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Lunes, 5 de mayo de 2008

TELEVISION › SOLEDAD SILVEYRA HABLA DEL COMPROMISO DE SU PERSONAJE EN VIDAS ROBADAS

“Mi personaje no necesita bótox”

La actriz cuenta hasta qué punto se le metió en su vida el papel que interpreta en la tira de Telefé. Reconoce que se tomó “un año sabático” en su cuidado estético y asume que “el arte y la cultura siempre fueron motores de cambio social”.

 Por Emanuel Respighi

Cuando desde Telefé Contenidos le propusieron a Soledad Silveyra hacer el personaje de una madre a la que le arrebatan a su hija adolescente para explotarla sexualmente, inmediatamente pensó en que ese personaje debía basarse en Susana Trimarco, la incansable madre tucumana a la que hace seis años una banda le secuestró a su hija, Marita Verón, para condenarla a la prostitución. “Se me vino la imagen de Susana a mi cabeza, porque en su figura se condensa el dolor y la fortaleza para buscar a su hija y pelear contra un sistema que no siempre facilita la búsqueda de la justicia”, explica la actriz en la entrevista con Página/12. Consciente de que se trataba de uno de esos personajes cuyo mensaje trasciende el aspecto artístico, para componer a Rosario, su papel en Vidas robadas (lunes a jueves a las 22.15, por Telefé), Silveyra emprendió un largo camino de investigación sobre la trata de blancas y se entrevistó en varias ocasiones con Trimarco. “Hay personajes –dice– que para componerlos basta con la observación y otros que requieren de un involucramiento mayor.”

Con 43 años de profesión sobre sus espaldas y un cuidado estético que forma parte de su figura, Silveyra se animó en Vidas robadas a mostrar una faceta menos conocida para los televidentes. En oposición a la imagen de mujer sensual entrada en años que la TV le solía otorgar en sus últimos trabajos (desde Campeones hasta Amor en custodia), su Rosario es una madre asexuada totalmente, que sólo vive para salvar a su hija del tormento en que se encuentra involucrada. Sin maquillaje ni peinados perfectos, con abultados y sencillos vestidos con motivos de flores, la actriz hace gala de su practicidad para transmitir sin golpes bajo el dolor y la entereza de una madre devastada pero con la suficiente voluntad para pelear contra la corrupción policial y la burocracia institucional.

–Rosario es un personaje que tiene un sufrimiento anclado en la realidad cotidiana. Cuando se interpreta a personajes que, de alguna manera, difunden una problemática social, ¿se puede disfrutar de la composición o, en realidad, se la padece por la carga emocional que tiene?

–Se disfrutan los personajes cuando uno siente que conmueven, cuando uno puede entrar en el otro desde la emoción. Eso es algo que pasa poco últimamente en la TV, más utilizada para reírse y distraerse que para emocionarse. Me siento plena cuando como actriz logro emocionar o conmover al público. El mejor piropo que me puede dar la gente es que me digan que la conmoví con alguna escena. Lo que tiene este personaje es que requiere de otro trabajo actoral. ¡Yo no sé cómo hacía en otras telenovelas para trabajar doce horas diarias y poder hacer gimnasia, para ir a la dermatóloga o a la peluquería! ¿Cómo hacía para seguir trabajando mi físico? Rosario no me lo permite. Como tengo que estar vencida, encorvada, es como que la caracterización se me va incorporando. Estoy supeditando mi vida personal al servicio del cuidado escénico. No tengo tiempo y tampoco tengo ganas.

–Tal vez le juega en contra, en ese aspecto, que no es un personaje que necesite estar espléndida.

–Es un personaje que no necesita bótox. Cuanto más hecho pelota está, mejor. En este momento sólo existo para Rosario y para mi nieta. Por eso no me hago demasiado problema. Me tomo un año sabático en cuanto al cuidado estético, que a mi edad es muy agotador. Son como unas minivacaciones (risas).

–¿Y se siente cómoda en ese rol, tanto fuera como dentro de la pantalla?

–Sí, porque tengo toda la libido metida en el personaje. El de Rosario no es un personaje más.

–¿Rosario es un primer paso para una nueva etapa en su vida profesional? ¿En cierta forma de aquí en más se correrá de la femme fatale para la que la pantalla chica la solía convocar?

–No, la señora de 50 con novio es un personaje que me sigue atrayendo. Creo que con Osvaldo (Laport) podemos volver en cualquier momento a conformar una pareja apasionada (risas). Espero en algún momento recuperar mi energía para hacer gimnasia y estar bien. Se trata de un personaje que me cansa no sólo desde lo físico sino desde lo psíquico, por el sufrimiento que lleva, por la emoción de cada situación, por el dolor al que se expone. Creo que el personaje me pega más porque me parece que si me arrancan una hija de esa forma enloquecería. He hecho mujeres de 60 años a los 30 y espero poder seguir haciendo a una mina de 45 con mis actuales 56 años. Aunque, obviamente, a mi edad ya no pretendo ser ni interpretar a una mina de 20.

–Recién hablaba de que el personaje de Rosario la absorbe a nivel físico y psíquico. ¿Es por las características del mismo personaje o por su anclaje en la realidad?

–Cuando empecé a hacer Vidas robadas yo pensé que iba a descansar mucho porque Rosario no necesitaba tacos ni pinturas. Y me equivoqué totalmente porque tiene una carga emocional muy fuerte. Son trabajos que me afectan en el compromiso social, pero no desde la pena sino desde la lucha, desde la conciencia.

–Le mueve el nervio del compromiso.

