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Sábado, 1 de diciembre de 2007

MUSICA › STEWART COPELAND Y UN MULTITUDINARIO REENCUENTRO CON BUENOS AIRES

“Vamos a grabar con miles de argentinos como referís”

Al borde de dos shows que dejarán su marca, el baterista del grupo que mejor sintetizó el paso de los ‘70 a los ‘80 se presta a un diálogo imperdible. “Sinceramente, yo me había olvidado de The Police. Pero la excitación que obtenés de un grupo como éste no es algo que suceda todos los días”, señala

 Por Roque Casciero

“Vamos a grabar un disco y un DVD en vivo en Buenos Aires”, sorprende Stewart Copeland, baterista de The Police. La pregunta tenía que ver con la posibilidad de que el trío, que hoy y mañana se presentará en River Plate (con Beck como telonero de lujo), grabara material nuevo, cosa que el músico rechaza de plano: “Si volviéramos a entrar a un estudio nos asesinaríamos. Somos individuos completamente diferentes. Cuando éramos jóvenes, esas contradicciones nos daban fuerza. Ahora Sting y yo nos miramos como criaturas de planetas distintos, aunque apreciamos el efecto valioso que tenemos en el otro. No me gusta tener que callarme cuando Sting está cantando, pero las letras son importantes. A él no le gusta que haya una Tercera Guerra Mundial en la batería mientras él trata de cantar una canción, pero entendemos que la combinación de estas cosas es lo que hace a The Police. Cuando estamos frente a un público que funciona como referí, todo funciona. Si tuviéramos que meternos en un estudio tendríamos que llevar a 25 mil argentinos. Pero, ¿sabe qué? Vamos a hacer eso: vamos a grabar nuestro próximo álbum con 25 mil argentinos como referís”.

–Bueno, no serán 25 mil, sino 60 mil por noche.

–Pero yo sólo puedo ver a los primeros 25 mil (risas).

–¿Prepararon algo especial?

–Cada concierto es levemente diferente, pero hay un plan en el que cada canción no está separada del resto. Estamos manipulando, ajustando, agregando, sacando, pero pensando en el concierto como un todo. Un ritual en el que cada canción lleva a la siguiente. Y cambia todo el tiempo.

–¿Por qué eligieron a la Argentina para grabar el disco y el DVD?

–Porque los argentinos tienen sofisticación cultural y, al mismo tiempo, ¡están absolutamente locos!

Copeland hablaba desde un hotel de Monterrey, México, justo antes de emprender el vuelo que lo depositó ayer por la mañana en Ezeiza junto a Sting (voz y bajo) y Andy Summers (guitarra). El baterista conoce bien la ciudad: además de la mítica visita de 1981, volvió varias veces a jugar al polo. Sting y Summers, en cambio, regresaron como solistas, mientras que el baterista se concentró en las bandas sonoras para películas. Y jura que no sintió nostalgia por sus tiempos en The Police, cosa que parece casi un delirio para cualquier mortal. Porque la banda que Copeland fundó en 1977, cuando se cansó del rock progresivo de su grupo anterior, Curved Air, marcó la pauta del rock de fines de los ‘70 y principios de los ‘80: con influencias de punk y reggae, creó una forma de new wave que sorprendía por su dinámica, su alta dosis de energía y sus canciones redonditas, capaces de combinar una personalísima contractura rítmica con la perfección de un estribillo pop. Todo eso que la multitud que atestará el Monumental espera escuchar otra vez, como si no hubieran pasado tres décadas desde el single “Fall out/Nothing achieving”.

–En los veinte años en que no tocó, ¿sentía nostalgia de The Police?

