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Viernes, 15 de octubre de 2010

MUSICA › ENTREVISTA A LEOPOLDO FEDERICO Y HORACIO SALGAN

“Este es un premio que nosotros no esperábamos”

A partir de hoy, el Centro Cultural Torquato Tasso será escenario de un encuentro notable: el pianista y el bandoneonista volverán a tocar juntos. Será en el marco de los festejos por el 500 aniversario del Quinteto Real, la formación que Salgán modeló.

 Por Karina Micheletto

Vuelven. En realidad nunca se fueron, aclara Horacio Salgán, con la sonrisa que le asoma por debajo de los bigotitos que son marca. Leopoldo Federico y Horacio Salgán son, qué duda cabe, dos de los hombres más importantes de la historia del tango. Dos universos fundantes de la música argentina. La frase sonaría rimbombante, pretenciosa, si no fuera porque los aludidos son Salgán y Federico. Durante los viernes y sábados que quedan de este mes ocurrirá algo del orden de lo extraordinario: Salgán y Federico tocarán juntos. Será en el marco de los festejos por el 50 aniversario del Quinteto Real, la formación que Salgán modeló, para dar forma a su vez a su música. Tamaño acontecimiento tanguero comenzará hoy a las 22 en el Centro Cultural Torquato Tasso (Defensa 1575).

La celebración de los 50 años del Quinteto Real comenzará con la formación actual del grupo: César Salgán al frente –heredero del creador de “A fuego lento”, y también exquisito pianista–, Carlos Corrales en bandoneón, Julio Peressini en violín, Juan Pablo Navarro en contrabajo y, como reemplazo, el guitarrista Hugo Rivas, ocupando un lugar también mítico, el de Ubaldo De Lío (se espera que el guitarrista participe como invitado en algunas de las presentaciones). Sobre el final, subirán Salgán y Federico, que alguna vez formaron juntos en el quinteto para grabar un disco editado en Japón, en los ’80, y que unas tres décadas antes compartieron las filas de la orquesta de Salgán.

Federico recuerda ahora aquellos tiempos con esa actitud que lo caracteriza: la de ser, según él mismo define, un tipo agradecido a la vida. “Tengo los mejores recuerdos de mi vida al lado de Horacio –arranca–. Y ahora me ocurre esto, tan inesperado, cuando casi estoy en los finales de mi carrera. Volver a estar al lado de Horacio Salgán es un premio que no esperaba. Lo que menos me imaginé es que un día iba a subir a un escenario a tocar al lado de Salgán y de César, ¡a él lo conocí de pibito!”, agradece. A su lado, Salgán asiente, con sus impecables mocasines blancos, otra marca personal. “Yo también me siento honrado con este reencuentro –devuelve gentilezas–. No todo el mundo puede interpretar: hay gente que toca muchas notas, pero es poco lo que interpreta. Leopoldo es uno de los pocos privilegiados capaces de ser intérpretes de las intenciones del autor de la obra, agregándole su personalidad, su arte. Hemos pasado hermosos momentos en mi orquesta y siempre se ha mantenido a través del tiempo una amistad basada en lo artístico, que continúa en lo personal.”

Los acompaña César Salgán, que describe lo que serán los conciertos que se vienen: “Mi padre me dejó su lugar, ahora se lo voy a devolver, ¡y espero que sea para siempre! (risas). Vamos a darnos ese gusto, y va a ser un acontecimiento: lo que uno ha escuchado y aprendido durante años de la historia del tango podremos verlo en vivo. Arrancamos primero nosotros, el Quinteto de hoy, y después van a subir estos grandes para decir cómo se hace”. Lo cual no es estrictamente justo: quien haya escuchado la formación actual del Quinteto Real puede dar fe de que la “segunda generación” conoce cómo se hace.

Tiempos de orquesta

A fines de 1948, Salgán convocó a Federico para integrar su orquesta. Por entonces contaba Salgán con un cantor que venía de la orquesta de Laurenz, Carlos Bermúdez, y también con otro de los que Salgán computa como un “descubrimiento” personal, reclutado a pesar de no encajar en los cánones de belleza y juventud que imponía por entonces la figura del cantor, galán, de orquesta. Se trataba de Edmundo Rivero; el otro “descubrimiento”, se enorgullece ahora Salgán, es el de aquel cantor que dejó su trabajo de colectivero para ir a su orquesta: Roberto Goyeneche.

Federico venía de tocar con la emblemática orquesta del ’46 de Astor Piazzolla, con Miguel Caló, y antes con Osmar Maderna, y con Emilio Balcarce, y con Alfredo Gobbi, y con Héctor “Chupita” Stamponi, y con la orquesta de Mariano Mores, y con la de Carlos Di Sarli, entre otras. Pertenencias que hoy le permiten a Federico repetir que se considera “un predestinado”, “un tipo de suerte”, y explicar por qué es un agradecido a la vida: “Parecía que cada orquesta que me gustaba, cada una con la que yo decía: ¡cómo me gustaría tocar ahí!, me terminaba llamando”, dice el bandoneonista, y concluye con una metáfora feliz: “Mi carrera es un cartón de lotería donde hice Bingo: llené todo lo que me gustaba”.

Lo cierto es que la de Salgán es la orquesta en la que Federico pasó más tiempo como primer bandoneón de una formación “ajena”. Tras dejarla, el bandoneonista fundaría en 1952, junto con Atilio Stampone, la que sería, hasta el día de hoy, su orquesta. O, como también la llama, su familia. “Mi destino se empecinó en no dejarme parar –rememora ahora Federico–. Siempre aparece algo nuevo para comprometerme, y siempre está mi orquesta, once compañeros que son tan amigos que no quieren que desaparezca como institución. Y así van apareciendo compromisos de grabación, proyectos, que me tientan, me engolosino, y a pesar de mis problemas físicos, no quiero dejar de hacer algunas cosas. Eso sí: trataré de no pasar papelones. Ahora, al lado de Salgán, vamos a ver qué papelón hago...”.

