SOCIEDAD › LOS ALUMNOS CUENTAN LA EXPERIENCIA EN PRIMERA PERSONA

Aprender a hablar cuando cambia la vida

Mapas, abecedarios y afiches preparados por los estudiantes cuelgan de las paredes del aula donde decenas de refugiados de distintas latitudes aprenden español. Allí se ven fotos de Siria, Kazajistán, Ucrania y Libia, referencias a sus costumbres, a su organización política y a su ubicación geográfica. Cerca del pizarrón, sobre un escritorio, la computadora cumple el rol fundamental de contar con imágenes lo que para los recién llegados es difícil poner en palabras. “Las clases suelen ser muy ricas más allá del aprendizaje de gramática o vocabulario en español, incluso las docentes aprendemos muchísimo de las historias que comparten nuestros alumnos”, cuenta Florencia Genta, una de las docentes. Para un refugiado, las herramientas del curso resultan claves para la adaptación. “La vida en Argentina es muy distinta, por eso este curso nos resulta tan importante, nos permite conocer mejor el país”, sostiene Bassel Hjeir, llegado hace cuatro meses de Siria. Uno de sus compañeros, Gensly Desrosiers, que llegó de Haití hace 4 años, explica que “la posibilidad de conocer gente cuando recién llegás del extranjero es muy valiosa, acá hicimos muchos amigos y algunos hasta encontraron pareja de otros continentes”.

Hjeir terminó la escuela secundaria en Damasco, la capital de Siria. En septiembre de 2015, con 19 años, dejó su país para estudiar Medicina en la Universidad de Buenos Aires. “Cuando me subí al avión no conocía nada de Argentina, solo sabía que acá vive mi tío y había visto algunas fotos. Como no estoy yendo a clases, me dedico a caminar por Buenos Aires, de la que tampoco sabía nada pero resultó que me gusta mucho”, cuenta. Bassel llegó al país en el marco del Programa Siria, implementado por la Dirección Nacional de Migraciones en octubre de 2014 para “dar una respuesta concreta a la grave crisis humanitaria” que se vive en ese país árabe. Cuando se creó el programa, los refugiados sólo podían venir al país si su “llamante” o “requiriente” era un familiar, aunque desde septiembre del año pasado el lazo filial dejó de ser un requisito y la iniciativa sumó algunas facilidades.

En español afrancesado, Gensly relata su llegada. Fue el 12 de septiembre de 2012, dos años después del terremoto más fuerte que castigó a Haití en los últimos tres siglos. Ese episodio –del que se cumplió un nuevo aniversario el 12 de enero– tuvo consecuencias devastadoras en términos naturales y agravó la situación económica de su país. “En Haití hay trabajo, pero no para todos, por eso muchos deciden irse. También porque la educación es mayormente privada”, señala Desrosiers. De acuerdo con la red Iniciativa de Investigación en Privatización de Educación, en Haití, el 90 por ciento de las instituciones educativas son privadas y aquellas que subvenciona el Estado tienen una matrícula acotada. En Argentina, Gensly pudo cursar la carrera de Enfermería en la Universidad de Avellaneda (Undav) y está a dos materias de recibirse. “Eso me gustó mucho de este país, todos los jóvenes que tienen ganas de estudiar, pueden hacerlo, es muy valioso”, sostiene.

Recién llegado, las experiencias fueron diversas. “Al principio, si me perdía en la ciudad y necesitaba consultar a alguien por la calle, me cruzaba con personas que quizá ni siquiera me respondían”, recuerda. De todas maneras, aclara, “hubo mucha más gente preocupada por integrarme, entre ellos los profesores de este lugar, siempre muy atentos con nosotros”.

Para el joven haitiano, dominar el idioma no fue un problema, ya que, de acuerdo al sistema educativo francés que se aplica en su país, los alumnos deben estudiar de manera obligatoria un segundo idioma que puede ser inglés o español. “Vine con algunos conocimientos del idioma porque desde chico me gustaba mucho. Igual es muy difícil seguir a un argentino en lo que está diciendo, al principio no les entendés nada”, comenta. Sin embargo, su principal complicación no fue la barrera idiomática, sino encontrar un lugar donde vivir. “Un extranjero no puede alquilar en Buenos Aires y queda obligado a instalarse en hoteles y pagar estadías que muchas veces son igual o más caras que un alquiler”, explica Gensly, para quien instalarse en un departamento resultó imposible por la falta de garantía en la ciudad. “De todas maneras, a pesar de las cosas difíciles y extrañar a la familia, estoy contento en Argentina y el esfuerzo ha valido la pena”, concluyó.

Informe: Paz Azcárate.

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