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Miércoles, 29 de octubre de 2008

MUSICA › EL DúO COPLANACU Y LA PRESENTACIóN DE SU DISCO TAQUETUYOJ

“No se puede matar todo”

Los músicos Julio Paz y Roberto Cantos llevarán el próximo viernes al Teatro Opera los 13 temas que entrelazan chacareras, zambas, gatos, vidalas y escondidos, en algunos de los cuales denuncian el abuso que sufre el medio ambiente.

 Por Cristian Vitale

“Me acusaron de zurdo y de hippie.” Se nota, por lo encendido de la expresión, que Julio Paz viene de un entrevero serio con cierto dinosaurio de café. La discusión de Paz deviene de uno de los temas propios y centrales del octavo disco del dúo Coplanacu: “Desmonte”. En él, en verdad compuesto por su otro yo, Roberto Cantos, el tema no es la lucha de clases, el amor libre o la necesidad rápida de una revolución. Es, bajando por lo menos tres cambios, una denuncia sobre el fuego que quema los montes de Santiago del Estero y donde los desaparecidos de hoy tienen nombre de pájaro: Sachayoj. Sigue Paz, embalado. “Me han preguntado si soy zurdo o hippie, y si lo soy, es una cuestión mía...., lo que tiene peso es el planteo. Defender algo que es de todos te pone en ese cuadro y yo no me considero eso, sino un tipo con sentido común que está defendiendo lo que es de todos: y si eso es ser zurdo, soy zurdo; y si soy hippie porque me gusta que mi hijo juegue en un medio natural, soy hippie..., no tengo ningún problema.”

Sucede, inmediata, la intervención del calmo Cantos. “Uno canta chacareras muy viejas que hablan del monte y resulta que está hablando de lo que ya no está. Y eso cobra otra dimensión, otro sentido.... digo, tenemos que reintentar que vuelva a estar. Dejar de ser una simple acuarelita del campo y expresar otra cosa.” Taquetuyoj –así se llama el disco– será estrenado en Buenos Aires el próximo viernes (Teatro Opera) y consta, además, de 13 temas que entrelazan chacareras, zambas, gatos, vidalas y escondidos, propios y ajenos. “A Don Ponciano Luna”, de Peteco y Carlos Carabajal, por caso, con “Zamba de los mineros”, de Leguizamón y Dávalos, o la vidala que da nombre al disco, del propio Cantos. En esencia, un homenaje a las teleras de Loreto, un pueblo rodeado por árboles pequeños y agrupados, un mojón de vida al sol en el camino hacia las salinas de Santiago del Estero, donde la mujer no aparece bajo forma de tropos, sino real, concreta. “Es un paisaje hostil y rústico, donde las mujeres tienen un rol central: crían las ovejas, hilan, tiñen la lana y la venden, Así, sustentan su economía. Para nosotros fue como un golpe estar ahí”, colorea Cantos sobre la participación del dúo en las dos ediciones del Festival de las Teleras. “Para nada son paisanas sumisas –agrega Paz, el hippie zurdo–, son minas enérgicas, organizadas, y saben cómo defender el valor de sus productos; porque se sabe que hay mucho ladrón dando vueltas. Es gente linda y fresca, frescura de vivir un medio que es como la manifestación de la pureza.”

–“Una mujer en medio del monte que lucha y crece, que no vive de recuerdos”, dice la vidala y es como la contracara feliz de “Desmonte”.

Julio Paz: –Por eso es de un tremendo valor lo que hacen las teleras. Nosotros, que recorremos el país, vemos que la situación del campo es de una gravedad tremenda, no dimensionada o subestimada por los políticos. Si bien las economías, entre comillas, han crecido, lo que se ha hecho con la tierra y el monte es tremendo. Es grave que no haya monte y que el suelo, dentro de unos años, no sirva pa’nada. El uso de los plaguicidas afecta otros cultivos, animales y a la gente inclusive, con consecuencias que todavía no se conocen. Desde la dirigencia política no se ha dimensionado aún el problema..., no hay interés de tomar medidas concretas.

–Compulsión por la rentabilidad, concretamente...

J. P.: –El cortoplacismo..., cosas del neoliberalismo atroz.

Roberto Cantos: –La rentabilidad a corto plazo es una falta de ética absoluta, que incluso llega a no pensar siquiera en los propios hijos y nietos. Chicos a los que les gustaría ver el pedacito de una selva, un montecito, un prado virgen. Hay una cuestión ética con la vida y la naturaleza..., vos no podés matar todo.

J. P.: –Además, la injusticia que implica echar a patadas a la gente del lugar donde vivía hace cien años..., gente que no está contemplada por las leyes. Es otra de las problemáticas irresueltas: los derechos humanos aquí se dimensionan de una manera cruda, precisamente por su falta.

–“Zamba de los mineros” le imprime a este estado de cosas una dimensión histórica. ¿Por eso la versionaron?

J. P.: –Por el trabajo de mi padre, yo había tenido algunas vivencias en el interior de Santiago, había estado muy vinculado a la cuestión rural a comienzos de los setenta. Todavía había mucha cuestión con el hachero, mucho obrajero, de obrero de desmonte a hacha. No era como es hoy, que está todo arrasado por la soja. Después, cuando fui a vivir a Córdoba, escuché esa zamba cantada por el Chito Zeballos..., me emocioné tanto que las lágrimas me caían compulsivamente. Era inmanejable la escalada de imágenes que me venía de esa zamba. Me pareció hermoso poder recrearla con el cumpa y ver cuál es su resultado, y sí, tiene bastante que ver con el concepto del disco.

–Vienen de una experiencia interesante con los Arbolito, que también son “hippies y zurdos”...

J. P.: –(Risas.) Y sí..., estamos siendo de la misma madera, ha visto. Para nosotros, es un ejemplo de que los géneros se empiezan a tocar: hay muchos rockeros que se animan al rock y al revés: en Córdoba, hay un grupo que se llama Vinales, que también está bárbaro..., hace una versión de “Piedra y Camino” que a mi pibe de nueve años le encanta y otra de “Doña Ubenza” que parece de Attaque 77. La fusión pasó de ser un disparate a algo natural, aunque siempre hay ciertos fundamentalistas que no quieren saber nada. Por suerte, los límites se están desdibujando.

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Julio Paz y Roberto Cantos aseguran estar defendiendo “lo que es de todos”.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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