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Jueves, 14 de abril de 2011

CINE › LA COMPETENCIA ARGENTINA SE ACERCA A SU TRAMO FINAL

Del documental a la ficción

Sipo’hi se plantea cómo transmitir el pensamiento de una cultura minoritaria sin venderse a la mirada etnocéntrica al uso. La pileta retrata la pasión desbordante de un mundo minúsculo. Y Ostende propone un Hitchcock en clave balnearia.

 Por Diego Brodersen

La variedad de enfoques y estilos del cine documental nacional sigue reflejándose en la Competencia Argentina en esta edición 2011 del Bafici. A las ya presentadas Amateur y Novias – Madrinas – 15 años se les suman ahora Sipo’hi – El lugar del manduré y La pileta. La primera de ellas está firmada por Sebastián Lingiardi, quien el año pasado había participado de esta misma sección con Las pistas – Lanhoyij – Nmitaxanaxac, largometraje de ficción protagonizado por habitantes originarios de la provincia del Chaco. Con Sipo’hi el realizador entrega un film de características muy diferentes, un documental (con pizcas de ficción) que pone en tensión su propia construcción como relato cinematográfico, haciendo de su temática, la cultura wichí y el conflictivo contacto con el mundo de los blancos, el punto de partida de un film polimorfo, mutante.

A modo de prólogo, Sipo’hi demuestra con imágenes la actualidad de un saber aparentemente perdido, la posibilidad de generar fuego con dos ramitas secas, mientras en off una voz ajada, anciana, narra en confidencia una vieja leyenda indígena (en idioma wichí, como el resto de la película). A continuación, una serie de planos de diversas personas atravesando paisajes del impenetrable chaqueño hace suponer lo peor: una imitación del cine de Lisandro Alonso o del de Apitchatpong Weerasethakul, pero con ínfulas didácticas.

Nada más alejado de la realidad, porque a partir de ese momento Lingiardi hace convivir los mitos con la realidad de manera fresca y original, exponiendo en forma y contenido la pregunta central que atraviesa todo el metraje, esto es, cómo transmitir la historia, el presente, la cultura, el modo de vida y el pensamiento de una cultura minoritaria, sin venderse ni exponerse a la mirada etnocéntrica al uso. Que Sipo’hi se cierre con diez minutos de pantalla en negro, mientras tres narradores describen sendas aventuras de Totjuaj –una de las criaturas centrales de la mitología wichí, tan distinta a la tradición religiosa judeo-cristiana–, confirma una confianza ciega en el milenario arte de la narración oral.

En una tradición muy distinta, la del documental de observación, se inscribe La pileta, ópera prima de Matías Bringeri, que detrás de su sencillo título esconde una pasión desbordante. El modelismo naval parece ser el combustible vital de los protagonistas del film, hombres perteneciente a distintas generaciones que hacen de la navegación de esos pequeños barcos a escala una de las actividades centrales de su existencia. En una de las mejores escenas, la mirada del realizador logra que el hundimiento de un barquito se convierta en una epopeya con final trágico. Es un momento aislado, porque Bringeri no logra construir una película que termine de describir un mundo: La pileta está constituida por una serie de apuntes, algunos relevantes, otros por completo banales, pero al mismo tiempo se permite cierta honestidad al no celebrar la actividad con ojos ciegos ni condenar a sus criaturas al escarnio burlesco.

Otro de los largometrajes ofrecidos al público porteño en esta competencia, Ostende, se revela como el film más clásico de los vistos hasta ahora. Su realizadora, Laura Citarella, es una productora consumada asociada a El Pampero Cine –produjo, entre otros títulos, Historias extraordinarias, de Mariano Llinás–, además de cantautora independiente. Surgida, según propias declaraciones de Citarella, como un proyecto de escala pequeña, más cercano conceptualmente al cortometraje, en realidad la película puede ser vista como un episodio de alguna serie de unitarios televisivos. Y el programa que viene inmediatamente a la memoria es Alfred Hitchcock presenta, no sólo por la estructura de narración breve, concentrada, sino por las referencias directas al cine del gran director inglés, particularmente La ventana indiscreta.

La protagonista de Ostende pasa unos días de descanso en un hotel de esa ciudad balnearia, esperando que su novio se le sume. La soledad de ese lugar y la presencia de un hombre y dos mujeres en la habitación contigua son propicias para que la chica comience a deducir –o imaginar– situaciones que pueden derivar en un crimen. La elección de un punto de vista fijado en la protagonista, con la notable excepción de la última secuencia, le permite a la realizadora jugar con algunos elementos de la puesta en escena (es muy interesante el uso del fuera de foco como recurso de estilo). La fascinación por la creación de historias queda clara en una secuencia temprana, en la cual la narración verbal y el plano-contraplano reemplazan momentáneamente a los recursos visuales. De esa forma, Ostende va transformándose en un ejercicio caligráfico modesto, sin demasiadas aspiraciones, pero ejecutado con pulso firme.

* Sipo’hi va el domingo a las 15.15 en el Hoyts; La pileta, hoy a las 15 y el domingo a las 23.45 también en el Hoyts; Ostende, mañana a las 23 en el Hoyts y el domingo a las 17 en el Teatro 25 de Mayo.

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Sipo’hi – El lugar del manduré es el segundo largo de Sebastián Lingiardi.
 
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