Las economías regionales extrapampeanas son circuitos agroindustriales con distinto grado de inserción internacional. Solamente tres de los circuitos principales, la fruticultura de pepitas, la citricultura y la vitivinicultura, exportaron en 2009 más de 2000 millones de dólares en blanco, a lo que debe sumarse el mercado interno, que supera holgadamente esta cifra. Quizás estos números no parezcan muy grandes cuando se los compara con la exuberancia de los circuitos cerealeros y oleaginosos, pero la situación cambia cuando se mira desde la perspectiva de los actores beneficiados.

La fruticultura de peras y manzanas, por ejemplo, ocupa un piso de 650 trabajadores directos cada 1000 hectáreas. La misma superficie con cereales y oleaginosas requiere un máximo de 10 trabajadores. La relación es, en el mejor de los casos, de 65 a 1. Luego, la mano de obra representa casi el 60 por ciento de los costos de producción. Esta relación explica la bonanza de las metrópolis de las economías regionales en la expansión de la post convertibilidad.

Si se enumera a las regiones partiendo de los circuitos señalados, pasando por el algodón, el azúcar, el complejo yerbatero, el tabaco, la emergente olivicultura, las uvas de mesa, el circuito lanero, los cinturones hortícolas, pareciera que albergan realidades muy distintas. Sin embargo, como fue expresado por Cash al momento de considerar en particular a muchas de estas economías, todas ellas ofrecen un núcleo analítico común: la relación comercial asimétrica (oligopsónica) entre una constelación de proveedores, los productores primarios independientes; chacareros, viticultores, farmers, agricultores con distinto grado de capitalización, y un pequeño número de procesadores-comercializadores; empacadores, jugueras, ingenios, bodegas, tabacaleras. La relación asimétrica entre estos actores se materializa (se fetichiza) en el precio. El precio recibido en la primera venta y la posibilidad de extracción de renta oligopsónica definen quiénes serán los actores que apenas podrán sustentar la reproducción simple de su capital, o ni siquiera, y quiénes los que accederán al ansiado círculo virtuoso de la reproducción ampliada y el crecimiento.

La importancia del precio de la primera venta, entonces, es singular y hasta la teoría económica más ortodoxa aconseja la intervención pública. Por esta razón fueron muchos quienes, en una economía poco acostumbrada a los sobresaltos, como el circuito frutícola norpatagónico, se entusiasmaron con la rápida intervención de la Secretaría de Comercio Interior. Guillermo Moreno actuó por pedido directo de la Presidencia en medio de un pico de tensión social provocado por los magros precios liquidados a los productores por la cosecha del año 2009. La secuencia de la intervención siguió algunos patrones clásicos del secretario. Juntar a todos los actores en una mesa, amenazar a las empresas con la intervención de la AFIP y de la Aduana y apretarlas con “contarles las costillas” o con afectar las ventas en el Mercado Central. Muchos empresarios se asustaron. Para poder actuar, Moreno también pidió que los productores le envíen sus denuncias individuales. “Poco sistemático, pero ejecutivo”, pudo haber pensado en su momento un observador imparcial. A casi dos meses de la intervención ya pueden evaluarse los resultados. Según pudo saber Cash, de casi cien denuncias enviadas a Comercio Interior sólo se resolvieron cinco. Los cinco ajustes en los pagos fueron realizados por empacadoras pymes. Ninguna de las grandes empresas, en su mayoría multinacionales, acató las presiones. Al mismo tiempo, algunos de quienes dirigen estas grandes empresas declararon públicamente su acuerdo con la intervención. Más allá de Comercio Interior, el accionar público en la economía resultó tan desprolijo que los subsidios “para pequeños productores” que todos los años se pagan desde Agricultura de Nación, por hectárea y contra la sola condición de título de propiedad, fueron cobrados este año hasta por el presidente de la cámara de las empresas exportadoras.

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