–Ocasionalmente. Con el tiempo desapareció por completo. Cuando estás en la escuela y ganás un trofeo en fútbol, estás muy excitado y se lo mostrás a tus amigos, tu corazón vibra cada vez que lo ves. Una semana más tarde ya no es tan importante; un año después ni lo ves... Veinte años más tarde no tiene ningún sentido. Mis Grammies y discos de oro están en cajas en el garage. Y me había olvidado de Police: tenía un trabajo como compositor para películas, una nueva casa en una nueva ciudad, una familia, una nueva vida. The Police era algo que tenés en una repisa y ya no mirás más. Cuando sonaba un tema en la radio, pensaba: “Qué bien, la música está mejorando... no, esperá un minuto, ¡ésa es mi banda!” Pero de inmediato volvía a la conversación en la que estuviera. Hasta que un día recordé que tenía un montón de material fílmico: mi hobby cuando estábamos de gira era filmar todo. Con la tecnología digital era posible jugar un poco. Me puse a cortar y pegar y armé una pequeña película, no como ejercicio nostálgico, sino interesado en el punto de vista del individuo que era en mi juventud. No es como las películas de MTV donde las cámaras siguen a la banda; en ésta la cámara es la banda. Lo excitante no es volver a verme ni a mis amigos, sino que tendría impacto para mí incluso si fuera sobre la banda de otro. Y cuando salió a la luz generó mucha excitación, la gente empezó a hablar otra vez de Police... Pero para mí era un ejercicio académico. Estuve un año haciendo promoción, llevándola a festivales. Y cuando terminé, abandoné todo y estaba por volver a mi trabajo para películas, sonó el teléfono y era Sting: “Hey, hagamos una gira”.

–¿Cómo fue recibir ese llamado?

–Sorprendente. No tenía ni idea. Alguna gente decía que iba a pasar y yo contestaba: “En primer lugar, no va a suceder. ¿Por qué iba a suceder? En segundo lugar, no a va suceder. ¿Por qué iba a suceder?”.

–Y entonces, ¿por qué sucedió?

–No sé. Mi chiste al respecto es que Sting es el rey del dolor, ama el dolor, y llegó a un punto de su vida en el que no pudo pensar en nada más doloroso que llamarme a mí. Y fue muy sabio, porque llamarme a mí fue extremadamente doloroso. Ahora Sting está en el paraíso del dolor (risas).

–En serio: ¿es por el dinero, el ego, la sensación de que todavía pueden hacerlo?

–Todo. La excitación que obtenés de un grupo como éste no es algo que suceda todos los días. Y vale la pena entregarle un año de mi vida. Mis hijos no están tan seguros, pero yo sí. El dinero... Sting tiene casi la misma fortuna que el Papa (risas). No quiero meterme en problemas: no fue por eso que me llamó. Una de las cosas que más me gusta de componer para películas es que es un trabajo muy tranquilo. Me encanta mi vida tranquila con mi esposa... Pero estar sobre un escenario frente a 60 mil personas que gritan es... “Querida, ya vuelvo”. También es bárbaro para mis siete hijos venir a los shows: algunos nunca me habían visto tocar la batería. Casi ninguno de mis amigos más cercanos es músico: mi mejor amigo es abogado, otro es escritor... Me tienen por el tipo con el que se juntan y charlan sobre política, sobre arte.

–¿No será mucho? Police siguió vivo...

–Siguió en la radio, pero en mi vida había desaparecido. Era igual que para los demás: una canción que aparece en la radio y uno dice: “Ey, me gusta ese tema”, pero después aparece la de otra banda y uno piensa: “Esa también me gusta”. No era parte de mí.

–Muchas bandas de hoy miran a los ‘80 como influencia. ¿Eso los hace sentir modernos otra vez?

–Supongo que significa que Police es algo que supera al tiempo. Cuando uno hace música no piensa en si tendrá sentido dentro de veinte años, sino en lo que significa en el presente. Pero es una bendición que todavía tenga sentido lo que hicimos hace veinte años. Hay bandas que grabaron cosas que tenían sentido y veinte años después nadie las recuerda. Trabajaban duramente y les importaba su música tanto como a nosotros, pero por algún golpe de la fortuna su música se olvidó.

–Bueno, las buenas canciones también importan.

–OK, nuestras canciones son bárbaras, pero también es por suerte. Sting es un gran compositor entre otras cosas por la suerte, porque hay muchos otros escritores que trabajan duramente... Si tenés una dosis más de talento y trabajás un poco más, mejorás las posibilidades de que tengas suerte, pero no podés garantizar nada. De hecho, si no trabajás duro y no tenés talento, también podés tener suerte.

