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Viernes, 17 de marzo de 2006

SOCIEDAD

Adiós a la vida cotidiana

Ama de casa, esposa de un trabajador petrolero detenido en la causa por la muerte del oficial Sayago, Sandra Izaguirre forma parte de la Comisión de Mujeres “de la localidad de Las Heras”. De la irrupción de la política en la vida cotidiana, de cómo construyen un colectivo atravesado por marcas de género habla en esta entrevista.

 Por Soledad Vallejos

Los esposos son los pilares del hogar, pero las mujeres creo que son las bases. Nos llevaron los pilares pero quedaron las bases. Entonces, de las bases del hogar sale un reclamo en conjunto, sale la lucha en conjunto, las mujeres se organizaron, van a las empresas, hablan con los distintos compañeros, siguen haciendo asambleas en la iglesia.” Sandra Izaguirre dice que ésa es la lógica que guía las acciones de la Comisión de Mujeres, la misma que empezó a conformarse al calor del conflicto entre “petroleros” y empresas, y en nombre de la cual ella, que antes de salir de la adolescencia ya se había convertido en madre, terminó saliendo de lo que en un principio llamará “la localidad de Las Heras, Santa Cruz”, pero que luego será, sencillamente, su pueblo, ese lugar de 15 mil habitantes con rutinas cotidianas alteradas desde que una manifestación ante la comisaría terminó con la muerte del oficial subinspector Jorge Sayago. Ellas, “las mujeres”, las cerca de 150 integrantes de la Comisión –por fuera de estructuras amparadas legalmente y sin más experiencia que la acumulada desde principios de febrero de este año–, dice Sandra, están haciendo “un trabajo impresionante: panfletean en las empresas, están en las rutas, hablan con los gendarmes, hablan con la policía, están tratando e intentando de que esto se termine, ya que primeramente tuvimos que lamentar un muerto, que lo vamos a seguir lamentando siempre, porque nos mancharon una lucha con sangre”. En la división de tareas, a ella, que tiene 34 años, siete hijos y un marido “petrolero” de 39 –Avelino Andrade– detenido desde el 10 de marzo, le tocó buscar apoyos en el Congreso, organismos de derechos humanos y hablar ante quien quisiera escucharla, porque “nosotros tenemos un dicho: Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires. Y estamos tratando de que Dios nos escuche”.

“Aunar voluntades”, “parar la represión”, “allanar el camino”, todos son sinónimos cuando Sandra explica sus objetivos inmediatos como integrante de una comisión “en la cual ahora más que nunca se han unido las mujeres”. “Nunca” es ante todo una manera de decir, pero bien podría decirse que tiene una fecha exacta: el 23 de enero de este año, cuando los trabajadores de los yacimientos que forman parte de Uocra decidieron, como medida de fuerza para lograr el encuadramiento (el pase al sindicato de petroleros), cortar la ruta provincial 43; ese día “la Comisión de Mujeres apoyó la medida de lucha”, aunque en realidad recién se terminó de conformar “cuando llegó la Gendarmería a la localidad de Las Heras”.

–Fue un momento de mucho temor. Creo que más que nada terminamos de armar la comisión ese día por el temor de ver llegar tantos efectivos. Primero nos autoconvocamos el 8 de febrero, el 9 la Gendarmería llega a las 11 de la mañana, y nosotras ya habíamos formado un cordón humano, hacía 24 horas que estábamos esperando en la ruta. Ese día, la mayoría de las mujeres que estábamos ahí nos dimos cuenta de que teníamos un deber y un derecho: salir a dar la voz. Nosotras salimos a decir que el conflicto seguía latente, que no había voluntades, que nunca las hubo a partir del 23 de enero, y que a la semana se habían cortado los diálogos. En Buenos Aires, ella dialoga con quienes, cree, pueden ayudarla a restablecer las negociaciones por carriles formales. En Las Heras, sus compañeras hablan con los policías, los trabajadores petroleros y los gendarmes: “Les preguntamos si tienen familia, les preguntamos si tienen hijos, les preguntamos si están conformes con lo que cobran, les preguntamos si en algún momento de la vida no pensaron en sentarse a nuestra mesa. Preguntamos y queremos saber, porque el gendarme no es el cuco malo, pero no nos dan respuestas, no los dejan hablar”.

Un lugar de hombres que salen a trabajar al alba y regresan a la noche, de mujeres que apenas disponen del tiempo para escapar a las tareas de la casa y los hijos, de mundos donde el género, además de marcar fronteras simbólicas, establece distancias geográficas y laborales que, en el relato de Sandra, se antojan insalvables y naturales. Como Caleta Olivia, como Pico Truncado, como esas poblaciones que deben su estabilidad económica a la radicación de empresas como Repsol-YPF, la inglesa Vintage Oil y la norteamericana Pan American Energy (que producen, dicen los pobladores, cerca de 22 mil metros cúbicos diarios de crudo). Así aparece Las Heras en el relato.

–Mi marido es medio oficial, es enroscador, es aquel que enrosca los caños por donde pasa el petróleo, por eso está trabajando en el yacimiento. Es el delegado de la empresa, de los compañeros. Trabaja de las cinco y media de la mañana hasta las siete y media de la tarde, frío, calor, lo que sea, de lunes a sábado. Es un trabajador más, es el común de la gente.

Hasta que comenzó a agudizarse el conflicto, ¿vos estabas trabajando fuera de tu casa?