Allá por los primeros años de los ’50, Salgán y Federico marcaron juntos vanguardia en el tango con aquella orquesta cuyo espíritu, de algún modo, volverá a sonar ahora en el boliche de San Telmo. Con una pequeña diferencia: la de la legitimación del público ganada con el tiempo. “A los bailes no venía la cantidad de gente que esperábamos; hicimos muchos en los que podíamos contar la gente desde el escenario. Quizás es el precio que se paga cuando se rompen los moldes clásicos tradicionales”, recuerda Federico en la biografía El inefable bandoneón del tango, de Jorge Dimov y Esther Echenbaum. Salgán lo confirma ahora en la nota, eludiendo aquella vieja división del género entre “tango para bailar” y “tango para escuchar”, y proponiendo una razón de peso: “Mi orquesta no era una orquesta fácil, es cierto. Pero no es que yo me proponga que mis tangos sean difíciles o fáciles, sino que he procurado ser absolutamente sincero en lo que hago, de manera de no estar pensando si voy a ganar mucha o poca plata”, explica.

“No he buscado ser popular o no popular: he querido ser honesto”, sigue su razonamiento Salgán. “Todos los arreglos que hice a través del tiempo tienen algo en común: no son fáciles. Tampoco lo son las composiciones que tengo para piano, son tan difíciles que en el momento de ponerme a tocarlas yo mismo debo ponerme a estudiar. Si Dios me dio un talento para manejarme dentro de la música, el día que vaya a encontrarme con él, y me pregunte: ¿qué hiciste con el talento que te di? Creo que a Dios no le va a gustar que le diga: lo comercialicé. De ahí que por lo que yo siento, y por lo que yo debo, tengo que ser respetuoso en todos los órdenes.”

Encuentros

Aunque a Federico le propusieron formar parte del Quinteto Real, sólo integró esta formación para la grabación de un disco que se editaría en Japón, en los míticos estudios Ion, a las órdenes del Portugués Da Silva y en lo que fue una de las primeras experiencias de grabación de tango en CD, en 1987. Hubo otra ocasión en la que volvieron a trabajar juntos, antes, en 1973. Fue cuando Salgán llevó a una gran orquesta los personajes de Los cosos de Buenos Aires –“El Pibe Corazón”, “El As en la manga”, “Garronelli”–, del poeta Roberto Lambertucci. “Ahí por primera vez en la historia, creo, pude colaborar con Salgán en algunos arreglos”, recuerda Federico. “En ese momento él no quería escribir, al revés de ahora, que compone, pero no quiere tocar mucho. Yo hice los arreglos, pero cuando los pasé, no había caso, ahí no estaba Salgán. Finalmente, aunque no quería, vino a tocar y la orquesta, por fin, se transformó en la de Horacio Salgán. No hay caso: es lo mismo que Piazzolla, tocando el bandoneón, su música es inimitable. A Salgán tocando el piano, no hay forma de empatarle siquiera.”

Mucho más acá en el tiempo, este mismo año, hubo otra ocasión que reunió a estos maestros en un mismo escenario. Fue en la multitudinaria celebración del Bicentenario en la 9 de Julio, en la que se llamó “Noche del Tango”. Federico actuó con la Selección Nacional de Tango; Salgán, con el Quinteto. No tocaron juntos, pero allí reunidos, mostraron en el abrazo que se dieron la síntesis de la emoción de la noche. “Esa noche fue memorable para el tango, pareciera que todo Buenos Aires se puso a festejar”, revive Federico. “Hasta volvieron a bailar Juan Carlos Copes con María Nieves, fue algo único. A mí me hubieran gustado más noches con el tango, pero de todas maneras, muchas gracias por eso.”

Cuestión de edad

“Muy modestamente, lo que me interesó, y todavía me interesa, es aprender a tocar bien el tango”, resume Salgán, con sabiduría, la historia de su vida. En eso anduvo los últimos 75 años. Una tarea nada fácil, advierte: “El tango es un género que tiene una gran dificultad, es una música muy importante. Y tengo la idea de seguir haciendo cosas. La cuestión es si llego. Estoy escribiendo bastante, tengo nuevos arreglos para el Quinteto, también estoy haciendo algunos arreglos para orquesta sinfónica, un arreglo de un aire de vidalita que dediqué a Daniel Baremboim, el gran maestro que me honra con su amistad”, enumera sus últimas preocupaciones.

Federico reparte su tiempo entre su orquesta, los múltiples proyectos como el dúo que encaró con Hugo Rivas, y su actividad como presidente de la Asociación Argentina de Intérpretes, además de las batallas que encara también a título personal. Como la que lo llevó hace un par de semanas a la marcha frente a la casa de gobierno porteña, para reclamar al ministro de Cultura de la ciudad el cese de clausuras de los pequeños escenarios para la música en vivo. “Ahora estamos a la espera de una cita para buscar una solución”, cuenta los avances. “Si esto no cambia, todo lo que estamos haciendo y hablando, no serviría para nada. La gente joven necesita los lugares para mostrarse. Si lo poco que hay lo cierran, ¿dónde va toda esa gente?”, razona, y concluye con lucidez: “Si digo todo lo que digo y hago todo lo que hago, y no hago causa común con estos jóvenes, soy un mentiroso”.

Federico tiene 83 años; Salgán, 94. Es una frase hecha que la juventud no es una cuestión de edad.

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Federico y Salgán habían tocado juntos en la década del ’50 y tres décadas más tarde grabaron un disco editado en Japón.
Imagen: Sandra Cartasso
 
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