se sienten de “regular” para abajo, el 22,2 por ciento lo atribuye a “motivos económicos”, el 18,5 por ciento a problemas en su trabajo y el 11,1 por ciento a que no consigue trabajo. Sin embargo, el 61,6 por ciento se siente “mejor” que durante la crisis de 2002.
Dicen que están mejor, pero ¿cómo están realmente? Para tener una noción de esto, los encuestadores incluyeron una serie de preguntas elaboradas a partir de las que los médicos hacen a sus pacientes para detectar depresión y angustia. Un dato que llamó la atención fue que más del 25 por ciento de los encuestados reconoce padecer “confusión para pensar” y que en el 4,3 por ciento esta confusión es “habitual”. Los problemas para dormir afectan a casi el 40 por ciento de la muestra. Casi el 55 por ciento sufre “sentimiento de impotencia” y el 10,4 lo padece “habitualmente”. Los que padecen aislamiento y abandono son relativamente pocos: el 1,6 por ciento en forma habitual y el 17 por ciento en forma esporádica, y esto sugiere una afortunada conservación de las redes sociales. Pero casi el 90 por ciento siente “intensa preocupación por otros” significativos, lo cual se vincula con la precariedad social y laboral. Casi el 40 por ciento sufre por “recuerdos muy vivos de algún evento traumático”; casi el 25 por ciento es atormentado por la culpa y más del 45 por ciento se angustia. Los síntomas somáticos más habituales relacionados con el estrés son ampliamente padecidos: casi el 60 por ciento de los encuestados tiene contracturas y casi el 50 por ciento tiene dolores de cabeza.
El 47,1 por ciento de los encuestados buscó alguna vez ayuda especializada para sus malestares, y la gran mayoría de éstos, el 65 por ciento, recurrió al médico clínico, lo cual podría vincularse con el alto consumo de psicofármacos (ver nota aparte).
En cuanto a los problemas que afectan personalmente a los encuestados, “las causas más fuertes son externas sociales: los bajos salarios, la desocupación y –remarcó el director de la encuesta– la percepción de ‘falta de justicia’, compartida por el 44,2 por ciento, y de ‘impunidad de los delitos’, señalada por el 43 por ciento”. De acuerdo con esto, tanto como el 75,6 de los encuestados estima que el origen de sus problemas es “social”, antes que individual.
Las respuestas a la última pregunta de la encuesta revelan una discrepancia notable: interrogado sobre si la situación del país incide negativamente en la salud mental de sus habitantes, el 75,6 por ciento contesta: “mucho”; pero sólo el 23,3 por ciento admite que la situación del país incida “mucho” en su propia salud mental. “La idea es que los vulnerables son los otros, no uno mismo –comentó Zuleta Puceiro–: los demás son los vulnerables, dependientes, heridos y castigados por la crisis pero que uno mismo está mejor. Esta actitud excepcionalista, esa idea de que los demás están mal pero yo estoy mejor, forma parte de los mitos argentinos.”

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