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Viernes, 24 de enero de 2003

CINE

¿Crees que soy sexy?

En la última película del creador de The Truman Show, la protagonista es una creación virtual que mezcla mohínes de Audrey Hepburn con el estilo de Greta Garbo y otras estrellas clásicas. Una manera eficaz de esquivar los cachet y los caprichos cada vez más importantes de las luminarias de carne y hueso. El resultado se parece bastante a una moraleja: para actuar se necesitan actores y actrices. De verdad.

Por Sandra Chaher

Dos años después del primer intento de rodaje, llegó a los cines S1m0ne —un juego entre el nombre Simone y el apócope de Simulator One–. En agosto del 2000, un mes antes de empezar el frustrado rodaje, Andrew Niccol (guionista y director de Gattaca, y guionista de The Truman Show) decía a la prensa, como único anticipo, que había decidido crear un personaje virtual para que coprotagonizara con Al Pacino, porque no encontraba una actriz que respondiera a sus deseos. Nadie le creyó. Industria, prensa, y actores prefirieron especular con la reducción de costos que significa una actriz virtual en lugar de una estrella que como mínimo hubiera exigido un cachet 10 o 15 millones de dólares.
El proyecto se frustró, al menos en esa versión inicial. Pero S1mOne, que se acaba de estrenar en Buenos Aires, parece ser una vuelta de tuerca, por parte de Niccol, a esas dificultades iniciales. Como si los impedimentos de hace dos años lo hubieran inspirado para el argumento definitivo. Y con una paradoja risueña: él, que no encontraba a una actriz que respondiera a sus deseos, terminó hallando en Simone no sólo a su musa artística sino a una compañera de vida. Si bien Simone está casi completamente generada en 3D por computación, sus rasgos fueron tomados de la modelo canadiense Rachel Roberts –que no figura en los créditos, ¿por qué será?–, a quien Niccol conoció durante la filmación y con quien espera un hijo para los próximos meses.
S1mOne se transformó entonces –o quizá algo de esto estaba inicialmente en la cabeza de Niccol, un neocelandés con mirada escéptica sobre la libertad humana y bien predispuesto a creer en la manipulación de los espectadores, cosa que ya mostró en The Truman Show– en una sátira, relatada en tono de comedia, sobre un director de cine –¿su alter ego?– harto de los caprichos de las estrellas femeninas, que crea una actriz cibernética a la que le coloca los mejores atributos de las estrellas de la era dorada de Hollywood, tiempos que él idolatra e idealiza. Así Simone, la actriz virtual, tiene una pizca de Audrey Hepburn, Sofía Loren, Grace Kelly y Greta Garbo, y todo sin cirugías, implantes ni clases de perfeccionamiento actoral. Quizá Niccol sea escéptico con el futuro porque en verdad es nostálgico. Victor Taransky (Pacino) añora tiempos en los que quiere creer que las estrellas hacían lo que sus directores les pedían. Eran sumisas, buenas actrices, y además adorables. “¿Qué pasó desde entonces? –se pregunta Taransky en la primera escena–. ¿Cómo llegamos a esto?” Mientras separa caramelos rojos de los de otros colores porque su caprichosa diva del momento, Niccola Anders (un buen cameo de Winona Ryder), estipuló en su contrato que no soportaba tenerlos a la vista.
Andrew Niccol apunta directo a un vicio en el que entró Hollywood en los últimos años y que parece no poder detener aunque ya ni siquiera les cierren los números a las grandes compañías: la fama de las súper estrellas que las habilita a pedir cifras de varios ceros por sus actuaciones y a exigir contratos con beneficios de confort pero también de decisiones que siempre estuvieron en manos del director, como supervisar el corte final del film. Niccol quiere recuperar el trono. Basta de caprichos estelares, salvo los suyos. Y hace que su personaje, Victor Taransky (¿alter ego a su vez de Victor Frankenstein?), cree artificialmente y manipule a piacere a Simone, gracias a un programa de computación heredado de un genio loco. Simone reemplaza a Winona Ryder, sigue haciendo películas y rápidamente es adorada por el público y la prensa. Pero al igual que al Dr. Frankenstein, a Taransky su creación se le va de las mano. Y Niccol da así una vuelta más sobre su argumento y deja sentada su tesis, ya explicitada en The Truman Show: nadie controla todo, hasta el ser más sometido tiene algún atisbo de libertad. Una tesisque fue trabajada extensamente por el escritor de ciencia ficción canadiense William Gibson, al que se le adjudica la creación del género cyberpunk.
