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Sábado, 3 de octubre de 2009

CINE › ALEJO MOGUILLANSKY Y MATíAS PIñEIRO ESTRENAN CASTRO Y TODOS MIENTEN

“Nacieron como películas hermanas”

Juntas tuvieron su primera presentación en sociedad en el último Bafici. Allí ganaron premios y se convirtieron en las revelaciones argentinas del festival porteño. Y a partir de mañana, Castro y Todos mienten compartirán los domingos en el Malba.

 Por Horacio Bernades

Una es una película de conspiraciones. La otra, de persecuciones. Ambas se atienen estrictamente al puro hueso de lo que narran, dando puntillosamente la espalda a toda clase de coartadas narrativas, psicológicas o naturalistas. Se filmaron al mismo tiempo, entre diciembre de 2008 y enero de 2009, compartiendo equipos y actores. Juntas tuvieron su primera presentación en sociedad en el Bafici, en abril de este año. Allí, Castro fue parte de la competencia argentina y recibió premios a Mejor Película y Mejor Fotografía. Todos mienten integró la competencia internacional, siendo elegida Mejor Película Argentina de esa sección. Era lógico que Castro y Todos mienten compartieran cartelera, y eso es lo que sucederá a partir de mañana en el Malba. Gracias a la buena costumbre del auditorio de ese museo, de no “tirar” los estrenos sobre la cartelera, sino sostenerlos durante meses, Todos mienten se exhibirá todos los domingos a las 19, y Castro completará el uno-dos, a partir de las 20.30.

Por si quedara alguna duda, Matías Piñeiro, director de Todos mienten, y Alejo Moguillansky, realizador de Castro, proclaman a coro que las suyas son “películas hermanas”, desde el comienzo “una y la misma cosa”. Piñeiro tiene 27 años y una película estrenada antes de ésta. Se trata de El hombre robado, que filmó en 2006, a los 24, y llegó a salas tras su paso por el Bafici. Cuatro años mayor, Moguillansky también cuenta con una película previa –La prisionera, codirigida con Fermín Villanueva–, aunque nunca la estrenó. Se conocieron durante el montaje de A propósito de Buenos Aires, film colectivo gestado, realizado y producido por alumnos y ex alumnos de la Universidad del Cine. Piñeiro fue uno de sus once realizadores y Moguillansky la editó. Eso fue hace cuatro años y dejó marca.

“Rápidamente nos dimos cuenta de que teníamos puntos de vista coincidentes con respecto al cine y que nos entendíamos bien trabajando”, dicen, turnándose en el uso de la palabra. Volvieron a trabajar juntos en El hombre robado, dirigida por Piñeiro y montada por Moguillansky. El siguiente rodaje los encontró haciéndolo por separado y en simultáneo: Moguillansky dio la orden de largada a Castro el 10 de diciembre y Piñeiro hizo lo propio diez días más tarde, con las fiestas encima. Hubo, de un rodaje a otro, variada cantidad de intercambios, pasajes y préstamos. Préstamo de actores (Julia Martínez Rubio y Esteban Lamothe aparecen en ambas películas) y de equipos: filmadas en 16 mm, con materiales provistos por la propia Universidad del Cine (donde ambos se graduaron y dan clases de Dirección), uno dejaba la cámara y se la pasaba al otro. Y así.

En verdad, el juego de idas y vueltas empezó bastante antes del rodaje, cuando Piñeiro le contaba Todos mienten a Moguillansky y éste lo ayudaba informalmente. Mientras tanto pulía la idea de filmar una película basada en una novela de Samuel Beckett. Pero eso requiere una pregunta.

–¿Qué intervención tuvo cada uno en el largo del otro?

Matías Piñeiro: –Alejo fue una de las personas a las que les mostré los primeros esbozos de Todos mienten. Como al mismo tiempo él estaba escribiendo su propio guión, también hizo lo mismo. De ahí en más se estableció un sistema de espejos, en el que cada uno “atendía” el guión del otro. De hecho, estoy convencido de que Alejo, si bien no montó Todos mienten, lo que hizo es un trabajo de montaje sobre el guión, cortando lo superfluo y ligando fragmentos que en un principio estaban separados.

