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Martes, 8 de noviembre de 2005

PLASTICA › LOS REALISMOS DE 1918 A 1945 EN EL MUSEO THYSSEN Y EN LA FUNDACION CAJA DE MADRID

Ante la obstinación de la realidad

Una gran muestra sobre los realismos de entreguerras piensa el arte y lo social a través de 145 obras maestras.

 Por Fabián Lebenglik
Desde Madrid

El primer impacto con un museo europeo que tuvo quien firma estas líneas fue a fines de 1980 en París, con el Centro Georges Pompidou. Allí se presentaba una muestra deslumbrante, Les Realismes, curada por Jean Clair, quien buscaba dar cuenta de las distintas versiones nacionales que había tomado el realismo en las dos décadas (1919-1939) del período de entreguerras.
Un cuarto de siglo después, en Madrid, se inaugura una gran exposición en muchos sentidos equivalente a aquella del Pompidou, Mímesis: Realismos modernos –que continúa hasta el 8 de enero del 2006–, curada por Tomàs Llorens –director del Museo Thyssen–, donde se reedita y de algún modo se enmienda la concepción estética, así como se extiende el período histórico de la muestra de 1980, en relación con las tendencias realistas desarrolladas entre las dos guerras mundiales. Por su tamaño –145 obras entre las que se incluye muchas de gran formato–, Mímesis se exhibe simultáneamente en dos sedes: en las salas de exposiciones temporarias del Museo Thyssen Bornemisza del Paseo del Prado y en la Fundación Caja Madrid (FCM) en la Plaza San Martín, cerca de la Puerta del Sol.
A pesar de que en tiempos conservadores como los actuales conviene sospechar de quienes buscan que todo arte sea comprendido claramente por todos en todo momento, como si no hubiera componentes oscuros, oblicuos y de difícil comprensión, el objetivo de esta gran muestra no es desplazar y anular las dificultades y los conflictos sino, precisamente, sumergirse en ellos, mostrando cómo las artes visuales acusaron el golpe de la violencia, la guerra y la crisis y reaccionaron ante ellos. En este sentido, en Mímesis se rebate la idea de que los realismos fueran un retroceso estético en relación con las vanguardias, demostrando más bien que condensaron sus legados. Por otra parte, el período que aquí se analiza y exhibe es más amplio porque nace durante el último año de la Primera Guerra Mundial (1918) y termina con el fin de la Segunda Guerra (1945). También se diferencia sustancialmente de aquella muestra de hace veinticinco años, porque aquí se excede el carácter “nacional” de cada realismo, para mostrar factores comunes en Europa, Estados Unidos y América latina. La división en este caso no es por país sino temática y los seis temas elegidos siempre remiten a los distintos tratamientos y transformaciones de los géneros de la tradición pictórica. Lo más deslumbrante de la exposición es la calidad y cantidad de obras, así como el ojo lúcido con el que fueron seleccionadas: cada una de las piezas de la exposición es una obra maestra. Se incluye obra de Giorgio Morandi, Felice Casorati, Alexander Kanoldt, Gino Severini, Giorgio De Chirico, José Gutiérrez Solana, André Derain, Christian Schad, Otto Dix, José Clemente Orozco, Pyke Koch, Jean Fautrier, George Bellows, Fausto Pirandello, Edward Hopper, Balthus, Tsuguharu Foujita, Max Beckmann, Mario Sironi, Alfonso Ponce de León, George Grosz, Joan Miró, José María Ucelay, Thomas Hart Benton, David Alfaro Siqueiros, Georgia O’Keeffe, Ralston Crawford, John Heartfield, Julio González y Stanley Spencer, entre muchos otros.
En el Thyssen se presentan tres capítulos: 1) Sustancia y forma de las cosas: naturalezas muertas, 2) Identidad personal, cuerpo y representación: retratos y 3) Escenarios íntimos: interiores con figuras. Mientras que en la FCM se exhiben: 4) Pasiones metropolitanas: figuras en la ciudad, 5) Nuevos paisajes agrícolas, urbanos e industriales y 6) El artista frente a la historia.
El recorrido se abre con telas de Derain y Morandi, donde se muestran sus evocaciones particulares de bodegones y naturalezas muertas, que a lo largo de la selección de sus cuadros incorporan, en cada caso, elementos expresionistas, surrealistas y metafísicos, así como se advierte la impronta de la fotografía. Aquí también se exhiben obras de Casorati, Kanoldt, Charles Sheeler, Dick Ket, Rudolf Dischinger, De Chirico, Gutiérrez Solana.
Sigue el capítulo de los retratos, donde se ponen en evidencia las tensiones entre el género tradicional, el nuevo contexto histórico y estético y la función del retratado. Aquí se muestran obras de Casorati, Christian Shad, Otto Dix, Wilhelm Lachnit, Rudolf Schlichter, Orozco, Pyke Koch, Charley Toorop, Stanley Spencer, Jean Fautrier y André Derain.
En la sección Interiores con figuras se evoca la teatralidad de los vínculos entre el retratado y la “escena” construida, al modo de una ficcionalización, acentuando las relaciones complejas con la modernidad de aquel presente histórico. Aquí hay obras de Bellows, Casorati, Martini, Valloton, Pirandello, Solana, Balthus, DuBois y Hopper.
En las salas de la Fundación Caja Madrid, la segunda parte de la muestra se abre con la visión de los artistas ante las ciudades modernas y sus habitantes. Aquí hay obras de Tsuguharu Foujita, Max Beckmann, Mario Sironi, Pyke Koch, Francesc Domingo, Alfonso Ponce de León, Reginald Marsh y George Grosz.
En la sección dedicada a los nuevos paisajes agrícolas, urbanos e industriales se combinan las miradas de los artistas europeos, norteamericanos y mexicanos: Derain, Cabrera, Miró, Ucelay, Alexandre Hogue, Thomas Hart Benton, Orozco, Siqueiros, Georgia O’Keeffe, Hopper y Raston Crawford.
El capítulo final es uno de los más fuertes en relación con los cruces entre denuncia política e innovación formal. En tres salas distintas se muestra la obra de denuncia de John Heartfield, Julio González y Jean Fautrier.
John Heartfield, cuyo verdadero nombre era Helmut Herzfelde, compone unos dramáticos y a la vez cómicos fotomontajes contra el nazismo, que ridiculizan a Hitler y a la plana mayor del Tercer Reich. Desde el cambio de su apellido, Heartfield utilizaba todos los recursos a su alcance como respuesta y provocación contra el ultranacionalismo hitleriano. También Grosz había variado su nombre (agregándole una “e” final a Georg), reivindicando una misteriosa ascendencia estadounidense. Los fotomontajes que Heartfield realizó en pleno período nazi, durante los años ’30, llevan epígrafes elocuentes, como “Quien lee diarios burgueses, acaba ciego y sordo”, “¡Fuera con los vendajes embrutecedores!”, “Todos los puños cerrados en uno”, etcétera.
Los dibujos, bocetos y esculturas de Julio González (realizados en los años treinta y comienzos de los cuarenta) constituyen una denuncia contra la Guerra Civil española, mientras que los impresionantes óleos de Jean Fautrier (fundador del tachismo y el informalismo a comienzos de los años ’40) de la serie Otage constituyen extraños retratos y máscaras de dolor de los rehenes a punto de ser fusilados y de prisioneros de los campos de concentración nazis.

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Farmacia, 1927, de Edward Hopper. Oleo sobre tela de 73,66 x 101,92 cm.
 
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