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Sábado, 15 de mayo de 2010

OSCAR MARTíNEZ FRENTE AL ESTRENO DE EL DESCENSO DEL MONTE MORGAN

Plan de protección de la bigamia

El actor protagoniza la que acaso haya sido la última obra de Arthur Miller. Martínez, admirador del dramaturgo estadounidense, sostiene que El descenso... “sigue siendo una obra cuestionadora del orden social, de nuestras concepciones sobre las relaciones amorosas”.

 Por Hilda Cabrera

No estaría mal crear una póliza de seguro de abandono y llamarla Plan de Protección de la Bigamia. El empresario de seguros Lyman Felt se halla postrado en una cama de hospital y alucina. El hombre se estrelló con su auto bajando un monte. El comienzo de El descenso del monte Morgan parece un chiste, y es que el accidentado, bígamo sin culpa, imagina estar dando una charla de trabajo. “A diferencia del personaje de Willy Loman, el corredor de seguros de Muerte de un viajante, Lyman es un empresario multimillonario”, observa el actor, director y autor Oscar Martínez, protagonista de, acaso, la última obra de Arthur Miller (1915-2005), escrita en 1991, pero con versiones posteriores que la acercan o superan al año de escritura de Cristales rotos. Dirigida por Daniel Veronese, El descenso... se estrena hoy en el Teatro Metropolitan II. “Toda mi vida quise hacer un Miller; lo que nunca esperé fue estrenar un Miller inédito en la Argentina”, confiesa el actor. Su comparación con el personaje de Willy Loman destaca, justamente, aquello que es característico en las piezas del autor estadounidense: los arquetipos sociales del exitoso y el fracasado, o el ganador y el perdedor. Miller lo explicita en uno de los diálogos que sostienen Lyman y su amigo Tom Wilson, a quien el convaleciente pide que lo saque del brete en el que se ha metido a raíz del accidente, o sea del encuentro de las dos mujeres que acuden al hospital e ignoran ser esposas de un bígamo. Mientras el amigo le aconseja no seguir dando la imagen de un hombre fuerte, el postrado afirma no ser un perdedor, “porque no he vivido la vida de otro sino la propia”.

–¿Eso es suficiente para ser un ganador?

–La contestación de Lyman es “por más irresponsable que te parezca, ésta es mi vida y no soy peor que cualquier otro”. Algunos coincidirán con este punto de vista, otros probablemente difieran.

–¿De alguna manera pretende ser feliz?

–Exactamente, y la pregunta es si una persona puede ser feliz y al mismo tiempo hacer felices a los otros. Este es un dilema más profundo que el de ganar o perder en términos de economía social y jerarquía de clase. Lyman ha sido generoso con las mujeres, y en todo sentido. Ha sido buen padre, marido y amante, y ha hecho felices a las dos. En un momento dice a la esposa con la que convivió casi treinta años: “Me toleraste porque me quisiste, pero también por la buena vida que te di, ¿y eso qué tiene de malo? ¿Acaso no queremos tener comodidad y poder?”.

–Querer ser feliz es un deseo de todos los tiempos... ¿Ganar o perder socialmente es una disyuntiva de esta época?

–Miller tiene presente ese problema, y acá se refiere incluso a Freud y el psicoanálisis con ironía y de una manera muy actual. El descenso... tiene un contenido corrosivo y cuestionador de las relaciones personales, como, con diferentes enfoques, en sus obras más prestigiosas, Muerte de un viajante, Panorama desde el puente y Las brujas de Salem, de 1953.

–Pero aquí se centra en la bigamia...

–No hay otro tema que comprometa tanto a la sociedad como el de la familia. Muerte... es el mejor retrato de un modelo de sociedad y del llamado sueño americano. Y no sería tan buen retrato si no fuera al mismo tiempo una tragedia familiar.

–¿Por qué, en teatro, interesa tanto la familia?

–Porque allí entran lo social e ideológico y todas las pasiones humanas. Las obras de Miller y las de otros grandes, como William Shakespeare y Henrik Ibsen, tienen fuerte contenido político. Si pensamos, por ejemplo, en Un enemigo del pueblo, de Ibsen, junto a lo político está el conflicto entre dos hermanos enfrentados. Si este conflicto no existiera la obra perdería vigor; sería fría, una pieza de tesis, en cambio es un gran drama pasional.

–¿Y un testimonio de época que perdura?

–No sé si un autor busca deliberadamente el testimonio, creo que da testimonio con su creación. No sé si Ibsen o Samuel Beckett se lo propusieron, sin embargo, Beckett, por ejemplo, como Miller, lograron dar testimonio del siglo XX. Beckett con una obra más metafísica.

–Algo de eso hay también en Miller. El protagonista cometió el error de aventurarse por un camino peligroso; se accidenta y ya en el hospital puede morir o quedar allí no se sabe hasta cuándo, alucinando, mintiéndose.

–Eso es genial, Miller mezcla distintos planos y no queda claro cómo Lyman se va enterando de que sus mujeres están en la sala de espera, cómo imagina escenas en las que él participa sin estar y cómo las mujeres se enteran de la verdad. Miller mezcla aguas.

–¿Diría que El descenso... es aún hoy una obra conflictiva?

–Sigue siendo una obra cuestionadora del orden social, de nuestras concepciones sobre las relaciones amorosas y la monogamia. ¿Por qué un hombre o una mujer no podrían amar a dos al mismo tiempo?

–¿Le sucedió?

–No, pero conozco a otros que sí. Las razones del protagonista son atendibles, porque se casa, adulterando documentos por supuesto, tiene hijos y los quiere.

–¿O sea que es cuestión de cumplir con los deseos y no victimizarse, como ordena el refrán mencionado en esta versión: “Bájate de la cruz, que necesitan la madera”?

–Amar a un solo hombre o a una única mujer es un mandato. Uno se enamora más de una vez y yo soy una prueba. Es una dicha muy grande enamorarse. Hoy el promedio de vida es mayor, existe el Viagra, la mujer se liberó y divorciarse no es ya un estigma social.

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Martínez interpreta a un empresario. La obra dirigida por Veronese se estrena hoy en el Metropolitan II.
Imagen: Pablo Piovano
 
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