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Viernes, 18 de diciembre de 2015

PERFILES > MARIANA ARIAS

El silencio es salud

 Por Roxana Sandá

Hace tiempo que la mujer está mal. Ya venía derrapando desde su brevísimo paso por el programa Intratables, a principio de año, cuando empezó a recargarse con lo que se convertiría en su pequeña agenda de batalla, tres o cuatro puntos de poco y ningún vuelo contra Cristina Fernández de Kirchner y su gestión de gobierno que, un año después, sus empleadores del diario Perfil le permiten repetir como disco rayado. Y así, Mariana Arias va por la vida mediática gritando –es notorio cómo se le pianta la gola cuando la emoción anti-k invade su genio– que “la que embarró la cancha fue Cristina Fernández de Kirchner”, mientras agita una melena tan parecida al peinado que lució la ex Presidenta en los últimos tiempos, que hasta cabe preguntarse sobre cuáles espejos se habrá reflejado en su casa de Santa Fe y Laprida mientras escribía con ahínco –siempre le costó mucho redactar de corrido, ya veremos por qué- “Cristina, lejos de los atributos femeninos”, un brulote que le da la cana a sus telarañas machistas y misóginas, y que recibió una manifestación catártica de repudio en las redes sociales, con mención aparte para hallazgos twitteros del tipo “Pasó el Dr. Albino y dijo que el estereotipo femenino que reproduce Mariana Arias atrasa como cien años”.

Es curioso que a los 50 y…, su devenir profesional –modelo-actriz-comunicadora formada en la UCA-entrevistadora-panelista de ocasión– no la ayudara a planear un poco más allá del techo en el que rebota en la actualidad, como esos alguaciles que golpean contra la luz antes de la lluvia. Si el derrotero de las pasarelas entre los 80 y los 90, los viajes y el champagne que adoraba antes de salir a desfilar fueron superados por las prácticas de actuación con Julio Chávez y Roxana Randón, entre otros maestros, y más tarde por el Estudio de las Artes y los Oficios, proyecto de los psicoanalistas Susana y Tomás Hoffman, miembros de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Escuela de la Orientación Lacaniana, y que integraba Arias. De allí surge uno de sus primeros programas de entrevistas La Partida (2003), donde la ex modelo no boqueaba un buenas noches sin antes consultarle a Tomás Hoffman, que dirigía el contenido y la investigación de cada envío. A quien parece haberse convertido en la versión femenina virulenta de Fernando Iglesias, pero sin teoría, la sociedad con los Hoffman le costó un poco cara: tanto cuestionamiento de la palabra y los gestos la arrojaron en una zona de autoexigencia casi patológica, que llegó a notársele en la incomodidad de las charlas con algunos invitados. Escribir fue su gran suelta de amarras, el salto atrevido en un circo mediático que le abrió los brazos, pero sin red. Al cabo, no ignora que provocaciones como las que fue enhebrando en esa columna bizarra son funcionales a la estrategia de cierto gorilismo mediático que aturde con bombitas de estruendo para desviar la atención colectiva de lo que desde el 10 de diciembre ya empieza a urgir y alarmar. Una decisión editorial hábil logró que durante una semana Mariana Arias se apropiara de ojos y oídos colectivos en un texto de párrafos lastimosos hacia CFK –y hacia cualquiera que espera al menos una migaja de respeto intelectual, vamos–, del tipo “El tono confrontativo que caracterizó su estilo no es un atributo femenino. Las mujeres tenemos un plus y justamente es la intuición de saber cuándo y cómo transmitir decisiones firmes, sin lastimar inútilmente. Buscamos unir a la familia, tratamos de no pelear si no es necesario, de callar cuando lo amerita. La mujer tiene intuición y dulzura, cualidades que le faltaron a Cristina. Hizo todo lo posible por avivar el resentimiento para dividirnos”. Desacertada, de un discurso compulsivo donde las extensiones psicoanalíticas que tanto la enorgullecen se escurrieron por las cloacas, interpreta con fanatismo que “Las mujeres, en general, tratamos de buscar los errores en nosotras mismas, de enmendarlos, de aprender de ellos. Muchas veces sentimos culpa cuando nos equivocamos. No vi ni un centímetro de autocrítica en Cristina Kirchner, sólo narcisismo y pura pasión por el poder y la impunidad. No la veo como una representante del género femenino”. Es la conclusión ofensiva y dolorosa de alguien que reivindica desde una ignorancia irresponsable (el desprecio cae por sí solo) el abc del círculo de las violencias contra las mujeres, aquél del que miles intentan salir durante años, acaso durante toda una vida, e infinidad de veces no llegan a lograrlo.

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