–Hace unos años hicieron una entrevista en la que dijo que si se reunían iban a limpiar el piso con las demás bandas del planeta. ¿Siente eso hoy?

–Digamos que limpiamos el piso con todos los demás durante este año. El próximo vendrá alguien y limpiará el piso con nosotros. Así es la vida.

–¿En qué estado está The Police?

–Mejorando. Cuando dije eso no esperaba lo que pasó; estoy sorprendido de cuán difícil fue reensamblar The Police. Asumí que como éramos veinte años mejores, la banda iba a ser mejor e iba a ser fácil reconectar, porque me convertí en el músico que soy por el efecto que tuvieron sobre mí Andy y Sting, y a ellos les pasó lo mismo. Pero nos desarrollamos como músicos veinte años y las piezas no encajaron tan fácilmente como antes.

–¿Qué fue lo más difícil?

–Que cada uno es presidente vitalicio de su mundo musical. Habíamos olvidado lo que es colaborar con otros. Cuando hacía una banda sonora con una orquesta –y a Sting y Andy les pasaba lo mismo– les ponía enfrente la partitura y los músicos hacían lo que yo les decía. O cuando tocaba con otros músicos, escuchaban lo que hacía y trataban de encajar.

–Algunos fans no están muy contentos con ciertos arreglos jazzeros... y culpan a Sting.

–(Se ríe.) Pueden culpar a Sting lo que quieran, pero él escribió esas canciones. No hay una posición correcta sobre cuánto debemos apegarnos a los originales. Si fuéramos como en los discos, habría gente que diría: “Es sólo es una fotografía del grupo”. Y si cambiáramos demasiado: “Eh, vine a escuchar ‘Roxanne’ y apenas puedo reconocerla”. Tenemos que encontrar un balance, pero aun así alguien va a pensar que es equivocado. Creo que para el 90 por ciento o más este balance está bien, de acuerdo con el público y los críticos. Mal o bien, lo hicimos siguiendo nuestros instintos. No es un cálculo que hicimos con medidas geométricas en un papel.

–¿Cuál es la mayor diferencia entre este Police y el anterior?

–Más vivos, más sabios (se ríe)... La diferencia es la razón filosófica para la existencia del grupo, el propósito fundamental. Cuando éramos jóvenes, la razón de ser era crear y explorar, generar cosas y descubrir adónde podíamos ir. Encontramos el lugar al que podíamos ir e hicimos grandes discos: llegamos a nuestro destino, la música que hicimos, y nos separamos. Y nos dedicamos a explorar otras posibilidades. Ahora, el propósito no es crear algo nuevo, sino celebrar el material ya existente. Hay un impacto emocional diferente entre una canción que conocés y una que escuchás por primera vez. Para las nuevas canciones, invito a sus lectores a que escuchen a Amy Winehouse, artistas nuevos, pero Police es una experiencia diferente: un ritual, una ceremonia. Quizás estas canciones sean muy buenas y quizá seamos grandes músicos, pero lo importante es que estas canciones tienen dos décadas de experiencia vital. Hoy, cuando escuchás “Message in a bottle” no es sólo un grupo de acordes copados y una letra interesante, sino veinte años en los que la escuchaste en la radio, en tu boda, cuando conociste a tu novia. Las canciones tienen un poder que va más allá de su calidad inherente, que tiene que ver con los recuerdos que la gente les agrega. Como experiencia de concierto es muy poderosa, emocional, incluso sobrecogedora. Cuando éramos jóvenes veíamos a chicas de 16 años desmayadas, ahora vemos a tipos de 45 lagrimeando. Y las chicas de 16 ahora también tienen 45, y todavía están bastante buenas (risas). Tocar una canción nueva sería irrelevante. Los conciertos de Police hoy son tocar las canciones que ya conocés, poniéndole vida y espontaneidad a la performance. El público es el combustible para nuestro motor. Ahí notamos qué está bien y qué está mal.

–La gira tiene un final. ¿Ya pensó qué hará después?

