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Viernes, 18 de marzo de 2016

COSAS VEREDES

Risa que rema de la sangre

Con desenfado y (algunos) datos fidedignos, una webserie revisita momentos históricos –en clave cómica– sobre cómo lidiaban las mujeres con sus reglas cuando tampones, copas vaginales y otros menesteres no estaban al alcance de una góndola.

 Por Guadalupe Treibel

Conforme a la época, dos damiselas victorianas -consabidos “ángeles del hogar”, según apuntó el poeta inglés Conventry Patmore en su homónima poesía de 1854- toman el correspondiente té inglés, sin perder la etiqueta… Hasta que, licencia creativa mediante, la sangre baja, y una de ellas lanza un irreverente grito al cielo: “¡Malditos dolores menstruales!”. La otra entonces aporta el propio alarido, y su amiga se horroriza. No por el improperio, que al fin y al cabo es compartido, sino porque, al moverse, la descocada muchachita ha mostrado… el tobillo. ¡Oh, la impudicia! Y una constante que no sabe de modestia ni sensibilidad refinada: los benditos retorcijones que acompañan mensualmente desde Eva en adelante. El clip, lustrosamente ambientado, sardónicamente escrito, es una de las entregas de Period Piece, una reciente serie web lanzada a los rojizos mares internetianos con una simpática intención: ilustrar cómo lidiaban las mujeres con sus períodos en distintos, con perdón de la iteración, períodos de la historia. Reflejando en clave humorística y con (ciertos) datos fidedignos cómo sería menstruar en la era colonial, los tiempos bíblicos, la Francia del siglo XVIII, la actriz, productora y creadora del show, Liliana Tandon, se despacha así con su interpretación de los hechos en videos breves, de menos de dos minutos ¿La tribu Cherokee creía que la sangre menstrual era la fuente de toda fuerza femenina y tenía el poder de destruir a los enemigos? Pues, nomás una indígena abrir las gambas, explota el invasor ¿Los franchutes de antaño consideraban a la fragancia mensual, un perfume erotizante, indicativo de la fertilidad femenina? ¡Marche una señorita a comprar un bálsamo carmesí para su noche de conquista!

“Se cree que en tiempos bíblicos las mujeres se juntaban para menstruar en compañía, y que en reunión, las generaciones mayores pasaban historias a las más jóvenes”, apunta la génesis de otro video, dando paso a cierta escena: una doñita irrumpe un relato oral de una doña mayor sosteniendo una vasija repleta de alcohol, presuntamente robada a “ese perdedor que convirtió el agua en vino” (guiño, guiño a Cristo); acto seguido: fiesta de mujeres en túnica. “¿Quién hubiera dicho que tener la regla podía ser tan divertido?”, ofrece la más borrachina. Y sí: licencias creativas hay muchas, ya sea al contar cómo se compraban compresas femeninas en Brooklyn en la década del 20 (dejando el dinero en una cajita, para evitar el sonrojo de solicitarla al farmacéutico), ya sea meditando en un centro budista. Como sea, el resultado es el mismo: alimentar -o saciar, según el grado de interés- la curiosidad sobre un tema generalmente destratado y, en el ínterin, sopapear la negativa social de hablar abiertamente de la sangre nuestra de cada día (o, más bien, de los días en que viene). Finalmente, la propia Tandon, joven estadounidense egresada de la New York University, lo deja en claro al explicitar sus intenciones. “Mi propósito es contribuir a desestigmatizar el tema en los medios y ayudar a empoderar la regla, que persiste cual tabú en nuestra sociedad”, esgrime la autodefinida feminista detrás del proyecto (y delante, visto y considerando que también actúa en cada entrega).

“Tenemos que reclamar nuestros cuerpos, sentirnos orgullosas de lo que nos ha tocado en suerte”, suma Liliana, y continúa al son de: “Este show busca que las niñas pequeñas se den cuenta que no tienen que avergonzarse de menstruar; que los niños pequeños comprendan que la sangre menstrual no es desagradable, a diferencia de la sangre que brota de heridas de arma, tan ‘masculinas’; que las personas entiendan las injusticias que padecen las mujeres en el mundo por algo a lo que todos le deben sus vidas”. Entre las mentadas injusticias, además del “de eso no se habla”, bien podría citarse un factor contra el que activistas de distintos puntos del globo están batallando con uñas y dientes: el impuesto a tampones, compresas, copas menstruales. En España, por caso, la periodista Celia Blanco lidera una campaña que solícitamente solicita la baja del IVA del 10 al 4 por ciento, incurriendo en razones de sentido común como “se trata de productos de primera necesidad”. En Reino Unido, donde el impuesto es del 5 por ciento, otra campaña logró que –al menos- el primer ministro se comprometiese a donar las libras recaudadas a proyectos sociales de apoyo a la mujer. En Estados Unidos, el debate a la orden del día, con voces que subrayan la tontera de tratar a los ítems de higiene femenina como objetos de lujo, a diferencia de, por ejemplo, los preservativos o… la pantalla solar. En Canadá, en cambio, el triunfo de la razón: desde el pasado julio, los susodichos adminículos están exentos de impuestos gracias a una medida aprobada ¡por un gobierno conservador! De allí que no resulte sorpresivo que, entre los objetivos de su iniciativa, la muchacha Tandon mencione venideras acciones conjuntas con organizaciones no gubernamentales, amén de llevar productos menstruales a sitios o personas para las que no son precisamente accesibles.

Independientemente del bonus track, empero, está la materia prima: una primera temporada con suficientes entregas para querer segunda. De alinearse los ciclos lunares y suceder, algo es certero: la realizadora tendrá suficiente tela de donde cortar para enriquecer decenas de seasons. Acaso recordando cómo, hasta el siglo XIX, los doctores no linkeaban menstruación con ovulación, creyendo que al caer la sangre, bajaba la histeria. O cómo, en su Naturalis Historia, durante el Imperio Romano, Plinio el Viejo se despachó con “saberes” sobre los poderes del flujo expulsado; entre ellos, secar cultivos, empañar el cobre, enloquecer perros, matar abejas, desintegrar armas y, ya con la copa medio llena, detener relámpagos y tornados, curar forúnculos y erisipela, sanear el campo de plagas… También podría rememorar estrategias del Antiguo Egipto, volver sobre esos papiros suavizados que las damas de antaño convertían en ingeniosos tampones. O recrear el modo en que las europeas del Medioevo intentaban aliviar la “corriente” pesada: quemando sapos en ollas, cargando luego sus cenizas en bolsitas ubicadas cerca de las partes pudendas. O cómo en ciertas tribus, culturas, sociedades actuales, las mujeres que menstrúan siguen siendo consideradas sucias, impuras, capaces de contaminar lo que a su paso tocan. En fin, un goteo constante, del tipo que sí rebasa vaso tras vaso tras vaso tras…

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