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Jueves, 14 de abril de 2011

MUSICA › EL PIANISTA KEITH JARRETT ACTUó POR PRIMERA VEZ EN EL TEATRO COLóN

Arbitrario y genial a pesar de sí mismo

Se peleó con el público y el piano. Despotricó contra los celulares, las fotos y las filmaciones. Se interrumpió varias veces y puso nerviosos a sus admiradores. Además dio un concierto notable que, en su segunda parte, fue sublime.

 Por Diego Fischerman

Hay un viejo chiste que circula entre músicos de jazz. Sucede en el Paraíso. Allí hay una big band celestial y a lo largo de la eternidad van turnándose distintos pianistas –Fats Waller, Monk, Tristano, Powell–. Un recién llegado pregunta a quien está antes que él en la fila de espera acerca de quien está tocando en ese momento. Alguien exagerado, de gestos ampulosos y estilo arbitrario a quien no conoce en absoluto. “No, ése no es pianista –le contestan–. Es Dios, pero se cree Keith Jarrett.” Y el pianista al que Dios imita llegó al Teatro Colón. Fue, también, una imitación de sí mismo. De lo bueno. Y de lo malo. Tocó siempre en un nivel superlativo y en varios momentos fue sublime. Mostró por qué es uno de los músicos más importantes del último medio siglo. Y también se peleó, con el público y con el piano, terminó con la más extraña alocución posible en el medio de la ovación de casi tres mil personas y, por lo menos durante toda la primera parte, puso nerviosísimos a sus oyentes y fue el principal culpable de que no pudieran entregarse por completo al placer de lo que se escuchaba.

Al entrar al escenario tocó una escala, paseó por una melodía fuertemente cromática, pareció arrancar hacia un territorio signado por la vorágine y se detuvo. Salió del escenario y, después de transcurridos unos segundos, volvió a oírse la voz del jefe de prensa del Colón, ya más impaciente, reiterando el pedido de que no se tomaran fotos. Jarrett volvió, dijo –refiriéndose a los celulares– que en el mundo había “demasiados juguetes”, que una foto “lo cambia todo” y en efecto, cambió. Tomó una célula mucho más lírica y comenzó a improvisar. Fue breve. Después se paró y dijo: “Buenos Aires tiene una sala hermosa; mucho dinero, muchos millones de dólares, pero un piano que no sirve para nada”. Hizo un gesto de resignación, se sentó y navegó por el lado del rhythm & blues. Entre tema y tema le gritó al piano: “¿Dónde estás?”. La tensión acumulada por un público que nunca terminaba de saber si lo que Jarrett estaba tocando se interrumpiría por alguna causa tuvo su momento cúlmine cuando a los cuarenta minutos el pianista se detuvo, se paró y se fue. Podía ser un intervalo, claro. Pero también era posible que, como había sucedido en Italia, Jarrett hubiera decidido irse. Fue lo primero, afortunadamente, y, sobre todo, porque la segunda parte, con algunos momentos del mejor Jarrett romántico y con un final de impactante potencia contrapuntística, estuvo entre lo mejor escuchado en Buenos Aires en los últimos años.

El affaire con el piano, por su parte, resulta poco comprensible si se tiene en cuenta que el músico lo había elegido a la tarde entre tres instrumentos y lo había considerado adecuado. Se trata de un instrumento algo opaco y la decisión del Colón de colocar al pianista delante del cortinado cerrado (algo que se ha vuelto costumbre en los últimos años) tiene consecuencias acústicas nefastas. Pero ni Martha Argerich ni Daniel Barenboim ni András Schiff tuvieron ningún problema para tocarlo. Y si algo pinta con claridad lo que le pasa a Jarrett por la cabeza fue su última escena en el escenario del Colón. Ya había tocado. Ya había hecho dos bises extraordinarios. Estaba siendo ovacionado por toda la concurrencia de pie. Y entonces se acercó al micrófono y pidió silencio –temerosamente concedido de inmediato– para mirar hacia las localidades más altas y decir: “Ya tenés tu video de mierda, con pésima resolución, para subir a YouTube. ¿Sabés qué tenés? No tenés nada”.

Hay artistas que deber ser defendidos de sí mismos. Que piden ser traicionados. Es imposible leer (y disfrutar) a Kafka si no se pasa por encima de las consideraciones que él tenía sobre su propia obra. Hay un disco que quizá sea el que mejor representa la clase de viaje que Jarrett plantea con estas improvisaciones al piano. Un disco que vendió millones y que recoge lo que el pianista siempre consideró una actuación mala y en un piano que no lo satisfacía. Se trataba del Köln Concert. Tal vez haya, también en este caso, un traidor. Será, en todo caso, el Cölön Concert.

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Keith Jarrett tocó en el Teatro Colón y fue ovacionado por casi tres mil personas.
 
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