–Directamente, siempre me dediqué a mi casa y a los niños, porque son muchos niños realmente, no conseguís niñera con tantos niños. Realmente, no tenés el tiempo para trabajar, y si trabajás, le quitás mucho tiempo y personalmente no te podés dedicar a tus hijos. Entonces, como no había mucha necesidad de que saliera a trabajar, entonces pensé que era mejor dedicarme a mis hijos y mi hogar. Antes era estudiante, y cuando comencé a ser madre, fui madre. El primero lo tuve a los 17, ahora tiene 16, el menor tiene tres: son dos nenas, las dos mayores –una de 16 y una de 15-, y cinco varones.

Mientras está a 2200 kilómetros de su casa, esas chicas y esos chicos, sus hijos, han quedado al cuidado de la madre de Sandra, después de que se gestionara de manera legal una tutela. A sus oídos habían llegado advertencias sobre ciertas amenazas, sobre algunos policías que a su esposo, en la cárcel, le habrían dicho un “no te olvides de que vos estás en cana, tu mujer está lejos y tus hijos están solos; yo dije: ‘acá hay que tomar acciones rápido’”. Más allá de los detalles, continúa, su caso no es excepcional: el sostener la búsqueda de caminos alternativos a la hora del conflicto que sobrellevan, con más cobertura de la crónica, los “petroleros”, ha cambiado las rutinas de todas ellas.

–De la comisión, debe haber seis o siete mujeres que tienen sus esposos presos. Por eso han decidido llegar a la iglesia (las asambleas se hacen en la iglesia, no puede haber reuniones de más de 10 personas en la calle) siempre estando con sus hijos. No los dejan solos en sus casas en ningún momento, ni solos ni bajo el resguardo de un mayor que no sea la mamá. Entonces, ¿qué hacen? A las 6 de la mañana, cuando van a hablar con los compañeros, porque todos los días hablan con la gente las mujeres, a las 6 llevan los niños a la iglesia, los dejan allí, donde los resguarda el cura párroco por seguridad. De ahí, las mujeres salen a la ruta, pero no la cortan: se paran en la ruta, paran a las Trafic de personal y hablan con los compañeros petroleros, de Uocra o quien sea. Ese es el trabajo que hacen todos los días: tratar de concientizar a los compañeros de que tienen los compañeros presos, de que los reprimen. Porque tenés mucha gente que sí está del lado de la lucha, pero también tenés otros trabajadores que tal vez no; no todo es unión.

¿Cómo se fue modificando la comisión a medida que iba avanzando el conflicto?

–La comisión creció en un sentido. En una comisión tenés varios grupos: tenés aquella que recauda el bono, tenés la que le gusta hacer las tortas dulces y tenés aquellas que hoy están haciendo este trabajo de salir y hablar, que tal vez son –creo yo– las más luchadoras, las más frontales. Algunas mujeres se fueron por temor. Nosotras eso lo respetamos, no causó división, no nos debilitó, al contrario. Tratamos de proteger a aquel que nosotras creemos o notamos o nos hace notar que tiene miedo, o que es un poco más débil. Si tenés mucho miedo, no podés actuar, porque el miedo te va a controlar. Y hay muchas mujeres que tienen miedo. Pero la comisión, con eso, se fortaleció, quedó un grupo muy fuerte, como decimos nosotras, de trabajo. Ya te digo: tener la voluntad de levantarte a las 5 y media de la mañana, llevarte tus hijos a la iglesia, salir a hablar con los compañeros, volver a tu casa, es mucho. Porque la vida sigue: los niños siguen yendo a la escuela, vos tenés que seguir cocinando todos los días, pero aparte de eso tenés que tratar de unificar todo, el reclamo y los derechos.

Así como nunca tuvo un empleo en el sector formal, Sandra tampoco había tenido ningún tipo de militancia, porque “siempre me pareció fea la política”. Ahora, en cambio, reconoce que es imposible sustraer sus días a esa definición: pisa un terreno político y no se lo niega, aunque lo haya hecho “no por fuerte, no por coraje, sino por corazón: porque sentía que tenía el deber de pedir la libertad de Armando Pérez, porque era un niño de 14 años que estaba dentro de una cárcel común, que seguramente tenía frío, que seguramente tenía miedo, y a mí me pareció que podía ser mi hijo”. Pero hay, a partir de este conflicto, a partir de hacer funcionar una Comisión de Mujeres, a partir de informarse, politizarse y aprender a poner el cuerpo más allá de las vidas privadas, un antes y un después. Algo, dice Sandra, definitivamente cambió para ella y sus compañeras de Las Heras.

–Creo que ninguna de las mujeres de Las Heras vamos a retomar nuestras vidas como las teníamos. En Las Heras, desde hace diez años ha habido más de 50 asesinatos y nadie dice nada. No tenés, por decirte algo, una comisión de derechos humanos, no tenés alguien que te avale o trate de informarte de cuáles son tus derechos. Eso creo que va a hacer, en adelante, la comisión, ése es el trabajo: ir concientizando a la gente, como lo está haciendo ahora, de cuáles son sus derechos, de hasta qué punto el otro tiene derecho sobre tus derechos. Tenemos que ir trabajando desde abajo, como lo hacemos las mamás desde las casas con los niños, que tratamos de enseñarles a que escriban el nombre antes de que empiece el primer grado. Ese es el trabajo: tratar de concientizar en derechos. Creo que esa base de educación en la ciudadanía no la hay en ningún punto del país. La Comisión de Mujeres va a seguir apoyando a los trabajadores.

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Imagen: ANA D’ÁNGELO
 
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