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Domingo, 15 de septiembre de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Baúl I y II

Sin plata

Puede haber actividad económica sin dinero ni bancos? No sólo es posible, sino que de hecho la hubo, y no por un año, sino por doscientos, y no en Marte, sino en la Argentina, en las provincias de Misiones y Corrientes, y no significó un deterioro sino una elevación moral considerable de las poblaciones autóctonas. Los misioneros jesuitas sacaron de las selvas y bosques a los guaraníes y los reunieron en ciudades. Siguiendo la propuesta de Aristóteles, les entregaron chacras en propiedad privada (abá-mbaé) y crearon áreas comunitarias (tupá-mbaé) de agricultura, artesanías, culto religioso, y aun de milicias defensivas, para protegerse de los “bandeirantes” paulistas. Educaron a los indios en técnicas agrícolas y en todo tipo de artesanías y oficios, incluyendo la música. Persuadieron a los pobladores y sus familias de trabajar media semana en sus chacras y de ellas extraer todos sus bienes de subsistencia, y el resto de la semana en el área comunitaria, para producir allí sus propias herramientas, alimentos y ropa para los impedidos de trabajar y todo tipo de manufacturas, armas y objetos para el culto. En los talleres del área comunitaria, quienes antes sólo sabían hacer arcos y flechas aprendieron pintura, escultura, orfebrería, platería, cerrajería, carpintería, tejido, relojería, y todas las artes y oficios mecánicos. En los talleres, según Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748), “cada uno trabaja en beneficio de la ciudad toda”. Los guaraníes, a través de la propiedad de la tierra que trabajaban, la educación, el empleo de instrumentos productivos y la división del trabajo, habían pasado de un “estado primitivo y rústico”, como decía Adam Smith, a un “estado civilizado”. Llegó a haber una treintena de tales ciudades y en una de ellas, Yapeyú, nació el libertador de tres países, José de San Martín. Los padres jesuitas, siguiendo ideas de Platón, Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, emplazaron sus ciudades bien lejos del “mundo civilizado”, para evitar la corrupción de las costumbres. Los guaraníes nunca usaron dinero, pero a través de su propio trabajo llegaron a crear una inmensa riqueza, no sólo medible en bienes, sino también la de ellos mismos como capital humano. Riqueza que atrajo codicia. El sistema económico global necesitaba extraer también de ahí “riqueza” en oro y plata y los directores de aquel experimento fueron expulsados en 1767.

 

El después

El director de este suplemento examinaba el domingo pasado el “reaseguro laboral fuera del Estado”, de quienes cambian el status de ministros de Economía por el de ex ministros. Algo así como la pregunta de Fito sobre “el amor después del amor”. Dicen los alemanes: “Man ist was man isst” (se es lo que se come), que puede entenderse como que uno actúa según espera que se haga aquel que nos da de comer, el que nos emplea. Una versión más vulgar es la argentina: “donde se come no se caga”. Debo usar estos términos, porque aquí “hacer cagadas” tiene el segundo sentido de realizar acciones contrarias a las esperadas por alguna institución o grupo de personas. No se puede trabajar para alguien o algo en contra de los fines del empleador. Si uno no está de acuerdo con el empleador, debe no aceptar el empleo o, si ya lo tiene, abandonarlo. Y si no, se expone a ser echado. Por ejemplo: un banco privado tiene por fin lucrar mediante contratos con sus clientes; no cabe esperar que el gerente de un banco filial de una matriz extranjera no actúe en estos momentos con la voracidad de un lobo, ultracortoplacista, depredando a sus clientes a fin de allegar ya mismo ganancias al accionista extranjero –canadiense, italiano o chino– que, hoy por hoy, ha visto disminuir en un tercio sus utilidades en dólares y amenaza con cerrar la filial argentina. Antes de cerrar la filial, probarán cambiar al gerente. ¡Pero éste tiene información! Y si se fue gerente de todo un país, peor: se tuvo acceso a una masa de información con la que sólo el Estado cuenta. Y desde siempre, todo el que espera extraer algún rédito del país supo el valor de la información. Hace 59 años, en setiembre del ‘43, cuando Prebisch, a la manera argentina (sin siquiera decírselo cara a cara), fue echado del Banco Central, “en cuya organización, diría, perdí mis mejores años juveniles”, él tenía en su cerebro toda la información económica del país; por años había ideado reformas económicas (el control de cambios, la reforma tributaria, los planes de 1933 y 1940) y la creación de instituciones (el BCRA). ¿Cuánto no valía esa información? Cuando bancos particulares le ofrecieron trabajar para ellos, en verdad le ofrecían comprar mercancía ajena. Tuvo la dignidad de negarse y optar por un sueldo de profesor universitario, que redujo su nivel de vida a un tercio, antes que vender una información que no le pertenecía. Un caso no imitado.

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