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Martes, 10 de septiembre de 2013

CINE › 12 YEARS A SLAVE, DE STEVE MCQUEEN, Y GRAVITY, DE ALFONSO CUARóN, ADELANTOS EN TORONTO

Dos para el gusto de Hollywood

Si es el barómetro el grado de interés de la industria, de debate de la crítica y de histeria del público, estos dos films norteamericanos picaron en punta en la carrera por el
Oscar. Y aunque en apariencia son diferentes, están cortados por la misma tijera.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Toronto

Para la próxima ceremonia del Oscar –el 2 de marzo del año que viene, en el Dolby Theater de Los Angeles– faltan todavía casi seis meses, pero se diría que la pelea de fondo por la estatuilla dorada ya empezó el fin de semana pasado, en el Toronto International Film Festival. La lista de títulos en carrera es larga y el TIFF, como siempre, tiene unos cuantos en su calculada plataforma de lanzamiento hacia la Academia de Hollywood. Pero si se considera como barómetro el grado de interés de la industria, de debate de la crítica y de histeria del público (y hasta de profesionales acreditados) por conseguir una butaca en las salas, se diría que por ahora son en principio dos los contrincantes que ya salieron picando en punta: 12 Years a Slave, de Steve McQueen, y Gravity, de Alfonso Cuarón.

No podría haber, a priori, dos películas más diferentes. Una transcurre en el sur profundo de Estados Unidos, a mediados del siglo XIX, en pleno apogeo de la esclavitud, y la otra en el espacio exterior, avanzado el siglo XXI. La primera está basada en una historia real y la segunda es una pura ficción. El director de nombre y apellido idénticos a los del protagonista de El affaire de Thomas Crown no tiene parentesco alguno con el recordado actor homónimo: es británico y de raza negra. A su vez, el realizador de la película de ciencia ficción protagonizada por Sandra Bullock y George Clooney es mexicano, al menos si se tiene en cuenta que nació en el DF, por más que su filmografía –que va desde Harry Potter y el prisionero de Azkabán hasta Niños del hombre– la haya desarrollado casi por completo fuera de su país.

Pero más allá de las disparidades de todo orden, tema, estilo y origen, se diría que 12 Years a Slave (“Doce años esclavo”) y Gravity (“Gravedad”) parecen casi cortadas por la misma tijera, la de ese gran sastre que uniforma desde siempre el mundo del cine: Hollywood. Ambas películas tienen en su centro un héroe o una heroína en peligro, a riesgo de perder su vida incluso. Ambos protagonistas padecen la soledad, el infortunio e incluso la desesperación. Pero, a pesar de que en algún momento puedan llegar a sentirse a punto de flaquear, de rendirse y de entregarse a su suerte, sabrán sacar fuerzas de donde ya no parecía haberlas, y su espíritu, su determinación y su fortaleza moral (denotada por una música siempre enfática y creciente) se sobrepondrán a todos los obstáculos para llegar allí donde más ansían volver: a casa. Tanto en la Tierra como en el espacio, la palabra más anhelada es la misma para ambas películas: home.

Ahora bien, estas fórmulas, estos clichés que Hollywood utiliza desde el oscuro amanecer de sus tiempos, cuando el cine todavía no había aprendido a hablar, ¿son malos por sí mismos? Apelando a esas estructuras, una película puede ser excelente o fallida, conmovedora o rutinaria. Estas dos contendientes al Oscar que acaban de lanzarse desde el trampolín que ahora les provee Toronto no son iguales a este respecto, aunque para el conjunto de la crítica estadounidense (que siempre tiene sus excepciones) puedan parecerlo, y merecer elogios y aplausos por igual.

12 Years a Slave, que en los improvisados, agitados debates que se produjeron en la interminable fila para ingresar a ver Gravity, fue defendida con tanto ahínco por la mayoría de la prensa norteamericana (canadienses incluidos), tiene un problema. Y ese problema tiene nombre: Django. Guste o no guste la película de Quentin Tarantino, es evidente que marcó un antes y un después en el cine sobre el tema de la esclavitud en Estados Unidos. No se trata solamente de que a su lado la película de Steve McQueen (que en sus dos largometrajes anteriores, Hunger, premiada en Cannes, y en la infatuada Shame se daba aires de vanguardista) luce obvia, previsible, vetusta, convencional. Se da también una paradoja. No por el hecho de estar basada en una historia real de esas que tanto le gustan a la Academia (la del violinista negro neoyorquino Solomon Northup, que fue secuestrado y esclavizado entre 1841 y 1853), 12 Years a Slave resulta necesariamente una película creíble en su dramaturgia. Nadie duda de que Northup padeció todo eso que se ve en la película y seguramente mucho más. Pero en su trabajoso afán de verosimilitud, la película de McQueen, de un naturalismo televisivo, termina siendo falsa, mientras que en el puro artificio del Django sin cadenas de Tarantino asomaba la verdadera cara del esclavismo y de la violencia que está en las raíces mismas de Estados Unidos.

Al contrario de 12 Years a Slave, al menos Gravity tiene la virtud justamente de su ligereza, de ser una película que transcurre casi totalmente en el espacio exterior. Allí, los astronautas parecen bailar alegremente, si no al compás de los valses de Strauss que impuso para la posteridad la Space Odyssey de Kubrick, al menos al ritmo de la música country que pone en los auriculares de su escafandra el experimentado George Clooney, mientras su neófita colega Sandra Bullock repara una rutinaria falla mecánica en el exterior de la nave. Todo se ve bello y armonioso desde allí arriba, hasta que Houston les informa que están en problemas: que la explosión accidental de un satélite ruso cercano ha provocado una reacción en cadena y los enfrentará a una onda expansiva hecha de restos industriales como proyectiles. Y ya se sabe: el espacio exterior es hermoso siempre y cuando uno cuente con oxígeno suficiente y con una nave para volver a casa.

No hay que buscar en la trama, escrita por el propio director Cuarón (que siempre confesó que le hubiera gustado ser astronauta), ninguna novedad rutilante, aunque sí hay alguna sorpresa, e incluso un golpe por debajo del cinturón, que se podría haber evitado. Pero lo que vale en Gravity, lo que impresiona y consigue que el espectador se deje llevar mansamente por esa eternidad oscura, es la manera en que está filmada: esos interminables, sensuales planos secuencia, sin duda resueltos digitalmente, pero que transmiten la incomparable sensación de estar allí arriba, flotando con los agonistas de esta aventura, como inmersos en un extraño sueño líquido.

Esa sensación de inmersión casi absoluta se vio reforzada en la proyección en Toronto gracias al sistema Imax, que multiplica por mucho las posibilidades ya un poco exhaustas del 3D. Es más: no resulta difícil sospechar que sin el Imax la experiencia de Gravity puede llegar a limitarse demasiado, hasta dejar a la película un poco desnuda, expuesta a sus convencionalismos de guión, a las canchereadas de Clooney y al discreto dramatismo de Bullock. Pero que Gravity y su actriz van por el Oscar es tan seguro como que 12 Years a Slave y su actor (Chiwetel Ejiofor) las pueden aventajar por el solo hecho de sacar a relucir un humanismo tan trillado como el académico gusto de los electores del Oscar.

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En su trabajoso afán de verosimilitud, 12 Years a Slave termina siendo falsa.
 
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