Alejo Moguillansky: –Castro originalmente se llamó “Murph”, porque estaba basada en una novela de Samuel Beckett, que se llama Murphy. Después pasó por el tamiz del policial. El esqueleto de un policial, más bien, porque yo no quería filmar una película de género, sino tomar sólo un mecanismo básico del policial, la idea de un tipo que huye y otros que lo persiguen. No se sabe muy bien por qué, y no importa: ése es el factor Beckett, si se quiere. Lo que importa es que eso da lugar a una serie de persecuciones a través de la ciudad (de dos ciudades, en realidad). Esas persecuciones son la película.

–¿Qué participación tuvo Piñeiro en el desarrollo de Castro?

A. M.: –Me ayudó a “cuidarme” del género. Una especie de alerta constante, para no caer en el film de género. Yo trataba de esquivar eso por un costado más excéntrico. El hecho de que Castro, el protagonista de la película, duerme en un armario, por ejemplo. Matías me daba soluciones más naturales, que fueron de mucha ayuda.

M. P.: –Es curioso, porque las sugerencias que me dio Alejo sirvieron para lo mismo: para simplificar Todos mienten, para aclararla. La película trata sobre un grupo de chicos que se reúnen en una quinta, para hacer un último trabajo. Se dedican a falsificar cuadros, y hay dos grupos enfrentados. Uno de los integrantes es tataranieto de Rosas y una de las chicas del otro grupo es tataranieta de Sarmiento. A su vez se leen pasajes del diario de viaje de Sarmiento por Europa. O sea que hay varias capas narrativas y temporales. Originalmente yo pensaba abordar todas esas capas por separado, con todos esos planos coexistiendo y superponiéndose. Alejo fue fundamental para salvarme de caer en la “vanguardia chasco”.

–¿A qué se refiere?

M. P.: –A hacer un ejercicio à la Resnais, hoy en día. Una película que se pareciera a Providence, por ejemplo, con cruces entre distintas capas de relato, que podrían haber derivado en un formalismo hueco. Alejo me ayudó a integrar todo eso en un mismo plano. A naturalizar lo extraño. A la vez que la hizo más sencilla, eso la enriqueció.

–¿Ustedes tienen una formación común?

A. M.: –No cursamos juntos en la FUC, por la diferencia de edades. Pero sí nos marcaron algunos profesores a los que no nos cuesta reconocer como “formadores”.

–¿Quiénes fueron?

M. P.: –Gente como Rafael Filippelli, a quien tuvimos como docente en Dirección y Guión, y David Oubiña, docente de Guión.

A. M.: –Actualmente somos profesores en las cátedras de ambos.

–¿Ambas películas se filmaron muy rápido, no?

A. M.: –Castro se rodó en quince días.

M. P.: –Todos mienten, en tres semanas, incluyendo el 24 y 31 de diciembre. En cuatro meses las dos estaban terminadas.

–¿Esa velocidad de rodaje tuvo que ver con alguna clase de credo estético, de filmación “estilo guerrilla”, o porque estaban apurados por llegar al Bafici, nomás?

M. P.: –No, apurados por llegar al Bafici, no. Si hubiera sido así hubiéramos empezado antes. El tema es que la FUC nos había prestado los equipos por un plazo corto y lo aprovechamos para filmar no una película, sino dos. O sea que mientras yo usaba una cámara, Alejo montaba hasta que la cámara estuviera libre, y así.

A. M.: –Castro transcurre en buena medida en la calle. Y cuando se filma en la calle hay que hacerlo rápido. Además elegimos hacerlo en medio de Constitución, que es un quilombo de gente. El caos es una de las ideas centrales de la película.

