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Miércoles, 15 de junio de 2016

MUSICA › EL RECORRIDO DE UNA FIGURA ESENCIAL PARA EL GéNERO

El investigador del misterio

“Yo era un gran organista, pero tuve que dejar de tocar porque se me murió el mono”, suele bromear Salgán, que decidió utilizar el piano para darle una nueva distinción al tango. “Es sorprendente que una música popular tenga esa repercusión y esa jerarquía”, definió.

 Por Karina Micheletto

”Muy modestamente, lo que me interesó, y todavía me interesa, es aprender a tocar bien el tango”, decía Horacio Salgán en una entrevista con Página/12, casi a modo de resumen de la historia de su vida. Tenía por entonces 94 años, y junto a Leopoldo Federico preparaba la que sería una de sus últimas presentaciones en vivo, celebrando entonces los 50 años del Quinteto Real, la formación que el pianista, compositor y director modeló, para dar forma a su vez a su música. “El tango es un género que tiene una gran dificultad, es una música muy importante. Y tengo la idea de seguir haciendo cosas. La cuestión es si llego. Estoy escribiendo bastante, tengo nuevos arreglos para el Quinteto, también estoy haciendo algunos arreglos para orquesta sinfónica, un arreglo de un aire de vidalita que dediqué a Daniel Barenboim, el gran maestro que me honra con su amistad”, enumeraba entonces su tarea. De este fuego lento de trabajo, talento y pasión, tal como define su hijo César, parece estar hecha la trayectoria de este artista que hoy celebra sus cien años, en un siglo vivido en coherencia con esta búsqueda.

Un par de marcas fuertes hubiesen bastado para dejar huella propia en la historia del tango: el dúo que formó con el guitarrista Ubaldo de Lío, o el posterior Quinteto Real, que ambos formaron a comienzos de la década de 1960 junto a Enrique Mario Francini en violín, Pedro Laurenz en bandoneón y Rafael Ferro en contrabajo. Pero están también los tangos que compuso –”Don Agustín Bardi”, “La llamo silbando”, “Entre tango y tango”, además de su gran clásico “A fuego lento”, entre los más conocidos– y los que arregló, alrededor de cuatrocientos, un tesoro que conservó guardado en un placard de su departamento de Villa Crespo, según revela la película Salgán & Salgán, de Caroline Neal.

Y, antes estuvo su orquesta típica, en la que formaron cantantes como Edmundo Rivero, esa que en los 40 las casas grabadoras rechazaban, según recordaba el periodista Julio Nudler. “A los empresarios no sólo los retraía el audaz y elaborado estilo salganeano, que no prometía ventas masivas. Algo peor aún es que se presentaba con un vocalista de voz gruesa y aspecto irreconciliable con el buscado ideal del galán cantor. Era Edmundo Rivero, quien recién logró vencer las resistencias comerciales cuando un peso pesado como Aníbal Troilo lo incorporó a sus filas en 1947”, analizaba el periodista en un artículo de este diario.

“El tango es un misterio, una música tan rica que no se acaba nunca. Es sorprendente que una música popular tenga esa repercusión y esa jerarquía”, definía Salgán, definiendo también no solo una idea del género, sino del acercamiento que tuvo a esa música. “Le puedo dar un ejemplo que sintetiza la evolución que tuvo el tango: cuando era chico yo recuerdo que la gente hablaba del tango ‘El entrerriano’ y decía “es un tango de Rosendo”. Con el pasar de los años me enteré de que el autor era Rosendo Mendizábal. ¿Y por qué no daba a conocer su apellido este señor? Porque era profesor de algunas niñas de familia, que si se hubieran enterado de que componía tango urgentemente lo hubieran despedido. Fíjese lo que ha transcurrido desde eso hasta hoy. Han tocado tango los más grandes músicos del mundo, Arthur Rubinstein, por ejemplo. La sinfónica de Berlín hace “A fuego lento” y me lo dedica en el día de mi cumpleaños. Lalo Schiffrin me cuenta que cuando iba a la casa de Stravinski él le pedía que tocara música mía. Le cuento esto no para hacer un autoelogio, sino para explicar adónde llegó el tango, habiendo surgido como una cuestión non sancta”. A esta lista habría que agregar un hito futuro, el homenaje que Daniel Barenboim le rendirá a Salgán en julio próximo, cuando interprete su obra con la Orquesta West-Eastern Divan en el Teatro Colón (ver aparte).

A Salgán, que comenzó a aprender a tocar el piano a los 6 años, le gusta recordar que empezó a trabajar a los 14 años, todavía con pantalones cortos, tocando el órgano en las películas mudas. Que siendo un adolescente tocó en vivo en las primeras transmisiones de la televisión en la Argentina, mientras pasaban los avisos. Que trabajó muchos años de organista de iglesia, y más tarde fue organista en el Gran Cine Florida. Hay un chiste que también le gusta repetir: “Yo era un gran organista, pero tuve que dejar de tocar porque se me murió el mono”.

Desde aquellos comienzos hasta estos cien años que Horacio Salgán cumple hoy, transcurrió una vida dedicada al tango con coherencia. Transcurrió también una firme decisión de hacer del piano el vehículo para dotar al tango de una exquisita distinción. En sus arreglos orquestales, retomandos por su hijo César, queda hoy una marca de identidad, y también un linaje.

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Salgán empezó a tocar el piano a los 6 años; a los 14 ya trabajaba.
Imagen: Bernardino Avila
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