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Sábado, 7 de marzo de 2015

CINE › MANUEL NIETO PRESENTA SU PELICULA EL LUGAR DEL HIJO

“Es una especie de viaje”

Ambientada en el marco de las tomas universitarias que sacudieron a Uruguay en 2002, el segundo largo del director de La perrera pone a su protagonista en crisis. “Frente a la muerte del padre, ¿cuál es su lugar en la vida?”, pregunta Nieto.

 Por Oscar Ranzani

Manuel Nieto es un cineasta joven muy reconocido en Uruguay por varias razones. Su ópera prima, La perrera (2006), ganó el Tiger Award del Festival de Rotterdam. Antes había sido asistente de dirección en 25 watts y Whisky, las películas de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella que marcaron una huella en la manera de hacer cine de las nuevas generaciones del país vecino. Nieto fue también asistente de dirección en Los muertos, el opus dos del argentino Lisandro Alonso. Y Alonso es ahora, justamente, el coproductor de El lugar del hijo, segundo largometraje de Nieto que, luego de su paso por importantes festivales como los de Rotterdam, Toronto y La Habana, llega a la Argentina: el estreno será mañana a las 18 en el Malba y podrá verse todos los domingos de marzo en ese horario.

La historia sucede en 2002, cuando en Uruguay se replicaba la virulenta crisis que venía de sacudir a la Argentina. Por aquel entonces, del otro lado del río todas las facultades de Uruguay fueron tomadas por los estudiantes universitarios como reacción al conflicto. Y el personaje principal es Ariel Cruz, un estudiante de Psicología y militante universitario con dificultades para hablar y moverse –interpretado magistralmente por Felipe Dieste, que tiene esos problemas físicos como consecuencia de un accidente–, pero que posee sus convicciones bien firmes, sin ningún tipo de titubeo ideológico. En plena huelga universitaria y obrera, Ariel recibe la noticia de que su padre acaba de morir en Salto. Entonces, tiene que trasladarse desde Montevideo al interior del país para asistir al entierro.

–Es una película que reflexiona sobre la herencia, pero no sólo económica, sino también emocional y social, ¿no?

–Sí, yo también era consciente de que la suma de ciertos elementos iba a dar para reflexionar sobre algunos temas porque metafóricamente lo podés agarrar para varios lados. Está la herencia política, económica, social. Y también la herencia más personal: el legado del padre o de los elementos materiales que construían su figura. Pero no me preocupé mucho en subrayar las lecturas. Cuando pensaba en hacerla, me preocupé por el personaje. Hice foco en la construcción del personaje, definido por quien es o por quien elegí, pero también definido por la circunstancia que le toca vivir. Me parece que la situación dramática en que uno pone al personaje lo define determinantemente.

–¿Qué buscaba para el personaje que compone Felipe Dieste en términos narrativos?

–Buscaba que el loco tuviera que hacer una especie de viaje. Parte de un lugar y llega a otro convertido no en otra persona, pero de principio a fin se nota que el personaje cambió. No exteriormente, pero interiormente le pasaron cosas y está en un lugar dramático casi opuesto al del principio. Y también me interesaba que ese recorrido abriera un abanico de lugares y personajes por los que a mí me interesaba pasar, en los que yo me apoyé también para construir la película visualmente.

–Usted señaló que el título logra resumir poéticamente la situación dramática del protagonista. ¿Se refería a los demás lugares que debe ocupar Ariel Cruz y no sólo a la casa que le queda del padre?

–Exacto. Es el lugar en la vida, el lugar de ese loco ahora, cuando no está el padre. Es decir, frente a la ausencia del padre y frente a los problemas que este tipo dejó: qué lugar toma él como hijo y como heredero de todo eso; o sea, cómo maneja los problemas, dónde se pone. Es una pregunta que se le puede aplicar al personaje en cualquier parte de la película: ¿cuál es su lugar en la vida?

–Que la historia esté ubicada en 2002, en plena crisis, ¿le permitió mostrar también la fragmentación social de la sociedad uruguaya?

–Sí, un poco. Contribuyó a poner una clima de base problemático que a mí me ayudaba a toda la situación dramática general. Es un momento en que todo el mundo está desesperado y donde es más difícil salir de los problemas. Entonces, me ayudaba a acentuar el conflicto. El escribano y la amante que se quieren quedar con la herencia del protagonista son como tigres agazapados tratando de pegar el zarpazo. Pero por un tema de supervivencia, no por avaricia o egoísmo.

–Sin embargo, el personaje de Urdapilleta, el escribano, es un ser bastante oscuro e interesado frente a Ariel, que tiene una debilidad por el momento que atraviesa.

–Sin ninguna duda. Y está construido para que lo leas así. Pero si se analiza la película, no tendría elementos materiales para decir que el escribano lo está cagando. En algunas cosas le miente y la actitud es totalmente la de un cagador, pero no hay nada concreto. El lugar en el que esos personajes existen es en el de tratar de sobrevivir en ese contexto. Si son malos, capaz es por la circunstancia por la que está pasando el país. También me ayudaba eso a transitar algunos escenarios más desolados o más rotos que para mí visualmente son más interesantes que trabajar sobre las cosas más pulcras, modernas o prolijas.

–¿Cuál es su mirada sobre la militancia estudiantil y cómo buscó plasmarla en la película? Porque los otros universitarios que aparecen no tienen la misma profundidad que Ariel Cruz para encarar la lucha...

–No. La militancia está expresada a través de dos cosas: por un lado, los estudiantes y, por otro, los viejos militantes, que son los obreros que hacen la huelga de hambre. En Uruguay no hay una sola militancia, hay varias. Capaz que en ese momento de crisis o de ruptura social, los jóvenes están más perdidos. No son los viejos militantes, no escuchan canto popular o folklore. O no tienen una actitud tan comprometida como llegar a una huelga de hambre. No, están ahí encerrados, no saben para dónde ir. Tampoco se comunican con los de Montevideo, que son los que tienen más la posta. En Salto, la asamblea es una cosa más lúdica, que pasa por estar ahí, hacer fiestas y pasarla bien. Pero también, en esa parte, yo quería cargar más las tintas del humor de la película. Entonces, hay algunos personajes más caricaturizados y se hacen algunas ironías sobre la militancia porque yo también quería caminar ahí por el humor. Y me parecía que por ahí me daba más la película para hacer ese ejercicio.

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Manuel Nieto fue asistente en 25 watts y Whisky y ahora cuenta con coproducción de Lisandro Alonso.
 
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