SOCIEDAD › POR QUE IAN MCEWAN

Fin de una etapa

Por S. A.

Cuando se editó su novela Expiación, produjo una de esas raras ocasiones en las que el elogio unánime y la excelencia literaria acompañan a un gran éxito comercial. El protagonista de este milagro, como él mismo lo llama, es un inglés de 56 años que vive en una hermosa plaza rodeada de edificios construidos en el siglo XVIII. En el salón, con chimenea de mármol y los muebles imprescindibles, un par de grandes sofás enfrentados, y una enorme mesa entre ellos, Ian McEwan, uno de los cuatro o cinco escritores que definen la novela inglesa de comienzo de este siglo, comenta que el traslado desde Oxford, donde antes vivía, y las interminables obras lo ayudaron a olvidarse definitivamente de Expiación. “Antes de regresar a la escritura, esa novela ha debido morir; lo que pasa es que ha sido una muerte lenta. Los personajes se mantenían en mi imaginación de forma persistente.”
Al preguntarle qué clase de reto se le presenta a un escritor en su situación, y cómo afronta la curiosidad que sin duda provocará una próxima obra, McEwan responde que es muy consciente de que el doble éxito que ha obtenido es muy raro, que no suele producirse que una buena obra literaria –se ha dicho que Expiación es su mejor novela– sea también un éxito de ventas. Cree que debe cuidarse de las presiones de los editores, que, naturalmente, querrán repetir la jugada; pero piensa que todo eso está superado y que ha vuelto a escribir con libertad. Al decirle que, se ponga como se ponga, un nuevo libro será un gran desafío y que quizá, inconscientemente, con sus argumentos lo que intenta es conjurar el miedo, se ríe y dice que tal vez sea así. “Pero este año van a empezar a filmar Expiación”, añade, como si llevar la historia al cine fuera la señal inequívoca de un fin de etapa.
McEwan es un hombre amable, socarrón, con un sentido del humor cálido y penetrante. Los ojos tras las gafas sonríen casi siempre y miran con curiosidad; el cabello escaso, liso, le sirve para tener una mano ocupada mientras lo aparta de la frente. La piel, muy blanca, acaba por completar la imagen, hasta cierto punto típica, de un profesor inglés que enseña en la universidad. Siempre, al describirlo, se añade algo referente a su timidez, lo cual también es típicamente inglés en un autor que con sus primeros libros se atrevió a tratar los temas de moral, las buenas costumbres y la violencia, como le venía en gana.
Nunca aparece, en el rato que estamos con él, la menor señal de envaramiento, y al despedirse te llevas la idea de que es un hombre a quien le gusta mucho lo que hace, que sabe disfrutarlo y no volverse loco por nada. En cierto modo, McEwan es un hombre de vuelta de muchas cosas y en paz consigo mismo.

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