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Miércoles, 13 de junio de 2012

MUSICA › OPINIóN

Todo un montón de mucho

 Por Gloria Guerrero

Así no vale. Vale así, como su canción: “Saltar sobre los charcos, sacarle el jugo a la vida, cazar mariposas y en un barco de papel la partida... Vamos detrás de una ilusión, vamos detrás de una ilusión y un sueño”.

Pero así, como fue, no tenía que ser.

Porque Otero había hecho durante su existencia muchas cosas como para reventar enseguida, pero después, cuando las señales en contra fueron demasiadas, tuvo el suficiente coraje como para hacer todo por revertirlas. Y, empecinado, fortinero, lleno de vida, le había ganado más de una vez a la muerte.

“En 1993 hicimos nuestro primer Obras con Memphis La Blusera. ¡Pero no me acuerdo de nada!”, se reía conmigo hace un par de años, refiriéndose a sus problemas con el alcohol. “Y en noviembre de 1994 estuvimos a punto de hacer lo que para mí fue nuestro verdadero primer Obras. Imaginate que Memphis empezó en 1978, ya habíamos cumplido dieciséis, y durante muchísimo tiempo hicimos Cemento todos los primeros fines de semana de cada mes, y metíamos 2500 tipos en cada función... y la gente enardecida pedía: ‘¡¡Obras, Obras, Obras!!’. Entonces decidimos hacer nuestro primer Obras; lo organizamos, lo promovimos, lo trabajamos, y ya teníamos todo vendido, todo sold out, cuando empecé a sentirme mal. Fui a ver al médico y me dijo: ¿A dónde va? Quédese acá, y me dejaron internado. Faltaba una semana para el show. Tenía abscesos hepáticos: una infección en el hígado que casi me lleva; estuve en terapia intensiva y todo. El incidente, para aquella época, fue notorio; cuando la gente se enteró por la radio de que se levantaba nuestro primer Obras, todos empezaron a hacer cadenas de oración. Eso fue muy conmovedor para mí... Fue una locura, me quería ir del sanatorio porque, precisamente, tenía que hacer Obras, y no podía, de ninguna manera: estaba todo entubado. No estaba asustado: yo soy medio cavernícola, soy muy cavernícola. Pero sí que decía: Puta, no voy a poder cantar, me voy a quedar acá adentro... y bueno, me comí todo el verano en el hospital hasta que dieron en la tecla con el antibiótico y me terminé de recuperar en marzo de 1995. Ahí sí hicimos nuestro primer Obras, en abril de 1995, y nunca me lo voy a olvidar. Nos presentó Lalo Mir: a cada uno de nosotros le ponía un apodo a medida que íbamos apareciendo en el escenario, y a mí me presentó como El hombre del hígado de amianto. A partir de ahí, estuve sobrio. No toqué ni una gota de alcohol.”

Había zafado de ésa y de todas las demás. Así no vale.

Apenas se enteró del accidente, tuiteó en la red un Andrés Calamaro (¿supuesto?; sabrá Lanata): “Rockero se vive y rockero se muere”.

No, así tampoco vale.

Y ahora escribe en la red Ricardo Tapia, el otro cantante del blues local: “La única forma de sacarme esta amargura es escribir y acordarme de él. Estaba tan ilusionado con el disco nuevo (de grandes éxitos del blues de todas las bandas: Pappo’s Blues, La Mississippi, Memphis, Manal, El Reloj) que se le había despertado una energía de felicidad que se trasmitía en sus palabras. Hasta estuvimos charlando para hacer cosas a futuro, esa manía que tenemos los músicos de enroscarnos con proyectos imaginarios. Adrián fue un tipo honesto, laburador, remador en todos los terrenos; un artista grandioso y un tipo genial por su frescura, por su corazón. No se puede pedir más: un tipo debe ser así”.

“Un montón de nada”, no.

Todo un montón de mucho.

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