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Jueves, 30 de septiembre de 2010

TELEVISION › CAíN & ABEL, LA NUEVA FICCIóN NOCTURNA DE TELEFE

A contramano de lo habitual

La tira de Villarruel & Llorente propone un oscuro recorrido de los secretos detrás de la familia Vedia: con una narración con cuentagotas y una estética que la distingue de lo usual en la pantalla, merece que el espectador le tenga paciencia.

 Por Emanuel Respighi

Los vínculos filiales suelen estar cruzados por irrefrenables sentimientos encontrados. Los celos, la envidia, la competitividad, el rencor, la deslealtad, la mentira, la injuria, son algunos de los momentáneos sentimientos con los que se condimenta –según las circunstancias– el amor que se tienen quienes provienen de la misma sangre. La familia, en cualquiera de sus múltiples acepciones, continúa siendo la institución primaria que rige la vida de cualquier mortal. Hay determinadas conductas que sólo las historias familiares pueden explicar. Sea por rebeldía o sumisión, en forma consciente o inconsciente, la familia condiciona el desarrollo de cualquier individuo. Nadie puede escapar a los influjos filiales. Y ésa es la premisa de la que se vale Caín & Abel, la telenovela que Telefe estrenó hace un par de semanas y cuya trama gira en torno de los Vedia, una parentela en la que los secretos suelen aflorar de la peor forma. Una familia como cualquier otra. Sólo que... mafiosa.

Más que tratarse de una versión moderna del mito bíblico, la referencia a los hijos de Adán y Eva a los que remite el título cumple un rol modesto: es apenas la didáctica manera con la que Claudio Villarruel y Bernarda Llorente, los productores del programa a través de On TV, presentan la historia. Alejada de cualquier pretensión religiosa, Caín & Abel (lunes a jueves a las 22.30) sigue la línea de telenovela social que los ex directores artísticos de Telefe desarrollaron durante su gestión al frente del canal. De estética cuidada, en la que la forma y el contenido se atienden con igual interés, la flamante telenovela se propone cautivar a los espectadores con un estilo tan propio como alejado de la ficción actual. Es en esa intencionalidad en donde se encierra su principal atractivo, y también su lógica desventaja.

Caín & Abel cuenta entonces la historia de los Vedia, una familia vinculada con el negocio inmobiliario, que es manejada patriarcalmente por Eugenio (un impecable Luis Brandoni), el jefe de un clan que se desarrolló bajo su sombra. Las prácticas non sanctas que utilizan para llevar adelante el negocio y la hostilidad latente que puertas adentro se dispensan los miembros salen a luz cuando Agustín (Joaquín Furriel), el hijo menor, vuelve después de una prolongada ausencia en el exterior para saldar las cuentas pendientes que lo hicieron partir años atrás. El amor de una mujer (Vanesa González) lo vuelve a enfrentar con su propio hermano Simón (Fabián Vena) quien, a pesar de estar recientemente casado con Pilar (Mercedes Oviedo), tampoco pudo olvidar a esa mujer que los separó y por la que casi perdió la vida. Ese regreso, más un par de muertes producidas en extrañas circunstancias (entre ellas la de otro hermano), trastrocó la rutina familiar definitivamente, haciendo estallar paulatinamente todos y cada uno de los focos de conflicto que habían estado silenciados bajo llave. Por fuera de la familia, una joven de nombre Leonora (Julieta Cardinali), que busca saber qué pasó con su hermano desaparecido, será el “enemigo externo” que revelará lo peor de la corporación.

En una TV en la que la fórmula del éxito es la sucesión del efecto, ya sea para la ficción como para el resto de los géneros, Caín & Abel plantea correrse de esa tendencia sin disimulo. Tanto en la puesta visual como en la manera en que avanza el relato, se percibe a los ojos de cualquier televidente que la ficción quiebra con el modelo televisivo instituido. Con un guión que insinúa más de lo que muestra, en una trama que como un iceberg deja ver poco y oculta mucho, el relato de la telenovela escrita por Guillermo Salmerón y Rodolfo Cella avanza lentamente, con cuentagotas, acorde con las miserias que esconde cada integrante de la familia protagónica. Menos efectista que el culebrón Malparida de El Trece, Caín & Abel maneja un ritmo que no corre ni entrega “acción” todo el tiempo. La tira apela a una suerte de efecto homeopático, más propio del registro cinematográfico que del televisivo.

En sintonía con la historia, la puesta visual de Caín & Abel también se distancia de las formas conocidas. La búsqueda, en este caso, es desenmascarar los secretos de la familia con una estética oscura, acorde con los negociados inmobiliarios de los Vedia, con un trabajo de realización que incluso les imprime “textura” a las escenas. La imagen “sucia” del programa, donde los primeros planos en movimiento se conjugan con el fuera de foco y escenas filmadas detrás de objetos, logra transmitir la idea de que los televidentes están “espiando” a la familia en su fuero íntimo. En este aspecto, Caín & Abel tiene una realización impecable y coherente con el relato, donde desde la puesta se privilegia la construcción de momentos a la perfección visual. En la novela, las palabras no son las únicas herramientas posibles para que un personaje transmita sus sentimientos. El virtuosismo de la dirección (a cargo de Miguel Colom, realizador de Montecristo y Vidas robadas, entre otros), en la telenovela, está puesto al servicio de la historia y de las actuaciones del sólido elenco.

Claro que todas estas características, que en otro momento televisivo habrían sido tan inobjetables como celebradas masivamente por los televidentes, hoy en día se posicionan a contramano del relato televisivo. Es sólo este contexto el que puede explicar los 10 puntos de rating que Caín & Abel promedia diariamente, según los datos suministrados por Ibope, en el prime time de Telefe. Es que lo interesante de la apuesta conlleva también la desventaja de tener que “acostumbrar” a un público demasiado impaciente para darle tiempo a una tira diaria a la construcción de un relato de cadencia pausada. La tele ya no es lo que era.

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Joaquín Furriel es Agustín, el hermano que vuelve de un largo ostracismo para destapar conflictos.
 
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