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Jueves, 14 de abril de 2011

MUSICA › MOTöRHEAD DIO CáTEDRA DE ROCK AND ROLL EN EL LUNA PARK

A los 65, Lemmy Kilmister cumple y dignifica

 Por Mario Yannoulas

“Levanten la mano los que quieran que toquemos más fuerte”, sugirió, democrático, el guitarrista Phil Campbell. En el Luna las manos se alzaron convencidas todas a la vez, aunque a esa altura el volumen ya fuera una cochinada. Si desde las populares o la platea los oídos podían zumbar, a pocos metros de las vallas los decibeles emborrachaban los sentidos. Así arrancó “Metropolis”. Era la cuarta canción de la lista. A las 21.15 del martes, Motörhead empezó a concretar su octava visita a la Argentina, con la presentación del disco The Wörld Is Yours. Lemmy Kilmister, bajista, cantante y líder desde hace más de 35 años, rugió un “Buenas noches” en español y adosó su manifiesto: “Somos Motörhead y tocamos rock and roll”. No mintió. Ni por un segundo. Ni siquiera cuando dijo que su baterista era el mejor del mundo. Era tiempo de creer.

“Iron Fist”, clásico de 1982, encendió la marcha. Le siguieron “Stay clean” y la flamante “Get Back in Line”. El trío se instaló en el escenario y la adrenalina de la vida se concentró en el presente: Lemmy con su tradicional gorro de vaquero transatlántico, Campbell con el propio. Mikkey Dee agitaba su melena platinada de lado a lado. Se miraban poco entre sí, pero la conexión era total, había confianza ciega. Las cuerdas descansaban sobre el galope del bombo y un incansable juego de manos; la batería, sobre la fuerza y los punteos certeros de la guitarra, más un bajo-lata propagado; los otros dos, sobre el hechizo de un Kilmister que a los 65 rockea como nadie. La potencia que salía de las cajas era abrumadora. Se perdía en detalle, pero se ganaba en esencia. Tres chamanes europeos conducían el viaje por donde querían: una ruta flanqueada por el vacío, hacia un destino encantadoramente incierto. Y a toda velocidad, por supuesto.

El grupo hizo un repaso más o menos libre de su recorrido discográfico. Presentó material del último álbum, visitó viejos clásicos, pero también se detuvo en sus trabajos más recientes: “One Night stand”, de Kiss Of Death; “The Thousand Names of God”, de Motörizer; e “In the Name of Tragedy”, de Inferno. Esa canción fue “intervenida” por un demoledor y antológico solo de batería de Mikkey Dee, un animal que combina velocidad, buen gusto, rudeza, técnica, instinto, ambición. Su firme aporreo hacía envejecer al instrumento hasta volverlo más pequeño. “Over the Top” fue dedicada al público que colmó el Luna Park para ver a un grupo que durante casi hora y media no se descolgó de la cima. El solo de Campbell encontró lugar al cierre de “Rock Out”, con un sonido ambiental que llenó la sala y un repertorio de escalas eléctricas que no mitigaron el vértigo. Un vaso de cerveza lo esperaba en el soporte incorporado al pie de su micrófono.

Luego de “I Got Mine” (“esta canción es de antes de que ustedes nacieran”, reflexionó el cantante, sabiendo que el público se renueva) y “I know How to Eie”, llegó “The Chase Is Better than the Catch”, interrumpida por un corte de corriente que duró un par de segundos. Ojo, corte de corriente, no de energía: la estática flotaba en el ambiente. Después del solo de batería, el final salió por decantación: “Just ‘cos You Got the Power” fue dedicada “a los políticos”, después “Going to Brazil” (rockazo de 1916), “Killed by Death”, y la inmortal “Ace of Spades” para el falso cierre.

Antes de regalar el único bis, el inmenso Lemmy intentó decir unas palabras, pero el “olé olá” del campo le exigió detenerse y contemplar. “Estuvieron increíbles hoy”, felicitó antes de presentar a la banda, con la formación consolidada como trío desde 1995. Llegó el cierre con “Overkill”, adobada con doble bombo furibundo, la repetición del riff como un mantra y el bajista que empuñaba su Rickenbacker como una metralleta para apuntarle al público que lo observaba desde abajo. Era quizás una exageración, o el momento del tiro de gracia: la matanza ya estaba hecha, sólo quedaba despachar los cuerpos. Las luces se encendieron y todos empezaron a buscar las salidas chocándose entre sí, como si se tratara de zombies. Se iban con los sentidos felizmente atontados, producto de una auténtica noche de rock and roll.

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Lemmy les hizo vivir a ocho mil fans una noche inolvidable.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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