SOCIEDAD › LEONARDO BELDERRAIN, BIOETICO

“Un estilo inmoral”

 Por Mariana Carbajal

El sacerdote Leonardo Belderrain se horroriza por el caso de Terri Schiavo tanto como por la reciente muerte de un preso en el penal de Bahía Blanca por falta de atención médica. “Hay dos estilos inmorales de muerte: la distanasia, que es la prolongación indebida de la agonía por sobreatención médica, y la mistanasia, que es la muerte por abandono social. Los que estudiamos bioética nos hemos dado cuenta de que son un correlato. En los países con un capitalismo salvaje hay sobreatención de pacientes pudientes (con un paciente de buena cobertura se salva una clínica), como ocurrió con Terri, y por otro lado, la desatención de las masas”, dice Belderrain, doctor en Bioética y coordinador de la Cátedra de Teología de la Liberación de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. A su entender, posturas como la de los padres de Schiavo tienen que ver “con el nuevo tabú que en este siglo es la muerte”.
–¿Cómo analiza la actitud del presidente Bush?
–Resulta muy curioso que haya interrumpido sus vacaciones para dirimir si seguir sobreatendiendo a Terri porque es una muerte que a él le preocupa. Los grupos pro life que lo acompañaron son los mismos grupos que apoyaron la invasión a Irak. Tengamos en cuenta todas las vidas, la de los que mueren de hambre, la de los que son invadidos en Irak, y no sobredimensionemos la vida de los que, en última instancia, se están muriendo por una enfermedad, porque ya murieron.
–¿Quién tiene derecho a decidir qué medida tomar sobre un paciente en estado vegetativo persistente?
–Para la bioética siempre va a haber dilemas éticos en relación con la ortotanasia, que es la dignidad del buen morir, sobre todo cuando no se firmó un testamento de agonía. El buen morir tiene que ser garantizado desde la Justicia en la distribución de la asistencia médica. Por un derecho humano básico inalienable, el paciente terminal tiene que ser atendido con el máximo aggiornamiento de la medicina, que hoy son las unidades de cuidados paliativos. Debe recibir atención bajo las tres “D”: desesperado, descontrolado, deseperanzado. Desesperado implica atención psiquiátrica para enfrentar el estrés postraumático que genera esta situación; controlado significa una buena atención analgésica y clínica, y desesperanzado exige cuidado espiritual del paciente y de su grupo familiar. Si están estos recursos, se puede garantizar la dignidad del morir. Si no vamos a seguir ante un espectáculo triste como se ve en Estados Unidos y otros países desarrollados, donde hay una sobreatención de los pacientes pudientes y la desatención de las masas. El 80 por ciento de la población que muere con cáncer lo hace con un dolor notorio que se podría haber controlado.
–¿Cómo se resuelven situaciones en las que los familiares no se ponen de acuerdo?
–En estas situaciones dilemáticas vienen bien las unidades de cuidados paliativos, los comités de ética, los bioeticistas.
–¿Está bien que un presidente pretenda legislar sobre un caso particular?
–El Estado debe velar por que se cumplan los mínimos básicos no discutibles en materia de atención médica y que lleguen a todos. La sobreatención se debe acotar con la buena atención de las unidades de cuidados paliativos. Está estudiado que en la medicina popular del norte argentino existía la figura del despenador. Era quien daba como un golpecito de karate cuando el paciente tenía mucho dolor, y quedaba ya desconectado. Nadie dudaba de la moralidad del despenador. Tan es así que estaba estipulado que cobrara tres veces el jornal de un hachero. Esto es lo que tiene que recuperar el paradigma de la medicina científica. Muchos oncólogos no derivan los pacientes terminales a unidades de cuidados paliativos para que puedan recibir atención en sus propias casas. Entonces, generan que se tengan que dirimir estas cuestiones en el hospital, donde puede haber una propensión a sobreatender.
–¿Cómo se entiende que los padres quieran mantener en estado vegetativo a un hijo por más de 15 años?
–Estas prolongaciones de la agonía tienen que ver con el hecho de sacarse de encima a la muerte cuando en realidad la llevan encima. El nuevo tabú en este siglo no es la sexualidad –de ella se habla permanentemente–, sino la muerte. Esto lo define muy claramente Poma Chedron, una budista. Ella cuenta que conoció dos tipos de muertes, una la del cementerio tibetano, y otra, la del cementerio parque. En este último está todo tapado, te sirven café, hay música funcional, parece un campo de golf: nadie sabe dónde está la muerte, nadie se permite llorar porque es cursi, dice. En el tibetano, hace tanto frío que a nadie se le ocurre enterrar un cadáver; pasan los buitres y se llevan los pedazos de cadáveres, una mujer grita desesperada, ves todo, la vida, la muerte. Y Poma Chedron termina diciendo: “Yo quiero vivir y morir en un cementerio tibetano, en un lugar donde no se tapa nada porque en la medida que puedo recorrer todo lo que me repugna y todo lo que me da alegría, trasciendo”. En la medida que lo tapo, ocurre lo que pasó en el penal de Bahía Blanca, donde el sábado un preso se murió por el abandono del Estado.

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