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Miércoles, 16 de julio de 2014

CULTURA › LUISA VALENZUELA SERá DECLARADA CIUDADANA ILUSTRE

Un amor bien correspondido

La escritora recibirá la distinción hoy a las 18 en el salón San Martín del Palacio Legislativo. Allí, Gwendolyn Díaz Ridgeway hablará sobre la obra de Valenzuela, uno de sus cuentos será representado por María Héguiz y sus nietos cantarán una canción de su autoría.

 Por Silvina Friera

La voz que trasgrede los límites empuja y arriesga más, siempre escarbando en la ciénaga del lenguaje. En cada libro que escribe pone todo el cuerpo “para romper viejos moldes a cada paso, a cada vuelta de hoja”. Si hay un meollo secreto, algo que está más allá de las palabras, la primera en explorar esos lugares incómodos y desafiarlos es Luisa Valenzuela, que será declarada Ciudadana Ilustre de la Ciudad hoy a las 18 en el salón San Martín del Palacio Legislativo. ¿Qué significa para la autora de Hay que sonreír, El gato eficaz, Cola de lagartija y Novela negra con argentinos, por mencionar apenas un par de títulos de una obra descomunal, esta distinción? “Una flor invisible en la solapa, diría si quisiera atender a mi faceta más irónica, pero la verdad es que significa una enorme alegría por dos motivos. El primero es que mi candidatura fue propuesta por alguien a quien admiro, la legisladora socialista Virginia González Gass, licenciada en Letras y gran conocedora. El segundo motivo, más íntimo, es la sensación de amor correspondido. Amo a Buenos Aires, de joven la sentí muy, muy mía. Con esta distinción, es como si la Ciudad me retribuyera, reconociéndome. Y, ahora que lo pienso, sí, una cocarda para que ya no vuelvan a preguntarme ‘¿Estás ahora por acá?’, como si nunca hubiese regresado”, cuenta Valenzuela a Página/12.

Cuando González Gass le anunció que sería declarada Ciudadana Ilustre, lo primero que le vino a la mente fue su infancia porteña en los años ’40. “La casa de la esquina llena de escritores, esa manzana de Belgrano que era todo mi mundo y que colmé de aventuras. Y después, cuando tuve edad para que me dejaran cruzar las calles y deambular por los barrios, el ir descubriendo todos los mundos en las manzanas distantes. Y sus calles arboladas, los bajos fondos de antes, los cafés y la amistad que circula, los tacheros. Y cierto puente peatonal que fue demolido y que espero recuperar: por la calle Pampa cruzaba la autopista y las vías del tren nos dejaba de cara al río. Y, por ende, ese río que no siempre miramos.” Valenzuela confiesa que está pasando por “un momento de producción masiva” del que está orgullosa y asombrada. “Espero que esto no signifique un coronamiento, sino un incentivo para seguir escribiendo. ¡Las veces que habré dicho que no iba a escribir más! Hasta que me di cuenta de que ésta es mi única forma de estar en el mundo”, plantea la escritora, cuya obra ha sido traducida al inglés, alemán, francés, portugués, holandés, japonés y croata, entre otros idiomas. “Terminé el libro Entrecruzamientos entre (Julio) Cortázar y (Carlos) Fuentes, que me resultaba infernal mientras lo iba componiendo y ahora, habiendo corregido ya las pruebas, lo siento celestial, y terminé un pequeño libro titulado El entusiasmo, sobre la enseñanza de las artes, y estoy metida de cabeza en uno sobre esa pasión de mi vida que son las máscaras y que debo entregar a fines de agosto. Imaginate qué añito... y apenas estamos en la mitad.”

¿Cómo es su relación con Buenos Aires? ¿Oscila entre el amor y el espanto? “Más que oscilar, la cosa suele venir mezclada. Sobre todo en mi caso, que fue uno de vaivén, y que cada tanto hube de abandonar la Ciudad del alma con dolor, para regresar y encontrarla totalmente desalmada, desnaturalizada. Pero en algún lugar la Ciudad me brindó una forma de apoyo y me generó escritura, que a medida que pasan los años me doy cuenta de que es mi verdadero motor de vida. En pocas palabras: la dejé, desgarrada, cuando me casé a los 20 años con un francés y me fui a vivir a París. Extrañaba tanto que escribí una primera novela, Hay que sonreír, desaforadamente porteña. Volví y me metí de cabeza en la Ciudad porque ingresé en el periodismo y las notas me llevaban a todos sus rincones. Me fui nuevamente a principios de los ’70 y cuando volví me encontré con la Buenos Aires del espanto de la Triple A y me sumergí en sus cafés para escribir en un mes los cuentos de Aquí pasan cosas raras. Volví a irme en el ’79 y a mi vuelta, diez años después, me agarró el golpe de Estado económico que le hicieron a (Raúl) Alfonsín, hiperinflación y carapintadas y tutti quanti. Ahí me encerré y escribí la breve novela Realidad nacional desde la cama. Así la cosa, Buenos Aires se asoma en casi todas mis páginas, hasta las que transcurren en Barcelona o Nueva York”, explica Valenzuela.

Aunque tiene escrito un texto para la ocasión, anticipa que seguramente improvisará. “Son tantas las cosas que quiero decir en agradecimiento... Por eso les he dejado lugar a otros, para armar lo que siento será un homenaje a la Ciudad: Gwendolyn Díaz Ridgeway, profesora en Texas que acaba de terminar un libro de cuentos titulado Buenos aires noir, dirá unas palabras sobre mi obra; María Héguiz, la actriz y narradora social, representará mi cuento ‘Tango’. Y, como soy ferviente cultora de la patafísica, cuyo principal principio es no tomarse lo serio en serio, mis nietos Gaspar y Rafaela Correa Marjak interpretarán una irreverente canción de mi autoría, ‘Ponerlo en vereda’, con música de Gaspar y proyecciones de dibujos de mi hija Anna-Lisa Marjak. Recurrí a mis afectos para demostrar mi afecto, ¿se entiende?”

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“Buenos Aires me brindó una forma de apoyo y me generó escritura”, afirma Valenzuela.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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