SOCIEDAD › UNA TARDE EN PALERMO CON EL AGUA AL CUELLO

“Acá te sentís en Venecia”

Pasa un colectivo y una ola de por lo menos 40 centímetros entra en una zapatería de Santa Fe. Desde adentro, Roberto Ailán y Alejandro López la enfrentan con dos secadores de piso. “Es imposible”, repiten mientras lo siguen intentando. “Lo mismo pasó a la mañana y se nos mojaron todas las cajas de zapatos que estaban en el piso”, cuenta Roberto mientras señala una montaña de cartón empapado. Son cuatro y no dan abasto con el agua, que poco antes desbordó la barrera de contención de unos 50 centímetros de alto que hasta ese momento cualquiera hubiera jurado que era hermética.
Desde ahí, a pocos metros de Santa María de Oro, toda la avenida Santa Fe se convirtió en un río que parecía desembocar en Juan B. Justo. En el cruce con Humboldt, un VW Gol flotaba desde la mañana y chocaba contra las tablas de un local que nunca llegó a abrir sus puertas.
“Te sentís en Venecia: todo flota y en cualquier momento nos hundimos”, suelta Teresa sin ocultar la impotencia. Al lado, una mujer de elegante traje se detiene frente a la vereda inundada camino a la estación de tren. Evalúa el territorio, mira el reloj, se saca los tacos y avanza con el agua a la rodilla. Hasta el mejor de los paraguas se convirtió en un objeto inútil ante la lluvia de ayer: “El pelo lo tengo bárbaro pero la ropa y los zapatos no sirven más”, ilustró Lorena y cerró el suyo.
Caos. Esas cuatro letras fueron repetidas ayer en muchos puntos de la ciudad. En auto, en colectivo, a pie, en las casas o en los negocios, nadie quedó a salvo de la tormenta. “Es todo un gran quilombo”, resumió Darío Ferne desde el volante. “Vengo de Libertador. Vayan para allá a la altura del Hipódromo que no van a encontrar burro vivo. Se les tienen que haber ahogado todos”, agregó el joven que dos horas antes había salido de su trabajo en Retiro y todavía intentaba llegar a Belgrano.
El caos era una sensación muy cercana al paisaje: los autos esquivaban un árbol caído en Charcas y Darregueyra mientras Hugo Díaz, encargado del edificio de enfrente, señalaba otro a punto de caer. Los autos seguían pasando sin dejar de tocar bocina, unos por arriba de la vereda, otros de contramano y algunos marcha atrás. En tanto, el semáforo de Uriarte y Paraguay titilaba en amarillo. No importaba mucho porque otro auto se había quedado en el medio de la calle así que de cualquier manera nadie podía cruzar. Cerca, una mujer buscaba desesperada el camino alternativo del 19 porque la parada habitual estaba inundada, los taxis se negaban a cruzar Juan B. Justo por miedo a quedarse y el subte no funcionaba.
Eran más de las 18 cuando parecía que la lluvia daría un respiro. Pasó un rato y cerca de las 19 volvió a llover con furia: una chica levantó la cabeza como buscando una explicación: “¿De dónde sale tanta agua?”, dijo en voz alta y sin destinatario a la vista.

Informe: Paula Bistagnino.

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