–Totalmente, pero es un nervio que tengo en movimiento desde hace rato. El compromiso social no es algo nuevo en mí. Si uno siente que puede poner un granito de arena para frenar el flagelo del tráfico de personas, aunque sea despertando conciencias, bienvenido sea. Porque noto que muchos argentinos piensan que Vidas robadas es una ficción 100 por ciento; a los argentinos les cuesta creer que el mercado de personas existe en el siglo XXI, y mucho más que ocurre en el país. Lo que más me sorprende es cómo al ciudadano común le cuesta creer que el tráfico de personas existe ahora mismo, en todos lados.

–¿Por qué cree que pasa esto?

–Porque pasa con todos los problemas universales: los argentino creemos que en nuestro país no existe el tráfico de órganos, tampoco el de bebés, las esclavas del trabajo... ¡Si hasta la indigencia se desconoce! Es un país que hace la vista gorda ante muchos problemas, probablemente porque la clase política tampoco habla de estos temas.

De la TV al mundo real

El compromiso extra al que, dice, la obliga Rosario y la propia historia de Vidas robadas vuelve la charla hacia el pasado reciente de Silveyra como candidata a diputada por el ARI. “Mi candidatura con (Elisa) Carrió en el ARI fue un accidente, una equivocación –detalla–. En realidad, yo me sumé porque creía que el profe (Alfredo) Bravo me había llamado para apoyar la lista, pero en realidad era para postularme como diputada de la Nación en el puesto número 7. Fue un despiste mío. Igual, sabía que no iba a ingresar. Pero si Carrió me lo hubiese pedido, aun bendecida por una cruz más grande de la que tiene ahora, de ninguna manera hubiese aceptado. Prefiero ser una militante de la vida, sin bandera política. Pero supongo que algún día sí me dedicaré plenamente a la actividad política diaria”, subraya.

–Sabe que su voz, en tanto actriz, se escucha más que la de otros...

–Pero a mí no me fue bien en la política. Creo que a la gente no le gusta mucho que los trabajadores de la cultura tengamos que ver con la política. La mayoría de la gente con la que me cruzaba en aquel entonces me decía que no me metiera... El “no te metas” es un bocadillo muy argentino, también. Pero yo siento que si no nos metemos esto no cambia ni mejora. Uno tiene que comprometerse como ciudadana. Yo trabajo para todos los públicos, pero tengo derecho a pensar de una manera. Suelo discutir con compañeras y compañeros actores sobre el compromiso o no que debemos tener más allá de la profesión.

–Décadas pasadas los actores no sólo le ponían el cuerpo a un mensaje artístico sino también a lo político-social.

–El arte y la cultura siempre fueron motores de cambio social. Y aún lo son, al menos en programas como Montecristo o Vidas robadas... Lo raro es que ahora los actores digan que votan a Cristina, Carrió o Macri, o que piensen más allá de la pantalla. El compromiso social de la tarea actoral es casi una obligación ética. No todos lo hacen. Tampoco lo hice yo durante toda mi carrera.

–Y a esta altura, ¿la atrae más un proyecto como el de Vidas robadas que propuestas más “televisivas”?

–Hay momentos para todo. Este año sentí que la propuesta de Telefé Contenidos me atrapaba, aun cuando yo no encabezaba el elenco. Pero la historia del programa me llevó a despojarme de las luces que suelen eclipsar a las estrellas, de la vanidad que como actores tenemos. No entiendo a los actores o actrices cuando hablan de que son los protagonistas de tal o cual obra o programa. Uno trabaja en tal lado, pero lo fundamental es que los libros, la dirección, la producción y todo el elenco sean coherentes y homogéneos.

–¿Y a qué atribuye el rating de Vidas robadas, que si bien no es poco pierde largamente con ShowMatch?

–La audiencia de Vidas robadas no está muy lejos de la que tuvieron otros productos de este estilo que ha trabajado Telefé, como Montecristo o Resistiré. Está a tres puntos del rating promedio de las otras novelas de la noche. Cuesta entenderlo, porque tiene una gran realización, es una historia muy interesante y hay muy buenos trabajos actorales. Mientras se mantenga la fuerza del trabajo, el rating no me preocupa. Los éxitos y los fracasos van y vienen. Además, a Vidas... puede irle no tan bien en rating, pero es un producto que apunta a otra cosa: es un programa que queda en la memoria de la gente. Y eso vale mucho más que el rating. Y no estoy hablando despectivamente de Bailando..., que me parece que es un show fantástico. No tenemos todas las flores que quisiéramos tener en este momento, pero estamos sembrando un arbolito.

–¿Pero hay un factor social o coyuntural que explica la buena audiencia de las comedias y los ciclos de concurso, y el irregular paso de los ciclos de ficción?

–Creo que la vida es muy pesada y el grueso de la gente prende la tele para distraerse. Pero hay público para todo. No creo que sea el mismo público el de Vidas robadas... que el de Bailando.... Incluso, comercialmente, no siempre es más importante la cantidad que la calidad de la audiencia. Hay productos que son más digeribles que otros.

–¿Como Gran hermano, ciclo que usted condujo?

–Por supuesto, y mis colegas me miraban mal y me gritaban “aguante la ficción”. Y muchos no me lo perdonan, como China Zorrilla, que no entiende cómo hice ese programa. Y es muy respetable. En mis 43 años de carrera he pasado por todos los caminos y ahora voy por éste, que puede tener menos rating pero es más reconfortante para el alma.

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Silveyra encarna a una madre a la que le arrebatan a su hija adolescente para explotarla sexualmente.
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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