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Viernes, 6 de abril de 2007

MUSICA › ENTREVISTA A CARLA PUGLIESE

Apellido célebre, personalidad propia

Carla Pugliese, nieta de Osvaldo, habla de Eléctrica y porteña, su tercer disco.

Cuesta encontrarle los 30 años a Carla Pugliese: tiene el rostro aniñado, los ojos furtivos y una voz trabada por impasses típicos de adolescente. Cuando contesta, piensa largo y dice corto. Le gusta revolear su cabellera rubia y ondulada, y le sale un gesto de satisfacción cuando se la comparan con la de Robert Plant. “¿Viste?”, dice y se ríe. Se nota que es un piropo recurrente, que no la sorprende. Ciertamente hay mucho de aura rock en esa figura jovial, cristalina. Sus genes tangueros –es nieta del gran Osvaldo e hija de Beba– no son un dique para que se manifieste fan de Divididos, Pink Floyd y los mismos Led Zeppelin o para que ceda ante la posición de Natalia Simoncini, guitarrista de su banda solista. “Ella dice que lo que hacemos nosotras es rock y entiendo su punto de vista: es por la fuerza, los instrumentos, y porque los temas tienen estilo propio”, sostiene. La referencia, puntualmente, es por su tercer disco, Eléctrica y porteña. Un combo de ocho piezas propias –casi todas instrumentales–, más un lindo capricho llamado “Adiós Nonino”, al que Carla accedió sólo si se visitaba la versión cantada que Astor Piazzolla grabó con Eladia Blázquez. “No me interesaba otra versión”, afirma, escueta y contundente.

–¿Por qué una versión de Piazzolla y no una de su abuelo?

–No me interesa tocar temas de mi abuelo. En todo lo que hice hasta hoy, nadie se va a encontrar con él.

Lo tajante de la respuesta no anula la admiración que Carla tiene por aquel querubín de la buena suerte. Literalmente lo ensalza y derriba una fantasía. “¿Qué hubiese dicho él de mi música? Seguramente le hubiera encantado. Lo sé porque cuando yo era chica y le mostraba lo que hacía en el piano, a él le gustaba. Y sé la postura que tenía para con el arte. Me hubiese hecho así –dedos hacia arriba– con los ojos cerrados”, asegura. Entonces, habrá que imaginar a Don Osvaldo esbozando un gesto de admiración ante una música bastante distinta de “La Yumba” o “Negracha”. Porque en el cosmos musical de Carla –compositora, arregladora y directora de orquesta– el tango es como un grano de arena más en el desierto. Arropa sus temas con Minimoogs como los que usaba Charly García en La Máquina de Hacer Pájaros, guitarras eléctricas, bombos legüeros, secuenciadores analógicos, baterías y un batallón de sintetizadores. “Cuando mi mamá se enteró de que no iba a poner bandoneón se armó un revuelo, puso el grito en el cielo...”, evoca. “Por suerte, cuando lo terminé y se lo mostré, le gustó.”

–¿Cuál fue su estrategia defensiva?

–Que al tango no lo hizo el bandoneón, sino los compositores. Ella no comparte mis gustos por Led Zeppelin o Pink Floyd... se cree que me gustan porque soy joven (risas).

La visión “modernizante” de Carla no es una cuestión de azar. Pese a que su más temprana formación ancla en la música clásica y el tango –“me la pasaba durmiendo en los camarines”, recuerda–, tiene un paso efímero por el jazz y otro no tanto por el rock. Primero como parte del grupo de rock progresivo Odisea y luego –bastante tiempo– con Adrián Subotovsky, a quien invitó para tocar la guitarra en Eléctrica.... “No seguí tocando rock por una cuestión de músicos. Tiene que ver con quiénes te cruzás, con cómo te llevás con ellos. Hay muchos músicos de rock que no leen y yo escribo todo, escucho todo lo que está sonando en mi cabeza. Podés hacer solos y entiendo dónde vas, pero cada tema tiene su esencia”, explica. Producto de estos cruces, entonces, la más chica del clan prefiere rotular su música –riquísima en climas– como ciudadana y contemporánea. “No hago tango típico simplemente porque no nací en esa época.”

–Pero hay muchos músicos de su generación que lo hacen...

–Problema de ellos.

–Con otros géneros parece proceder igual. “Atardecer” es folklore pero atípico: dura más de siete minutos y su riesgo instrumental encresparía a todos los domadores de Villa María juntos. Incluidos los caballos.

–(Se ríe.) Yo no entiendo nada del género... no sé diferenciar una chacarera de un malambo. Me salió natural. Sucedió que escuché algo entre sueños, me levanté de la cama y fui al piano: lo hice en un día.

–Otro rasgo de su música es la experimentación y la generación de climas que, habitualmente, no condicen con el baile. Cuando compone no piensa en gente bailando ¿no?

–No. Salvo en algunos temas puntuales, como “Coreografía”. Igual, me gusta que se atrevan a bailarla con zapatos de punta, porque el ballet ruso es otra de mis grandes debilidades.

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“A mi abuelo le encantaría el disco: cuando era chica le mostraba lo que hacía y le gustaba.”
Imagen: Bernardino Avila
 
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