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Jueves, 15 de noviembre de 2007

ENTREVISTA A LA ESCRITORA VENEZOLANA LAURA ANTILLANO

“Todos tenemos alguna vez un relato sobre nuestras vidas”

Homenajeada en la Feria del Libro de Venezuela, habla de sus vínculos con la Argentina y de los cambios que ve en su país.

 Por Silvina Friera
desde Caracas

Cualquiera en su lugar no aguantaría tanto asedio ni el calor que hace en Caracas. Estar en las carpas del Parque del Este, donde transcurre la III Feria Internacional del libro de Venezuela (Filven), es como darse, obligado por las circunstancias, un baño turco. Laura Antillano, una de las escritoras más polifacéticas de la literatura venezolana –homenajeada en esta edición de la feria–, abraza con su acogedora y refrescante sonrisa. La calidez de sus expresiones, en armonía con la dulzura con la que habla, es el arma con la que se para, con firmeza, frente a la vida, frente al Monte Avila que envuelve al parque, frente a los otros, frente a su país. Cuando la gente la ve sentada en una silla, a la sombra, como uno más de los miles de venezolanos que transitan por el parque, se acerca a saludarla o a pedirle una firma. Antillano cuenta que su relación con Argentina comenzó por su trabajo en el teatro de títeres Chímpete Chámpata, de la Universidad de Zulia, en Maracaibo. Por ahí estuvo Javier Villafañe, “un maestro extraordinario” que le enseñó a hacer títeres. A ese contacto inicial, se agregó el encuentro con muchos exiliados a fines de los años ’70. “Vinieron muchísimos argentinos que alimentaron nuestros medios de comunicación. Había una relación muy afectuosa con los que escapaban de la dictadura militar”, dice la escritora en la entrevista con Página/12.

Estos exiliados argentinos, como también los uruguayos y chilenos de las décadas del ’70 y ’80, también nutrieron la literatura de esta narradora y poeta. En varios cuentos hay referencias directas a la persecución política, la crueldad de las dictaduras sudamericanas y la conflictiva relación con el poder militar. En Regazo para un aire de nostalgia, con epígrafe del poeta Juan Gelman, retoma el tema de las desapariciones durante la última dictadura militar argentina a partir del encuentro entre un hombre y una mujer. “No, señor, lo del cementerio no se queda así, no son palabras en nube de palabras, dicen que cuatrocientos, luego han hablado de mil quinientos, dicen que anónimas. ‘Desaparecidos’ es una noción sin verdaderas referencias, se pierde derramada y pálida”, señala la protagonista del relato. “Ese cuento lo escribí después de la lectura de ese libro tan doloroso, el Nunca más”, recuerda Antillano, visiblemente emocionada. “Aún hoy en el cine argentino que he visto se siguen contando historias de tortura y muerte, pero también el drama de los nietos reencontrados por las Abuelas. Debe ser un momento muy complejo para esos jóvenes enterarse de sus verdaderas historias, me parece monstruoso lo que han hecho los militares. Ojalá nunca más se viva en América latina algo como eso, porque es un daño que está afectando a varias generaciones”, analiza la escritora.

Aunque nació en Caracas, en 1950, Antillano se mudó a los once años a Maracaibo con sus seis hermanos, su padre, el periodista Sergio Antillano (que estuvo preso durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez) y su madre, la pintora Lourdes Armas, a quien está dedicado ese conmovedor cuento La luna no es pan-de-horno, con el que obtuvo el premio del diario El Nacional, en 1977. “A la casa de mis padres llegaban escritores, pintores y artistas. Javier (Villafañe) era muy amigo de mi familia”, recuerda la escritora. “Había mucha discusión y reuniones políticas. Esa casa fue muy alimentadora para mí”, admite la autora de La bella época, La muerte del monstruo Come-Piedra, Perfume de gardenia y Solitaria solidaria, entre otros títulos.

–¿Qué tipo de influencia ejerció en usted como lectora y escritora en formación esa bohemia de la casa de Maracaibo?

