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Jueves, 7 de agosto de 2008

TEATRO › ROSTROS Y VOCES DE LA ESCENA INDEPENDIENTE SUB 35

“Uno puede vivir de lo que hace sin perder poesía ni calidad”

Cynthia Edul, Maruja Bustamante, Agustina Muñoz, Marcelo Mininno y Germán Rodríguez apuestan a llevar al máximo sus ideas creativas sin prejuicios en cuanto a formas, temas y estéticas y sorprenden por el poderío de sus proyectos artísticos.

 Por Carolina Prieto

“¡Cómo vienen las chicas: tan jóvenes y con tanta fuerza!”, dice Germán Rodríguez, 33 años, protagonista y codramaturgo del elogiado unipersonal Rodando, cuando se lo convoca para participar de una nota sobre la joven guardia del teatro. Y la afirmación no es exagerada: la nueva camada de dramaturgas es rica, diversa y muy contundente en sus planteos. Cynthia Edul, Maruja Bustamante (ambas de 29) y Agustina Muñoz (sólo 23 años) se destacan en el nuevo mapa teatral porteño con creaciones que están dando que hablar.

Ganadora del Premio Primera Obra de la Asociación Argentina de Autores, Miami, de Edul, viene de desembarcar en la sala El Cubo con un planteo tan desopilante como feroz: una familia acomodada saca, a pesar de sí misma, sus trapitos más oscuros al sol, mientras se dispone a disfrutar de unos días de vacaciones en pleno uno a uno. Un padre jugador y manipulador en extremo, una esposa que vive para consumir, un adolescente tarambana y una hermana que casi no habla, pero se la pasa vomitando, envueltos en una estructura dramática tradicional en la que ningún elemento queda suelto y todo se condensa en una escalada de vértigo y violencia que no necesita de golpes. El melodrama de Bustamante, Adela está cazando patos (los viernes a las 23 en el Abasto Social Club), se sitúa en la misma época y huele a las tragedias ocurridas en varias provincias del interior del país.

Ese cóctel de muerte, drogas, corrupción, poder e impunidad tan típico de los ’90, en una puesta que elude el naturalismo y se nutre del folclore del Nordeste con algunas gotas de Hamlet. Es que el espectro del padre de la protagonista, un alto funcionario presuntamente asesinado, se le aparece por las tardes travestido y le pide que investigue el crimen: es el Yací Yareté, el duende de la siesta formoseña. Tardes calurosas, surreales (la pileta es una pelopincho repleta de pelotitas azules de pelotero, que salpican cuando los personajes se zambullen con increíble soltura) y aires a La ciénaga, de Lucrecia Martel, de quien la autora y directora se considera fan.

Muñoz, la benjamina del grupo, despuntó el año pasado con Las mujeres entre los hielos –Primer Premio Nacional de Dramaturgia del Instituto Nacional del Teatro en 2006–: mucha sugestión y clima onírico para tres féminas que abandonaron a sus maridos científicos en Alaska y se ponen a recordar. Pero algo de esa blancura perdura, las sigue sosteniendo, más allá de los esfuerzos por dejar atrás el pasado. Este año, convocada para el Ciclo Decálogo del Rojas, Muñoz escribió Este amor es una fiesta, y en septiembre próximo estrena El calor de los cuerpos. “Me atraen los mundos extrañados, donde no todo está explicitado y donde es difícil saber qué les pasa a los personajes”, asegura.

Los muchachos no se quedan atrás. Rodando (lunes a las 21 en No Avestruz) es una suerte de road theatre: un hombre en silla de ruedas, traje claro, botas texanas, apenas un vaso de agua y un control remoto le bastan para generar durante cuarenta y cinco minutos una atmósfera alucinada que no le envidia nada a David Lynch. Domina los tiempos, los movimientos en el espacio, las pausas y las aceleraciones en una catarata controlada de palabras que deviene el relato de un rodaje en una ruta argentina, poblada de personajes y circunstancias. Rodríguez parece no forzar nada y, desde esa naturalidad, compone a un tipo de lo más artificial, embarcado en una narración que es casi un guión cinematográfico. Humor, dolor, absurdo asoman en el recorrido, mientras el intérprete se desdobla en relator y personajes; los planos de ficción se cruzan y el espectador ve toda la película.

