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Viernes, 24 de enero de 2003

SALUD

el trauma de ser argentino/a

El psicoanalista Hugo Pisanelli y la psicóloga social Ana Quiroga analizan en esta nota si el concepto de “estrés postraumático” puede aplicarse a una sociedad entera cuando, como la argentina, lo público se infiltró de una manera inédita en la subjetividad de cada individuo.

Por Sonia Santoro

Se dice que a los países latinoamericanos les pasa lo mismo que a una mujer golpeada, que llega a padecer estrés postraumático. Y esto, a nivel social, se traduce en una falta de energía colectiva y en la desarticulación del tejido social. El último año, la Argentina golpeó cada vez más duro a sus habitantes, los dejó sin los derechos básicos a comer, a tener asistencia sanitaria, a tener un trabajo, a conservar sus ahorros, entre otras cosas. ¿Se puede pensar que la sociedad está padeciendo estrés postraumático? ¿Es válido aplicar criterios médicos o psicológicos para análisis sociales? Un psicoanalista y una psicóloga social, desde lugares bien distintos, llegan a conclusiones parecidas.
Con espíritu pedagógico Hugo Pisanelli, director de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires, explica que traumatismo es básicamente “algo que excede las posibilidades de solución de un sujeto” y que estrés patológico es cuando el estado de alerta con que “el organismo reacciona frente a algo” se mantiene en el tiempo.
Pero ya el propio Freud, advierte Pisanelli, complica el concepto cuando se da cuenta de que “esa cuestión traumática a veces no acontecía. El sujeto fantaseaba o creía que había ocurrido. Y eso le provocaba un trauma. Es más, en las definiciones de psiquiatría actual, no solamente se habla de los estados en los que quedan los sujetos después de un accidente, algo violento social o personal, sino de haberlo escuchado o de haberlo visto”. Pensar en la cantidad de horas de televisión o radio sobre el tema “crisis” que hemos consumido durante todo este año, asusta.
–¿Se puede pensar que nuestra sociedad sufre estrés postraumático?
–Freud y Lacan nos habilitan. Perfectamente se podría decir que la Argentina es una sociedad que tiene estrés postraumático. Es más, culturalmente las enfermedades van cambiando y se van transmitiendo las formas de elaboración de determinadas formas, usos, costumbres. En las sociedades guerreras los juegos de los chicos tenían que ver con batallas; en las sociedades más evolucionadas, con la escritura, con el ingenio. Esto puede servir para elaborar cuestiones que la cultura padece, que es lo que usted estaba diciendo. Por ejemplo, hay un juego ahora en las escuelas que se llama “El abecedario”. En un colegio en Garín los chicos tienen el dorso de las manos lastimadas. Mientras uno le va diciendo el abecedario y el que tiene la mano puesta tiene que decir nombres que empiecen con esa letra, el otro le va arañando la mano con la uña hasta que termine el abecedario. Eso termina en una lastimadura sangrante, o bien se retira la mano y se pierde. Gana el que aguanta más, dice el juego. Están elaborando con el juego algo que los viene presionando a ellos y a sus padres, porque la directora dice que el 80 por ciento de los padres está desocupado. Los chicos tratan de elaborar con este juego el dolor, aunque sea físico, que pueden llegar a sufrir siendo desocupados, siendo gente que no tiene para comer. Ana Quiroga, directora de la Primera Escuela Privada de Psicología Social Enrique Pichon Rivière, prefiere usar otras categorías de análisis. Parte de la relación del sujeto con el orden sociohistórico. Ampliando el punto de vista, habla de los rasgos del modelo conocido como globalización o nuevo orden mundial a partir de la década del 90. “Ya la Organización Mundial de la Salud en el ‘94 o ‘95 hizo llegar a las maestrías de salud mental un informe que decía que este nuevo orden, por las características subjetivas que generaba, podía ser definido como una catástrofe epidemiológica”, comenta. ¿En qué sentido? “En que hay un crescendo formidable de la depresión, posiblemente la patología dominante y que va a seguir siéndolo; otro fenómeno generador de muchas patologías físicas y mentales es el proceso de sobreadaptación. La persona sobreadaptada tiende a dar una respuesta pero más allá de sus fuerzas a las exigencias del medio. Tiene un terror que llamamos ‘terror de inexistencia’ por desinserción social, tiene pánico (el otro gran síndrome de la época) de no poder, de quedar afuera, de caer infinitamente. Esto se relaciona, por ejemplo, con la reorganización de la producción, con la precarización laboral, con la imposibilidad de la reinserción, y con lo que se definió como un destino irreversible.”
Puntualmente, concede, los argentinos hemos padecido algunos hechos históricos que han sido traumáticos y que tuvieron “un efecto de mucho daño psicológico”: el enlazamiento de la dictadura con la ilusión y la desilusión en el período de la democracia; la hiperinflación y la anomia. “Cuando se produjeron los saqueos en el ‘89 empezó a correr un discurso de ‘los otros vienen’, aparecía una peligrosidad del otro que dejó sus marcas, más otras cuestiones de efectos de la crisis: la aceleración de los sucesos, la pérdida de las nociones de tiempo y espacio, la ruptura de la cotidianidad... todas esas situaciones las estamos viviendo hoy.”