–Es muy difícil porque todo parece irrelevante. Police es un monstruo que se come todo, tapa el sol y se chupa el aire. Ahora, Sting, Andy y yo le pertenecemos. Este año nuestros destinos están atados, un sentimiento extraño para personas de nuestra edad. En cierto sentido está muy bien, yo me siento muy bien. Me resulta natural ser parte de un equipo porque soy el menor en una familia numerosa, pero así y todo no estoy acostumbrado y no sé cuánto tiempo puedo aguantarlo. Me dan ganas de volver a casa. Así que me entregué a Police por este año y lo que viene a continuación... ¿quién sabe?

–¿Cómo fue para usted reencontrarse con la batería?

–Es interesante, porque ahora para mí es un hobby. Durante veinte años tuve otro hobby, el polo, por eso jugué bastante en la Argentina. Pero tengo mucho más talento para la batería que para el polo (risas). Y es más barato... Como ahora la batería es mi hobby, la toco con más pasión que cuando lo hacía como trabajo.

–¿Cuál es el mejor momento que recuerda de The Police?

–Hay muchos... Algunos tienen que ver con la grabación del segundo álbum. Tuvimos que grabarlo a las apuradas porque el mundo nos explotaba en la cara y estábamos llenos de confianza. El primero lo habíamos grabado antes de que termináramos de entendernos: teníamos grandes canciones, las trabajamos, estaba bien, pero no nos las metimos en el bolsillo hasta que las tocamos dos veces por noche en EE.UU. durante meses. Cuando grabamos el segundo el mundo empezaba a mirarnos, estábamos excitados, pero Sting no había tenido oportunidad de escribir muchas canciones: tuvimos que movernos muy rápido, instintivamente, no había tiempo para cálculos. Esa velocidad fue parte de la inspiración, parte del fuego que nos consumía. Grabar ese disco fue una de las experiencias que más disfruté. No diría que es el mejor, pero la experiencia fue inspiradora. Para el tercero ya éramos un grupo enorme y teníamos la responsabilidad de entregar hits, pero en el segundo no había resposabilidad, sólo inspiración.

–¿Y el peor momento?

–Synchronicity fue espantoso, el momento más oscuro de nuestras vidas. Cada uno tenía mucha pasión puesta en el grupo, pero no estábamos de acuerdo en casi nada. Sin el público, solos en una isla, fue el infierno. Así y todo, es nuestro disco más exitoso. Ahora somos mejores personas, pero en ese momento éramos unos pelotudos jóvenes y queríamos lastimarnos.

–¿Recuerda algo del primer viaje a la Argentina?

–Sí, que en el hotel tomé el jugo de naranja más caro de mi vida (risas). Algunos argentinos recordarán la hiperinflación de esos años; sé que ahora la situación es más estable, pero la primera vez que fuimos la Argentina estaba gobernada por la Junta Militar, la economía estaba fuera de control... Era un lugar volátil, que necesitaba un cambio.

–¿Y el famoso incidente de Summers pateando a un policía?

–Oh, sí, San Andy de Buenos Aires (risas). El gran héroe.

–Imagine que es el protagonista de una de esas películas berretas en las que se encuentra con el que fue hace treinta años. ¿Qué pensaría de esa versión joven?

–Cuando miraba el material de la película veía a esa versión y quería decirle: “Flaco, mirá, olé las rosas, sonreí”. Ahora mis amigos vienen a los conciertos y me dicen: “Pensé que me iba a encontrar con sexo, drogas y rock and roll, pero lo único que hay es rock and roll”. Y es lógico: tengo 55 años, siete hijos a los que llevo a la escuela a la mañana, y ya no me meto con esos placeres más salvajes del rock and roll. ¿Y sabe qué? Lo disfruto mucho más ahora que cuando tenía 25 años. Cuando éramos jóvenes era todo nuevo, estábamos conquistando el mundo, éramos piratas lanzados al pillaje, pero estaba ansioso, hecho mierda y con resaca todo el tiempo. Ahora adoro cada minuto.

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“Grabamos aquí porque los argentinos tienen sofisticación cultural y, al mismo tiempo, ¡están absolutamente locos!”
 
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