A la cita no podía faltar Marcelo Mininno, 32 años, otro talentoso actor que acaba de debutar como autor y director con Lote 77 (jueves a las 21 y viernes 23.30 en el Teatro del Abasto). Mientras el país se partía en torno del conflicto de las retenciones, el chico nacido en Salto y con años de experiencia en la producción ganadera sorprendió con un montaje muy cuidado y complejo sobre la masculinidad. ¿Cómo se construye un varón? ¿Cuáles son los mandatos? Evitando los lugares comunes, Mininno desliza un paralelismo entre el trabajo bovino (las tareas que hacen a la crianza, selección y clasificación de los animales) y la construcción de la masculinidad. Entre los mecanismos que hacen de un ternero un toro o un novillo y los mecanismos por los cuales un chico deviene un hombre, iluminando un tema casi inexplorado por la escena local, en contraste con la proliferación de obras de temática femenina.

Tras un año de investigación y ensayos, el autor dio forma a un engranaje escénico muy dinámico, hecho de una pluralidad de puntos de vista en el que asoman las fisuras del modelo en cuestión. Las castraciones, los deseos, los arrepentimientos, los fracasos, las desilusiones.

–¿Cómo ven el panorama de la creación teatral actual de la que son protagonistas?

Germán Rodríguez: –En los ’80 y ’90 existía la necesidad de romper con ciertas estructuras. Ahora ya no tenemos esa presión; existe una mayor apertura y de algún modo tenemos más permiso para el juego y el humor. Creo que esto derivó en la diversidad de propuestas que hay.

Agustina Muñoz: –Hace un par de años tenía la sensación de que había una repetición constante. Sentí el riesgo de que todos nos empezáramos a copiar: mucha familia disfuncional, mucho conflicto en torno de las dificultades para comunicarse. Pero están apareciendo búsquedas más personales, mundos propios.

Cynthia Edul: –Coincido en que hay una mayor libertad. Ya no se trata de respetar un precepto estético, como la ruptura de la forma o la crisis del sentido, sino de asumir el propio imaginario, la propia identidad y escribir o dirigir desde ese lugar.

Maruja Bustamante: –Antes se hacía mucho teatro para la misma gente de teatro, para ganar prestigio. Con el surgimiento del Festival Internacional de Buenos Aires, se dio que muchos elencos viajaran al exterior. Era una forma de vivir del teatro. Pero la producción teatral creció tanto que es imposible que todos viajemos. Hoy los teatristas nos volcamos más a hacer lo que verdaderamente queremos, sin pensar tanto en el afuera. A mí, por ejemplo, me interesa hacer una obra inclusiva, que gente común la venga a ver, que los argentinos me vengan a ver. Y perdón que me ponga peronista, pero yo les escribo a ellos.

Marcelo Mininno: –Fuimos espectadores de toda esa movida y nos sirvió para que podamos encarar una búsqueda personal y pensar qué queremos contar. Por otro lado, ya no hay grandes paradigmas en el campo teatral, y esto hace que uno se sienta un poco más relajado al momento de crear.

G. R.: –No existe esa necesidad de enfrentamiento con generaciones pasadas, de decir: “Estamos haciendo otra cosa”. El esfuerzo está en sostener lo que uno quiere hacer desde un lugar auténtico. Muchos de nosotros nos formamos con Veronese, Tantanian, Zorzoli, Daulte o Spregelburd. Ellos hicieron espectáculos maravillosos y hoy los sigo viendo. Algunas cosas me gustan mucho, otras no tanto, como pasaba antes.

