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Miércoles, 14 de junio de 2006

OPINION

Apuntes sobre el manto borgeano

 Por Noe Jitrik *

A 20 años de su muerte, Borges sigue estando presente. Es una preocupación, no cabe duda, porque no se termina por saber con exactitud qué significó para ese cuerpo que se llama literatura argentina. Antes de ese luctuoso hecho ya se sabía lo que era y, sobre todo, la resonancia que tenía su obra y su persona, pero después eso se incrementó de una manera tal que su figura se extiende como un manto, no sólo sobre nuestra literatura, sino también sobre otras más remotas y, al parecer, más consolidadas. ¡Gran éxito nacional! No es el único, desde luego, pero sin duda es uno de los mejores. Lo cual da lugar a opiniones sobre eso que significa todavía, no ya lo que significó. Diría que hay tres maneras canónicas de opinar. La primera sostiene, con ánimo comparativo, que su obra es una expresión superior, a la altura de Cervantes; la segunda es que su incidencia ha sido negativa, el “deber ser” de la literatura argentina (“El escritor argentino y la tradición”) desvía de una idea “sana” de la literatura, fría, cerebral, abstracta y otros vicios semejantes; la tercera es que su incidencia ha sido positiva, pero que hay que terminar con él de una vez por todas. “Matar a Borges” es la bélica consigna.

El hecho es que, por donde se lo mire –y dejando de lado sus calidades, sus innovaciones verbales, su sentido de la precisión y de la economía, la profundidad de sus intuiciones filosóficas, la vastedad de sus conocimientos, la finura de su humor, lo certero de sus sarcasmos–, está tan presente en todos los rincones de la literatura argentina, desde la gauchesca hasta los poetas olvidados, desde la parodia de géneros hasta la innovación estructural. Prácticamente no se puede hablar de casi ningún tema literario sin citarlo. Y, no obstante, yo diría que no hay seguidores, lo cual habla en su favor: es inimitable. ¿Hay quien escribe poemas como los suyos? ¿Hay quien en una página despacha un asunto literario o filosófico como lo hizo él? ¿Hay quien narra con ese desencadenado imaginario, que no necesita de la ficción para hacer ficciones? Así, pues, sigue estando en todas partes, pero no tiene sucesores aunque abundan los devotos, los que no osarían no ya cuestionarlo –políticamente eso es ya una antigüedad, sea cuando era reac como cuando era prog– sino ni siquiera entenderlo. No le pasó eso a Lugones, que también estaba en todas partes, pero ya no. No importa; no me importa: una literatura se hace con soledades y rupturas y, como es el caso, si significan, carece de importancia si hubo, hay o habrá seguidores, “influidos” se dice con cierta liviandad.

* Escritor.

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