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Sábado, 15 de junio de 2013

DANZA › EL COREOGRAFO TIENE UNA PRESENCIA MULTIPLE EN CARTELERA, AQUI, EN URUGUAY Y BRASIL

Oscar Araiz, una especie de contraseña

En el Festival RojasDanza que se está llevando a cabo este fin de semana puede verse un programa compartido con varios títulos, pero además está presentando en el C. C. de la Cooperación Pulsos, una pieza que mezcla música contemporánea con el malambo.

Homenajes y montajes de sus obras en el exterior, estrenos y reposiciones en Buenos Aires. Así de movido es el presente de Oscar Araiz, el coreógrafo nacido en 1940 que impulsó como pocos la danza local. Dirigió el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, el Ballet del Teatro Argentino de La Plata y el Ballet Estable del Teatro Colón, además de su propia compañía, el Ballet de Bolsillo. Desde hace unos años, está al frente del Area de Danza de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam) y, con el Ballet de esta institución, estará de lo más activo estas semanas. Por un lado, en el marco del Festival RojasDanza, ofrecerá un programa compartido que comenzó anoche, integrado por Noche de ronda, una nueva versión de la pieza con boleros interpretados por Elvira Ríos (estrenada hace más de diez años junto al cuerpo de baile del San Martín); y por Sonidos negros, un trabajo con música de Piazzolla (tres de las Canciones porteñas que compuso con textos de Borges), Gershwin y Memphis La Blusera. Por otro lado, en el Centro Cultural de la Cooperación, los jueves de junio y julio a las 20 en la Sala Solidaridad, el elenco interpretará Pulsos, en el que se articulan dos universos aparentemente distantes: el malambo argentino y la música contemporánea. Las tres creaciones cuentan con un plus de sofisticación, buen gusto y humor: el vestuario de la artista plástica Renata Schussheim, colaboradora fiel y amiga de Oscar.

La influencia de Araiz se expande más allá de las fronteras. El Ballet Nacional Sodre de Montevideo, dirigido por Julio Bocca, acaba de estrenar La consagración de la primavera, de Stravinsky, en versión de Araiz, en un programa que se completa con obras de dos estrellas de la danza a nivel mundial, el checo Jiri Kylián y el estadounidense William Forsythe. “Fue un honor que una obra mía se haga junto a las de creadores como Kylián y Forsythe. ¡Un gran placer! Y ver cómo mi obra se modifica en cada montaje”, asegura el artista en diálogo con Página/12. “Será porque el tema de La consagración... es precisamente el cambio, la renovación de las cosas, que se modifica en cada montaje. Es una obra de proyección muy amplia, que puede pensarse como la transformación de la vida, de la biología, de la historia, de la política”, opina. Y un poco más arriba en el continente, en la ciudad brasileña de Belo Horizonte, el Ballet Jovem do Palacio das Artes abrió la temporada con un programa dedicado a los argentinos que dejaron marca en ese país. La compañía estrenó obras de Araiz y de otros argentinos como Luis Arrieta y Gustavo Molajolli. “Hicieron Cantares, una obra que creé para un elenco femenino con música de Ravel. Fue un lindísimo reconocimiento que me permitió reencontrarme con gente con la que trabajé, como el grupo Corpo, que debutó cuando montamos hace más de treinta años María María”, reconoce.

Desde su mirada, algo une sutilmente las dos obras (de casi treinta minutos cada una) que ofrecerá en el Festival del Rojas hoy 15, 19 y 22 de junio a las 21 en la sala Batato Barea: “El color, la negrura, los lamentos”, asegura. En Noche de ronda, la apuesta es reflejar el sentimentalismo de los años ’40, que tan bien expresó la mexicana Elvira Ríos. A diferencia de la versión que hizo con el Ballet del San Martín, ésta es más despojada y abstracta. “No es una recreación histórica de la época”, aclara. “Más bien trabajamos desde una base mínima de movimientos y gestos que aparecen como recortados, superpuestos o deformados. Yo tengo una mirada muy amorosa por ese mundo femenino, el de nuestras madres y abuelas, con sus pasiones y emociones intensas por momentos casi al borde del ridículo.” A lo largo de la pieza, diecisiete boleros hilvanan la coreografía en la que participan dieciséis bailarines. Más que trabajar con dúos y tríos, Araiz se vuelca por ensamblar todo el elenco y, en todo caso, que cada uno se destaque por sus características personales. “Cada bailarín tiene una personalidad y una presencia propias. Me interesa que esos rasgos pueden aparecer desde lo grupal”, explica. En Sonidos negros, el movimiento se vuelve más rico, más completo. “Es una pieza más danzada, hasta aparece algo de tango. Tiene una continuidad musical: desde Astor, que estuvo influenciado por el jazz, luego Gershwin y por último Memphis. Y hay algo elegíaco y melancólico en ese mundo masculino que asoma”, advierte.

Pulsos, la obra que sube a escena en el Centro Cultural de la Cooperación, es el resultado de un proceso de investigación de los alumnos de la Unsam. En este caso participan nueve bailarines, expertos en malambo. Pero nada de música folklórica: Araiz eligió un fragmento de un ópera de John Adams, Nixon in China; es un pasaje marcado por contrastes de climas, algunos serenos y otros salvajes. ¿Qué tienen en común dos lenguajes aparentemente alejados como el malambo y los sonidos contemporáneos de Adams? Para el coreógrafo, la clave está en el ritmo y desliza: “Hay que verla con oídos y ojos desprejuiciados”.

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Araiz dirigió cuerpos de ballet en el San Martín, el Argentino de La Plata y el Teatro Colón.
 
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