Para Maruja, rozar los treinta en los primeros años de un siglo no es nada fácil. “¡Qué desastre tener treinta años ahora! A comienzos del siglo pasado, ¿qué pasaba? Las vanguardias estaban cambiando todo. ¿Nosotros qué vamos a hacer?”, se pregunta y se contesta: “Sé que no tengo que estar preocupada por esto, pero igual me agarra el ataque”. “Si te lo tomás así es una condena. El tema de la novedad ya está”, le dice Edul para calmarla. Coinciden en que todo discurso es político y en que sus creaciones no están exentas. “Hace quince años casi no se hablaba de política. Hoy el tema está volviendo a nivel social y a nivel artístico. El Laboratorio de Teatro y Política que abrió el Rojas o varias obras recientes sobre el peronismo. Mismo Miami que, a pesar de tener pocas referencias a los ’90, claramente habla de una época nefasta”, retoma Cynthia, que el año pasado hizo Familia Bonsai, una comedia con toques fantásticos sobre otra familia en decadencia, a comienzos del siglo XX.

M. M.: –En Lote 77, al contar las historias de tres hombres de treinta años, sin querer hablamos de los últimos treinta años del país.

G. R.: –Rodando tiene una mirada crítica hacia la actitud del artista encerrado en sí mismo. Mi personaje sale a hacer su road-movie y no le importa nada, más allá de lo que él quiere hacer. Pero la realidad lo atraviesa y al no poder percibirla, finalmente no logra hacer nada interesante. Por otro lado, desde las condiciones de producción, hacer teatro independiente en nuestro país ya es de por sí político, en el sentido de resistencia. Los subsidios de Proteatro y del Instituto ayudan pero no alcanzan. Yo recién ahora, después de más de diez años de trabajar como actor, puedo vivir de mi profesión.

M. M.: –Somos como enfermitos. Estoy de gira por el interior con Chúmbale, a través del programa federal del Cervantes, y la plata que gano la pongo para seguir produciendo Lote, que está a sala llena y agregamos otra función semanal. Pero no me quejo de la enfermedad: hacer el teatro que me gusta con un equipo con el que comparto intereses y que la gente venga. ¡Es una fiesta!

Tienen mucho público, elogios de la crítica –aunque a veces prefieren la sinceridad del espectador común–, suman funciones, salen de gira, hasta algunos se animan a entrar en las cárceles (Rodando estuvo en la de Marcos Paz). “Se acuerdan del prólogo de Los Lanzallamas, de Arlt: “El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo”, dice Edul. Y hay mucho de eso, sumado al placer y al vértigo de seguir las propias intuiciones: una idea o una imagen que aparecen y piden ser exploradas hasta el final. “No hace falta tener un Rotenberg detrás para llevar adelante tu proyecto, aunque obviamente todo cuesta más. En mi caso, no hay una productora que pone dinero, todos colaboramos. Hasta mi mamá me regaló para la escenografía los telones del hotel. Funcionamos como una cooperativa absoluta”, agrega la autora de la obra que protagonizan Luis Ziembrowsky, Gabriela Izcovich y Violeta Urtizberea.

M. M.: –Yo trabajo con un productor, pero no en el sentido del que trae la plata, sino como quien organiza, administra los fondos que hay y hace que todo salga para adelante. De hecho ahora me tengo que ir para preparar el programa de la función: viene dentro de una bandejita envuelta en nylon como si fuera un churrasco de supermercado.

C. E.: –Se están dando cruces interesantes. Que una obra como Mujeres en el baño, de Mariela Asensio, pase de una sala del Abasto a un teatro de Corrientes y siga con mucho público es muy positivo. O que Santiago Gobernori, un creador del off, vaya a dirigir a un teatro comercial, también.

M. B.: –En este sentido, el ciclo Biodrama del teatro Sarmiento ayudó mucho: una sala oficial convocando directores del off, que en algunos casos hasta trabajaron con figuras conocidas.

G. R.: –La figura del productor teatral está tomando importancia. Y va de la mano con que la obra pueda pensarse como un producto, que uno pueda vivir de lo que hace sin perder poesía ni calidad artística.

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Los nuevos actores y directores ofrecen un teatro plagado de humor y familias disfuncionales.
Imagen: Sandra Cartasso
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