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Sábado, 15 de junio de 2013

MUSICA › NOTABLE RECITAL DE BRAD MEHLDAU EN EL TEATRO GRAN REX

La austeridad al servicio del arte

Junto a Larry Grenadier en contrabajo y Jeff Ballard en batería, el magnífico pianista –uno de los mejores de las últimas décadas– dio muestras, una vez más, de una concepción musical que se sustenta en un trabajo de síntesis.

Podría parecer lo mismo, pero no lo es. Cierta sensación de perfección que muchas veces sería posible sintetizar con un compendioso “aquí no falta nada”, en otras oportunidades se supera y se explica mejor con un más terminante “aquí no sobra nada”. Escuchar a Brad Mehldau es una experiencia que tiene que ver con el anverso y el reverso de esta primaria idea de perfección. Su música concierta sin contrastes y con idéntica generosidad abundancia y austeridad, por lo que nada de lo que la va construyendo en su fluir se siente fuera de lugar y mucho menos suena superficial. Todo lo que se escucha resulta útil y suficiente.

El jueves, en el Gran Rex, el pianista entusiasmó a un público atento y caluroso con un concierto en muchos sentidos perfecto, que una vez expuesto en su formalidad se prolongó, prueba incontrastable de la sensación de perfección imperante después de casi una hora y media de música, con cuatro bises. Mehldau dejó en claro qué quiere decir ser uno de los pianistas más notables de las últimas décadas, y junto a Larry Grenadier en contrabajo y Jeff Ballard en batería dio muestras, una vez más, de una concepción del arte del trío que se sustenta en la síntesis. Para el trío, sacar suma más que poner, lo que con las asimetrías del caso en términos musicales podría transcribirse como escuchar más que tocar.

La arquitectura de tanta sutileza es también fruto de afinidades electivas y la comunión del trío, producto de prolongadas colaboraciones entre sus integrantes, se puso en juego desde el inicio del concierto. Mehldau expone el tema de “Great Day”, de Paul McCartney, con portentoso despojo. Grenadier y Ballard aparecen y desaparecen. La música parece viajar inmóvil de tan leve. Los planos se intercambian y reflejan en un sutil juego de claroscuros. De pronto el contrabajo se escucha al frente, con un solo. Grenadier no apela a estridencias y la articulación de su fraseo es delicada. Desde afuera hacia adentro, Mehldau puede encarar un solo merodeando en torno de la melodía, como quien prueba, antes de elegir las mejores notas para volver a componerla. Busca y encuentra a lo largo del teclado, desarrolla gestos que, principales o secundarios, se convierten en temas. De esos desarrollos surgen otros desarrollos que van modelando la forma. Aun en su complejidad, todo resulta siempre claro. La plasticidad en el empleo de las dinámicas y las admirables texturas que el pianista elabora con un sensible gusto por el contrapunto, se encuentran y dialogan con las de sus compañeros. En la batería, Ballard posee una notable gama de colores, que usa con mesura y efectividad; y Grenadier, con el arco o con pizzicatos, maneja en el contrabajo un particular sentido del canto, sin dejar de ser un sostén formidable.

El Mehldau compositor se alterna con el oyente de Los Beatles. Después de “Sehnsucht”, tema propio que forma parte del tercer volumen de The Art of the Trio, la versión de “And ‘I Love Her”, de Lennon y McCartney, resultó otra muestra de esa economía encantadora que indaga en los umbrales del sonido y consagra un intachable gusto por la melodía; del mismo modo que “Dexterity”, de Charlie Parker, fue entre otras cosas una muestra de que el bop no necesariamente debe ser contorsionismo.

Más por su espesor que por su duración, un concierto dentro del concierto fue el momento de “Ten Tunes”, tema de Mehldau. El arte del trío llegó a uno de sus extremos posibles, jugando un virtuosismo que como sucedió durante toda la noche trascendió lo técnico y el firuleteo para armar su viaje hacia la propia forma desde el centro del motivo y sus desarrollos, uno de los tópicos con los que Mehldau mejor refleja su declarado amor por Brahms, por ejemplo. Fue además el momento del monumental solo de Ballard, que Mehldau escuchó como un espectador más, sentado sobre su taburete con las piernas cruzadas, como practicando yoga, produciendo una de las imágenes más amables de un concierto que hacia el final prolongó su perfección con “Where Do You Start”, la balada de Johnny Mandel que da nombre al último disco del Brad Mehldau Trío, que era, a fin de cuentas, lo que habían venido a presentar. Otra perla.

Los aplausos y los bises, entre ellos “Midnight Rider”, de los Allman Brothers Band, y “Monk’s Dream”, de Thelonious Monk, se sucedieron varias veces, reafirmando la posibilidad de nuevas ecuaciones entre las partes y el todo.

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Mehldau dio un concierto perfecto en muchos sentidos.
 
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