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Viernes, 17 de mayo de 2013

TEATRO

Textual

Compañeros: no nos dejemos engañar por este autodenominado Museo Ezeiza 73: se trata, una vez más, de un intento del enemigo de desvirtuar nuestra épica. La maniobra es muy simple: sobre los soportes del Museo que recortan un fragmento y lo iluminan con una luz y un cartelito, el Museo ha colocado algunos restos de aquella gesta, objetos que se han encontrado en el suelo de Ezeiza después del desbande (guitarra rota, billetera, caño de escape, volante, choripán, etcétera). Son fragmentos insignificantes del acontecimiento que alcanzan por haber pertenecido al hecho y estar situados allí, el nivel significativo a la vez ridículo y sagrado del fetiche. El Museo los detenta como forma de, bajo la excusa de recordar, adueñarse, embalsamar y resignificar el hecho histórico.

Compañeros: el Museo es una máquina mitologizante atravesada por el poder, destinada a pervertir y atenuar las fuerzas de la sangre histórica que dice rescatar y representar.

Pero a no desesperar: este intento de someter Ezeiza a una suerte de escabeche metafísico no triunfará.

Hemos logrado infiltrar en el Museo a un grupo de sesenta compañeros, con el fin de subvertir el orden institucional museológico y reconquistar la vitalidad significativa que se pretendía embalsamar, haciéndola pasar por muerta. ¡No queremos vida póstuma, queremos tomar el poder del Museo y hacerlo estallar, estamos en guerra con el Museo!

Entre el objeto y el soporte, en ese punto donde se juntan el ayer y el hoy, encontramos la grieta por donde entrarle los cuerpos al Museo que siempre los escabulle para sus fines mortuorios.

El comando se ha infiltrado en el Museo, camuflándose dentro de los objetos, mediante la táctica del entrismo, y ha logrado hasta ahora engañar parcialmente a la institución que, sospechando la maniobra, ha comenzado una serie de feroces interrogatorios destinados a extirpar de los objetos a nuestros compañeros. Pero no lo lograrán.

Y aunque hay compañeros que han sido captados por el enemigo y ya dicen ser el objeto, negando su original identidad de luchadores, la mayoría de nosotros se encuentra a salvo de la táctica museológica y señalamos a los objetos como impostores de una sangre irreemplazable que sigue viva y activa en el presente que es lucha.

Rogamos al público no revelar nada de esto al Museo, pues todavía estamos en la etapa inicial de la reconquista y debemos esperar agazapados en los objetos el momento de dar el salto de toma del poder de la institución para nuestro anhelado plan de volverlo un Hotel de Inmigrantes.

* Texto de cierre de la instalación teatral Museo Ezeiza 1973.

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