M. P.: –No es que los actores de Castro se la pasan corriendo porque estaban apurados para terminar el rodaje... (risas)

A. M.: –Pero sí es cierto que los técnicos corrían tanto como los actores, porque usamos mucha cámara en mano, muchas carreras de autos... Además, como filmamos en pleno verano, con temperaturas de treinta y pico de grados, eso colaboró con el clima agitado.

–¿Se hubiera podido filmar esa película, en la que la gente la pasa corriendo, en medio de un rodaje calmo y pausado?

A. M.: –Supongo que no. Me parece que se produjo como un contagio, a un lado y otro de la cámara, que seguramente habrá sido favorable, en términos de coherencia.

M. P.: –Siempre es aconsejable una sintonía entre aquello de lo que la película trata y la forma en que se la produce.

–¿Es verdad que en ambas los actores desempeñaron roles técnicos?

A. M.: –En el caso de Castro, podía suceder que de pronto un actor tuviera que hacer de eléctrico, el sonidista manejar un auto a 100 km por hora (mientras hacía sonido) o yo mismo “tirar” un zoom. Eso tiene que ver con las condiciones de urgencia en las que filmamos, pero también con una cierta concepción de grupo, que está casi en el polo opuesto de lo que es una división sindical de roles. Lo mismo con respecto a ciertos cameos. Por ejemplo, el de Mariano Llinás, que es uno de los productores de la película, junto con Laura Citarella. No se hizo por la jodita infantil de “Uy, mirá, ahí está Llinás”, sino porque necesitábamos a alguien que pusiera la cara en esa escena y lo teníamos a él a mano, trabando una puerta o frenando autos para que no entraran en cámara.

M. P.: –Supongo que Todos mienten fue algo más “normal” en ese sentido: en términos generales, los técnicos hicieron los roles técnicos y los actores actuaron. Igual es un tipo de rodaje en el que si alguien tiene que dar una mano no va a dejar de hacerlo.

–Otro que aparece en Castro es el escritor Fabián Casas, ¿no?

A. M.: –Sí, pero es lo mismo que en el caso de Llinás. En una escena necesitábamos dos pelados, los pelados que teníamos nos clavaron y estaban Casas y el periodista Alejandro Lingenti, que usan el pelo rapadito. Así que adentro.

–¿Por qué la película se llama Castro, que es el apellido del actor que hace el papel protagónico?

A. M.: –El guión tenía ese nombre, por Edgardo Castro, que es el actor. Me sonaba bien y lo dejé.

–¿Las ideas de conspiración y de persecución tienen que ver con una cierta visión del mundo, con experiencias personales o nada que ver?

M. P.: –En mi caso es simplemente que la idea de conspiración me parece un buen gatillo narrativo. Sirve para construir una trama, un clima. Basta que haya una conspiración dando vueltas para que un plano de dos, que en otro caso sería inocuo, se vuelva tenso.

A. M.: –En mi caso, lo mismo. Quería hacer una película física, y para eso no hay nada mejor que gente corriéndose, chocándose, tropezando unos con otros.

–¿Hay algo de las comedias de Mack Sennett en esa voluntad de reducir todo a lo físico, a las carreras?

A. M.: –No, la verdad que Mack Sennett no. No tengo una afición particular por lo que se conoce como slapstick. El que sí me gusta mucho, y tal vez se note, es Buster Keaton.

–¿En Todos mienten hay algún rastro del cine de Jacques Rivette, donde también abundan las conspiraciones secretas?

M. P.: –Rivette es un realizador que me interesa. Pero uno nunca filma pensando: “Ahora voy a hacer un plano como en tal película”. Las influencias se cruzan. Yo últimamente estaba viendo mucho Fritz Lang, que es otro cineasta en el que la idea de conspiración es muy central. Pero uno está inmerso en un mundo de películas, y todas esas películas se combinan, de maneras que siempre son imprevisibles. Y después está el mundo real, claro, que también interviene.

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Moguillansky y Piñeiro egresaron de la Universidad del Cine, donde actualmente son docentes.
 
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