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Viernes, 16 de julio de 2010

MUSICA › POBRE PUESTA DEL CLASICO DE MOZART Y DA PONTE

La sombra de Don Juan

La versión les quita toda profundidad a los personajes: a esa falencia se le suma una escenografía e iluminación poco imaginativas, en una puesta que no pasará a la historia.

 Por Diego Fischerman

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DON GIOVANNI

Opera de Wolfgang Amadeus Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte

Director musical: John Neschling.
Director de escena: Michael Hampe.
Diseñadores de escenografía: Michael Hampe y Germán Droghetti.
Diseño de iluminación: Ramón López.
Diseño de vestuario: Germán Droghetti.
Preparador del coro: Marcelo Ayub.
Elenco: Nicola Ulivieri, Nora Amsellem, John Tessier, Virginia Tola, Eduardo Chama, Eliana Bayón, Fernando Radó y Ernesto Morillo Hoyt.

Orquesta Estable y Coro Estable del Teatro Colón
Teatro Colón, martes 13
Nuevas funciones: hoy, domingo 18, martes 20, viernes 23 y domingo 25

“Querría y no querría”, canta Zerlina, ante las melosas palabras de Don Giovanni y en las vísperas de su casamiento con Masetto. Luego, en el pedido de perdón a su prometido dirá: “Azota, azota, oh bello Masetto, a tu pobre Zerlina, yo me quedaré aquí como una ovejita” y, más tarde, le prometerá, con evidente doble sentido, “un remedio natural... que ningún boticario podría mezclar”. La perorata moral del final, en sus labios, no puede entenderse de otra manera que como una burla. Zerlina es cualquier cosa menos una ingenua campesina y sus contradicciones y dobleces son, apenas, uno de los atractivos de Don Giovanni, una ópera cuyo secreto es que nada es exactamente lo que parece. Por eso la literalidad escolar de una puesta como la que acaba de estrenar el Colón, que en otra ópera no significaría mucho más (o mucho menos) que una versión meramente pobre en lo teatral, en una obra como ésta acarrea un efecto destructivo.

Un Don Giovanni sin ambigüedades, sin gracia, sin picardía, donde no se perciba el doble juego de sus personajes femeninos y la fragilidad de los límites entre víctimas y victimarios (el propio protagonista es también una víctima de designios que se le imponen, hasta el punto de llevarlo a la muerte), es una sombra de la ópera original. Estará, desde luego, la música, bellísima. Pero faltará ni más ni menos que lo que separa de la mayoría de las óperas a la segunda de las obras dramático-musicales que Mozart escribió en colaboración con Da Ponte: la complejidad de sus personajes. La perspectiva de Hampe no destaca ninguna de estas características. Todos sus personajes son planos de toda planicie y los campesinos que Giovanni invita a su villa entran allí, mientras cantan acerca del baile, la fiesta y la felicidad, en una educada y ordenada fila de a dos, como si se tratara, más bien, de una procesión fúnebre. La puesta, carente de brillo, de gracia y de profundidad, no acierta ni a la espectacularidad (lejos de ella las escuálidas edificaciones que ocupan los costados de la escena) ni al ascetismo (lejos de él el frágil efecto escénico donde, junto a la aparición del convidado de piedra, se proyecta una imagen de la Vía Lactea girando como aquel viejo Túnel del Tiempo de la televisión en blanco y negro).

Neschling logró una versión musicalmente detallada, aunque algo pesada en la obertura y con más de un desajuste rítmico con los cantantes. La orquesta, de todas maneras, se desempeñó con suma corrección. También lo hizo el grupo de vientos que en la cena final hace el chiste de tocar, entre otros éxitos (fragmentos de I due litiganti, de Sarti, y de Una cosa rara, de Vicente Martín y Soler), un aria del primer acto de su propia Le nozze di Figaro. El vestuario, más bien anónimo, y una puesta de luces con algunos cambios abruptos que, además, no logró compensar el vacío con el que Hampe condenó a la escena en gran parte de la obra, fueron el fondo contra el cual los cantantes, sin demasiadas marcaciones evidentes por parte del régisseur, quedaron librados a sus propios recursos escénicos. La más sólida en ese menester fue Virginia Tola, que a su segura coloratura y su bello timbre sumó una notable presencia escénica. El otro cantante destacado fue el tenor canadiense John Tessier, en un Ottavio de fraseo exacto, timbre claro y afinadas ornamentaciones. Eduardo Chama compuso un excelente Leporello y el Giovanni del italiano Nicola Ulivieri, sin estatura de gran personaje, fue correcto en lo vocal y pasable en lo actoral. Eliana Bayón, más allá de la falta de composición de su personaje, tuvo un muy buen desempeño vocal. Con buenas interpretaciones de Fernando Radó como Masetto y un Ernesto Morillo Hoyt de buenos y profundos bajos para su Comendador, el punto más flojo del elenco fue la Doña Anna de Nora Amsellem que, en la función del estreno, cantó con afinación errática y un vibrato exageradamente amplio y absolutamente falto de estilo.

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Michael Hampe dirige una versión de Don Giovanni sin ambigüedades, sin gracia, sin picardía.
 
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