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Viernes, 16 de octubre de 2009

ADOLESCENCIA

Al calor del grupo

Demonizadas por los medios de comunicación que cada tanto las encierran con sus cámaras como a ejemplares de zoológico, las tribus urbanas, esa forma de asociación de los y las adolescentes, ofrecen una posibilidad de identificación a la vez que actúan como reflejo de la misma sociedad que pone el grito en el cielo frente a sus modos y estéticas. Constanza Cafarelli, antropóloga y escritora, hizo foco en estos grupos y descubrió que hay un demonio peor para los más jóvenes: el aislamiento.

 Por Clarisa Ercolano

Constanza Cafarelli tiene un extenso recorrido por el abanico interdisciplinario que indaga sobre las identidades y las construcciones humanas. Un día percibió que había algo más detrás de las hordas de adolescentes con raros peinados nuevos, ojos híper delineados, muñequeras y chupines multicolores y decidió abordar el fenómeno de las tribus urbanas en su último libro Tribus Urbanas, cazadores de identidad, de editorial Lumen.

La escritora, logró una suerte de manual para padres y docentes que la vieron como una nueva “traductora” de un fenómeno social que no empieza ni termina en el mega local de compras del Abasto, pero además, logró convocar e interesar a los cientos de jóvenes que asistieron a las presentaciones de este libro que los y las tiene como protagonistas excluyentes.

Orgullosa de su ejemplar de tapas fucsias que brillan en la oscuridad dice que su recorrido universitario le permitió establecer una relación con niños, niñas y jóvenes y también con madres, padres y docentes. “Hace años que veo cuánto cuesta comprenderse y comunicarse. Y también veo que se tiende a pensar que la juventud está perdida, que no tiene horizonte, que hace cosas raras, que está enferma”, cuenta la autora de 37 años que ve como un desafío para la academia el trabajar más fuertemente para que las discusiones que se generan en los claustros se compartan con toda la sociedad.

Más allá del aspecto estético que es evidente, las tribus se configuran sobre la base de lo compartido: intereses en común, principios, valores, formas de ver el mundo, de entenderlo, de moverse en él. “Se buscan pares con quienes compartir lo bueno, lo que se vive como una conquista –por ejemplo, empezar a actuar sobre la base del criterio propio, tener cierta autonomía– y también lo doloroso, lo que hace sufrir –por ejemplo, reconocer que el mundo no es tan fácil de desentrañar como se cree, o que no siempre se puede obtener lo que se quiere, y que hay que esforzarse para hacerlo–, esas consignas dan cuenta de una forma de ver el mundo, de interpretarlo. Creo que esa es una de las claves para pensar las tribus, clave que de algún modo nos invita a mirar más allá del impacto estético que causan, sobre todo algunas de ellas.”

La necesidad de pertenecer, que como decía el rosarino Fito Páez, es vista como una desgracia, subyace a la necesidad de acompañarse. Cafarelli cree que las tribus tienen un costado más que interesante en cuanto a la experiencia social: “Representan un espacio de aprendizaje compartido”. “Cuando me preguntan si es peligroso que un pibe o una piba esté en un grupo de este tipo, si es una señal de alarma, yo digo que me preocupa más que esté aislado; que no pruebe lo que es la experiencia grupal, sobre todo en la juventud”.

LA DISCRIMINACION DE SIEMPRE

Si bien entre tribus se intentan borrar las diferencias, siempre afloran formas de rechazo. Sucede tanto al interior de los mismos grupos como entre unos y otros. Por ejemplo, a los varones emos se les dice que su vestimenta no es muy masculina y se los tilda de “demasiado sensibles”, entendiendo que esta sensibilidad es un rasgo típicamente femenino; a las y los floggers se los tilda de “huecos” y superficiales, entendiendo que la preocupación por la imagen hace a una persona menos profunda; a los cumbieros se los asocia indefectiblemente con la marginalidad y el delito, diciendo que son “grasas” y “chorros”. Sin embargo, Cafarelli no cree que la segregación que existe entre tribus, difiera de la que existe en la sociedad y precisa que, por lo general, adjudican a otros grupos lo que ellas mismas padecen.

El desconocimiento y el temor también hacen su aporte negativo a la discriminación. “Si están en esos grupos, son violentos, drogadictos, indisciplinados, inadaptados, peligrosos, sin interés por el mundo que los rodea; ese es el pensamiento de los adultos pero es construir una realidad desde lo que se cree y no desde lo que se conoce”, abunda sin dejar de remarcar que en esas caras que resultan ajenas, hay un espejo social. “Los floggers muestran especialmente cómo es la relación entre sujetos cuando están mediadas por la tecnología, en el contexto de inmediatez que permite hoy la comunicación a través de las redes sociales; los emos dan cuenta de una cierta melancolía que está detrás de la pérdida de certezas que se vive en las últimas décadas, los indies, en los tempranos ’90, mostraron cómo iban viviendo los jóvenes el cambio de época.”

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