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Domingo, 24 de febrero de 2002

Schadenfreude, placer de dioses

 Por Julio Nudler

La Schadenfreude, el placer de dañar, es –ahora científicamente comprobado– un motor de la conducta económica de los humanos. Según cuenta The Economist, sendos investigadores de las universidades de Oxford y Warwick lo constataron mediante unos experimentos diseñados al efecto. Estos consistieron en formar grupos de cuatro personas, a los que se les entregaron sumas aproximadamente iguales de dinero. Los cuatro debían jugarse al azar su nueva riqueza en apuestas computarizadas. En cada caso, dos individuos salían con mayores caudales y dos con menos.
Tanto a unos como a otros se les otorgaba la posibilidad de gastar su dinero para reducir la suma obtenida por sus prójimos, no habiendo perspectiva alguna de que con ello se enriquecieran. Todo lo contrario: cada dólar destruido a otro jugador le costaría a quien lo lograse entre 2 y 25 centavos. Desde el punto de vista económico, sonaba irracional que alguien se empobreciera para perjudicar a otros. Pero, para asombro de los profesores Daniel Zizzo y Andrew Oswald, incluso al costo de 25 centavos por cada dólar eliminado, un 62 por ciento de los participantes pagaron por el privilegio de empobrecer a sus pares.
Con indulgencia podría interpretarse que actuaron guiados por un sentido de equidad. Pero otra hipótesis es que los movió la envidia, el resentimiento contra quienes, inmerecidamente, recibieron mucho. Y es que, según se presenta la cuestión, el hombre es un animal social, más preocupado por su lugar relativo y el status que por su bienestar, medido éste en términos absolutos. Incluso los ganadores opulentos deseaban, en el experimento, conseguir que los demás, tanto ricos como pobres, bajaran algunos escalones. Según los autores, los plutócratas (ese término que no se escucha en la Argentina desde los tiempos de Alfredo Palacios) esperan que los plebeyos, simplemente por celos, destruyan su riqueza. Por tanto, para preservar su rango, aplican la represalia preventiva.
Parece que a la puja distributiva la mueve la envidia, y que la explotación es mera defensa del status.

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