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Jueves, 10 de septiembre de 2009

CINE › LA PIEDRA MAGICA, DE ROBERT RODRIGUEZ

Como un chico grande

 Por Horacio Bernades

6

LA PIEDRA MAGICA

Shorts, EE.UU., 2009

Dirección, guión, fotografía, edición, música y efectos especiales: Robert Rodríguez.
Intérpretes: Jimmy Bennett, Kat Dennings, Leslie Mann, James Spader, William H. Macy y Jon Cryer.

Basta prestarle atención al rodante final de cada film de Robert Rodríguez para verificar hasta qué punto el cineasta tex-mex se involucra con lo que hace. Como un realizador de súper-8, se hace cargo de la producción, guión y dirección, la fotografía, edición, música y efectos. De allí que sus películas (las que produce al margen de la gran industria, al menos) resulten tan personales y contagiosas. Contagiosas, pero de a ratos. Cineasta eléctrico, el realizador de El mariachi funciona con corriente alterna, oscilando entre el chispazo, la sobrecarga y el quemado de la fuente de alimentación. Todo ello vuelve a constatarse en La piedra mágica, nueva entrega de su chirriante, casera y muy enchufada producción para niños, que comenzó a comienzos de este siglo con la serie Miniespías y se continuó con Las aventuras del niño tiburón y la niña de fuego.

La piedra... se organiza como una serie de cortos (otra vez el súper-8) que tienen a Toe, sus vecinos, amigos, familias y hasta la ciudad de Black Falls por protagonistas. Black Falls debe su nombre a esa suerte de joven Mr. Burns que es Mr. Black (James Spader, cuyo rostro parece haberse inflado de golpe), cuya corporación inventó unas cajitas llamadas, como es obvio, black boxes. Las black boxes sirven absolutamente para cualquier cosa, desde las tareas domésticas más ridículas hasta las más sofisticadas funciones high end. Tan perverso como todo dueño de corporación, Mr. Black pone a competir entre sí a los papás de Toe. El que pierde queda despedido. Los papás son dos comediantes magníficos: Jon Cryer y Leslie Mann. Pero eso importa tan poco como la presencia de Spader o de William H. Macy: el desarrollo de personajes no está entre las virtudes de Rodríguez.

Sí lo es la invención, tanto de minigadgets (no sólo el black box sino unos simpatiquísimos aliencitos miniatura) como de minigags. El mejor es, por lejos, el de los hermanos Blinkers (“Guiñadores”), que se toman tan a pecho el jueguito de “quién guiña primero” que pueden pasarse días enteros con los ojos duros. Rodríguez extiende su afición tecno-casera a la aplicación de técnicas básicas del espectador de video a la propia película, congelando imágenes, rebobinando y haciendo fast forwards. Pero eso es sólo al comienzo. Después es como que se olvida, lo cual suele sucederle. Lo que se mantiene parejo es la bienvenida sensación de que el film está hecho por un chico. Sólo a un chico grande como Rodríguez puede ocurrírsele la idea del episodio “El moco asesino”, en el que las tarántulas del cine de su infancia son reemplazadas por el producto de la nariz de un niño, que tiene la mala fortuna de tener de padre a un científico de los que les gustan los experimentos raros. Los de agigantar cosas, sobre todo.

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