Cuando hace dos años Andrew Niccol hizo público su proyecto, la polémica giró en torno del posible futuro reemplazo de los actores de carne y hueso por imágenes digitalizadas. Ya habían empezado las interacciones de criaturas cibernéticas con humanos en varias películas, y era habitual el retoque con computadoras de las escenas con actores humanos. Pero hasta que no se estrenó en el 2001 Final Fantasy no había antecedentes de películas hechas totalmente con imágenes digitalizadas. Sigue rondando en la industria cinematográfica el fantasma del reemplazo de actores e incluso técnicos, pero después de ver S1m0ne, e incluso Final Fantasy, es difícil hablar de “reemplazo”. Simone sólo podrá despertar interés por su costado novedoso y futurista. Pero es difícil imaginarse a alguien erotizándose o emocionándose con ella, alabando sus mohínes, su seducción, su encanto. Quizá en el futuro la industria digital se autosupere al punto de generar imágenes glamorosas. Pero aunque el guión indique exactamente lo opuesto, Simone quedó eclipsada en pantalla por la siempre eficaz –y a veces talentosísima, aunque no sea éste el caso– Catherine Keener, en el rol de jefa del estudio cinematográfico y ex esposa de Taransky. Son Keener y, sobre todo, Evan Rachel Wood –la celebridad de 14 años de la serie Once and Again–, que interpreta a la hija de ambos, quienes se llevan los lauros de los protagónicos femeninos. La escasez interpretativa –si es que se puede llamar a eso interpretación– de la imagen computarizada, transforma a Simone en una caricatura. Es una mala copia de un intérprete humano, y tampoco tiene el histrionismo de un personaje de dibujo animado. ¿Esto también fue intención del director? ¿Decirnos que las copias nunca serán buenas? ¿Niccol es en el fondo un romántico? El quiere mostrarse como un chico rudo diciendo: “Todos sabemos que se vienen los simuladores. En poco tiempo llegaremos al punto tal de encender la televisión o la computadora y ver un actor o un periodista y no saber si son humanos o no...y lo que es peor...no nos importará”, pero su mirada en la pantalla no parece tan irónica ni pesimista. A pesar de su aparente acidez y cinismo, S1m0ne tiene final romántico. Gracias a la creación y posterior caída de Simone, Taransky logra que Elaine (Keener) le proponga reincidir en el matrimonio. Una muestra de amor y reconocimiento al deseo de él de volver a ser alguien.
¿Y qué hay de Pacino al que se supone la “coestrella” del film? Niccol justifica su presencia diciendo: “Al Pacino aporta una cualidad subversiva al rol de un hombre que es el defensor de los humanos artificiales. Cuando un actor tan respetado como él dice ‘¿Quién necesita actores?’, tú le prestas mucha atención. Si dicha frase la hubiera dicho un actor de comedia, no hubiese sonado igual”. Pero Pacino también parece una caricatura de sí mismo. Con sus gestos cansados, el vaso de whisky siempre a mano, y a medio camino entre la borrachera y la exageración, no podríamos decir “Corran mujeres, a disfrutar al ítalo-americano más atractivo de Hollywood, al que los años embellecieron”. No, ni siquiera apuren el paso. En S1m0ne, Pacino se superó a sí mismo en su pérdida de glamour. No deja siquiera la posibilidad de soñar con un beso suyo. ¿Será por eso que el espíritu benéfico de Simone lo abandona? ¿Y que la escena romántica del final con Keener no logra erizar ni los vellos más sutiles? ¿O será otra tesis de Niccol sobre una era virtual: los humanos estamos perdiendo la capacidad de emocionarnos?

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