–Escribí un libro, El verbo de la madre, publicado en 2005, que incluye tres poemarios. Uno se llama La casa del milagro y está dedicado a esa casa. Y hay un poema a Becho, el violinista de la canción de Zitarrosa. El vivió en Maracaibo y una vez me fue a hacer una serenata, pero resulta que yo no estaba, llegué tardísimo a mi casa porque venía de una fiesta. No me olvido de Becho; lo veo paradito en la puerta con su violín, tocando. Nosotros éramos siete hermanos y mi mamá tenía 24 gatos. También había galápagos que se metían debajo de la tierra. Cuando sacábamos la manguera para regar las plantas, los galápagos salían. Había también un lorito y una tortuga. Recordando todo lo que era esa atmósfera, escribí ese libro. Mi padre era un gran lector y me acercó de niña a la lectura. Muy pronto, a los nueve o diez años, tuve acceso al mundo de los libros. Leía a (Charles) Dickens, a Stefan Zweig, a Horacio Quiroga, a (José) Martí. De niña escribí unos cuentecillos y después empecé con la poesía, aunque tardé bastante en publicarla. En 2004, cuando llevaba más de treinta libros en prosa publicados, mandé un poemario, Migaja, a un concurso muy importante, la Bienal José Rafael Pocaterra, y gané. Ese premio me dio un nuevo impulso para escribir poesía, aunque comprendí que hay circunstancias que me llevan a escribir poesía y otras que me llevan hacia la prosa.

–¿Cómo serían esas circunstancias?

–La poesía está más cerca de la emoción y, sobre todo, de la subjetividad interior. La capacidad de síntesis es fundamental en la poesía. El cuento es algo más natural que está en todas partes. Todos tenemos un relato sobre nuestras vidas, y relatos de lo que acontece. Hay circunstancias que me llevan al poema, un leitmotiv, algo que se repite, que interiorizo, un aroma, un recuerdo, una imagen, y de allí construyo el poema, pero necesito trabajarlo mucho. La novela es un cuerpo más grande que te da una libertad absoluta. En una novela pueden entrar y salir personajes libremente, lo que no ocurre con el cuento, que es, como dice Horacio Quiroga, una flecha que se dirige a un punto.

–Después de tantos libros publicados, ¿cuál es su actitud a la hora de escribir?

–Siento mayor seguridad, pero un escritor se está formando toda la vida. Esa seguridad me hace ver de otro modo la literatura; ahora tengo mayor certeza de lo que quiero hacer, de lo que quiero contar y de hacia dónde voy. Pero cuando releo algunas cosas que escribí, me da pena: “¿por qué publiqué esto?” (risas).

–¿Qué opina de las políticas que está implementando el gobierno venezolano?

–Es un proceso muy complejo. Estoy de acuerdo con las políticas sociales que ha venido desarrollando Chávez, cuyos resultados son muy evidentes. Hay un montón de gente que está cambiando su lenguaje, su manera de hablar; hay un acercamiento a la lectura mucho mayor que en otras épocas, más popular. Toda mi vida fui una persona de izquierda y creo que en Venezuela están sucediendo cosas muy importantes. Un paso importante que dio Chávez fue dividir la reforma constitucional en bloques; antes la idea era votar en un solo bloque por el “sí” o por el “no”. Lo más importante es la discusión de los artículos en las comunidades, y que la gente tenga conocimiento de esos artículos.

–¿Cómo analiza el liderazgo político de Chávez?

–Chávez es un líder natural y la gente lo ama porque ha sabido interpretar los sentimientos de muchos venezolanos; hay un nivel de acercamiento muy pasional y amoroso entre el pueblo y Chávez. Recuerdo una consigna que decía: “Chávez es como tú”. Y yo creo eso. Este país necesitaba un cambio. Tengo amigos españoles que me dicen: “Laura, con sólo saber que Aznar está apoyando a la oposición en Venezuela, nosotros estamos con Chávez”.

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Antillano publicó un cuento conmovedor sobre los desaparecidos, con epígrafe de Juan Gelman.
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