Según Pisanelli, no sólo se ve que la sociedad padece estrés postraumático en “lo que es más llamativo del estrés, la ansiedad”: la gente está muy ansiosa, tiene trastornos de sueño, tiene más problemas cardíacos más que antes, problemas respiratorios. Sino también en las manifestaciones sociales de “retraimiento o de violencia masiva”. Desde este punto de vista, los escraches a los bancos, por ejemplo, son una forma de “descarga social”.
En su experiencia de trabajo con organizaciones de desocupados, Quiroga llega a una conclusión similar. Empezó a ver, sobre todo en el último año, que la gente empezaba a tener “un posicionamiento crítico ante las instituciones: la gente no acepta”. Quiroga ve el proceso de empobrecimiento la Argentina como una situación límite que movilizó a la gente a luchar por lo que le correspondía y a reposicionarse ante las instituciones. Y “luchar por el propio derecho es sano”, dice.
¿A dónde remitirse para lograr la cura de la sociedad? Pisanelli (que aclara los múltiples aspectos a analizar) se detiene en evaluar el “corrimiento de la figura paterna”. “La familia como célula de la estructura social también está afectada porque la función paterna no funciona. La función paterna es la de la legalidad, lo que se debe hacer y lo que no. En el psicoanálisis parte de la ley del incesto pero esto se hace extensivo a todas las leyes de la humanidad: no matar, no robar, no violar... Esa función fue delegada en el Estado, que en algún momento se hizo cargo de esto y después empezó a tener corrupción interna y dejó de hacerse cargo. Obviamente, una estructura infectada de corrupción no puede hacerse cargo de algo que tiene que ver con la legalidad”, dice. Si hay algo viejo en Argentina es la corrupción. “El olvido es una de las cosas que hace que nosotros terminemos repitiendo como nación muchas cosas que no son nuevas. Hablábamos de la corrupción de la carne en los años 30, esto no es nuevo. Ahora, está mucho más generalizado y las consecuencias sociales son más graves”, dice. Si bien Quiroga no niega el padecimiento que está viviendo la sociedad, pone el acento en sus posibilidades de gestar, individual y socialmente, salud. Cuando la gente empezó a pensar que las cosas podían cambiar, dice, fue recomponiendo el tejido social que “estaba particularmente destruido desde fines de la década de los ‘80, cuando triunfa el modelo”. “El modelo globalizador –plantea– tiene la paradoja de que necesita de la fragmentación subjetiva y de la fragmentación social porque exalta el individualismo, el logro personal, etc. etc. Todos los proyectos solidarios que implican tener en cuenta al otro caen. Y eso es muy registrable en rasgos subjetivos. Esa ruptura del tejido social no afirma al individuo, paradójicamente, sino que lo hace más vulnerable. Porque nosotros los seres humanos necesitamos, como una necesidad psíquica primordial, la pertenencia y el sostén. Cuando la pertenencia y el sostén en el otro, en los vínculos, en las instituciones, en los grupos se va debilitando, desapareciendo, vamos quedando aislados (es interesante que aparecieron patologías del aislamiento en esos primeros años de los ‘90). Entonces, aparece un sentimiento de vulnerabilidad extrema que hace que uno sea particularmente susceptible, mucho temor a la confrontación y a la diferencia. Hay una fantasía de destrucción propia o del otro en la confrontación. Lo que se va produciendo es un encierro en el propio mundo.”
–¿Se puede generalizar? También hay una parte de la sociedad que se aisló más desde el estallido del año pasado.
–Sí, hay una parte que sigue aislada. Lo que no podemos decir es que haya una parte de la sociedad que no esté sensibilizada. El cambio en el plano de la organización social se empezó a ver cuando los más golpeados del modelo se empezaron a dar cuenta que tenían que articularse con otros para poder subsistir, cuando empezaron los piquetes, cuando se mueve Cutral-Co, Mosconi, Jujuy, esas ciudades que han quedado devastadas por la reorganización laboral, y subsumidas en la miseria. Y empiezan a darse cuenta que si se articulan en un grupo empiezan a adquirir un poder que no tenían hasta ese momento. Y empieza esta idea de sujeto grupal o social, se sostiene en ese sector social de pertenencia y así tiene una mayor fortaleza del yo, que era eso tan deteriorado.
Por eso, Quiroga dice que cree que “en este momento que parecemos estar tan locos y que seguramente en muchos aspectos lo estamos, tan desorganizados y tan desestructurados, por lo menos tenemos una convicción de que estas cosas no pueden seguir así. Hoy está puesto en cuestión el orden social y esto puede ser el inicio de un cambio social, yo no te digo que va a ser, puede ser. Ya ha habido cambios en lo social que son cualitativos. ¿Adónde va esto? Si lo supiera...”.

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