Viernes, 23 de julio de 2010 | Hoy
RESISTENCIAS
Después de haber sido relevado de su sacerdocio por la jerarquía de la Iglesia Católica a la que pertenece, el cura Nicolás Alessio presentó públicamente a su hermana Angela, lesbiana y madre, junto con su pareja, de un niño de tres años. No fue ésta la razón que lo llevó a apoyar el matrimonio igualitario, pero ahora festeja que su voz, como otras tantas, haya contribuido a la igualación de derechos.
Por Luciana Peker
Angela tiene los ojos color turquesa y el pelo morocho que la vuelve rara y –sí– como encendida. Es una mujer que en sus ojos sorprende. Vino a Buenos Aires, la semana pasada, para ayudar a iluminar –es licenciada en Comunicación y docente universitaria– las luces que encendieron la vigilia y el festejo de la aprobación del matrimonio igualitario. Y mientras emprende el regreso a Córdoba, su ciudad natal, muestra en su celular la foto que la enciende a ella, la de su hijo de tres años, que sí es rubio y tiene sus ojos turquesas, y se abrazan en un río transparente o lo muestran a él con la camiseta argentina y una sonrisa que enamora.
El cura Nicolás Alessio es su hermano –uno de sus nueve hermanos– y ella vino para apoyarlo a él –que fue sancionado por el obispo cordobés Carlos Ñañez a no poder dar misa– por respaldar públicamente el casamiento entre personas del mismo género. Y él también la apoya a ella, en su elección, su lucha y sus alegrías. Pero, más allá de las definiciones políticas, que abundan y que muestran que lo personal es político y que la fe es una decisión personal que no tiene una sola mirada política, los ojos de Nicolás –que no tienen, aunque se ponga celoso, el encanto del turquesa de Angela y su hijo– se ponen transparentes, se encienden con la emoción hecha agua como el río en que se mojan, descansan y saltan en las fotos Angela y su niño (y de la otra mamá, la pareja de ella), cuando se le habla de su sobrino.
Ahí se terminan las palabras. Y llegan, como la vida misma, las nuevas vidas mismas, que es la que impuso la modernización de normas arcaicas, su sobrino: con quien ve fútbol, se tira al piso, ama y vuelve a la niñez. La que compartió con Angela y sus nueve hermanos, hijos de una familia tradicional y religiosa de Córdoba y con unos padres muy creyentes –que aunque no compartan sus ideas– les enseñaron todo sobre el amor. “Ellos son católicos cristianos de corazón, prácticos, firmes, seguros. Sobre todo, porque más allá de no compartir todas mis posiciones, las respetan profundamente. El amor es más fuerte que las posiciones ideológicas o teóricas”, cuenta Nicolás. Y Angela se suma como en una ronda de tarde familiar. “Los domingos nos juntamos y charlamos, discutimos y está todo bien: hay mucho amor. Mis viejos son grandes y legendarios, son muy católicos y no les gusta esto, pero perdonan todo... yo les digo: ‘No tienen nada que perdonar porque acá no hay ni pecado ni culpa’ pero el amor que nos tienen puede más que todo”, se enorgullece.
Ese amor tan fuerte es el que siente Angela por su familia, la propia, la formada con su mujer y su hijo y la cofradía con sus hermanos/as es un eco que se replica, por ejemplo, en la admiración por su hermana mayor –Silvia– que es cantante de ópera, o la fraternidad con Filomena con la que se lleva meses y siente que las dos son –casi– una, además de bendecirla haciéndola tía, su hermano mayor Pepe y, aunque siga la lista, por supuesto, Nicolás. “La forma de vivir de Nicolás y su compromiso con los demás y, principalmente, con las minorías y los discriminados es tan trasparente y genuina que con él se puede hablar con mucha confianza”, relata.
“Mi convicción no tiene que ver con mi hermana o sobrino, incluso ni siquiera sólo con el colectivo homosexual, sino, más bien, con la búsqueda de una sociedad más justa, más abierta, más plural. Mis amistades homosexuales y, obvio, la cercanía de mi hermana, sólo me han confirmado en estas convicciones y en la ‘normalidad’ absoluta de aquellos que simplemente viven una orientación sexual, afectiva, erótica, diferente.”
–¿Por qué no dejó esas ideas en el fuero íntimo y se jugó a decirlas públicamente en contra de los postulados de la Iglesia que llegaron a hablar de guerra ante la sanción de esta norma?
–La jerarquía le tiene miedo a la diversidad, a la pluralidad, a la democratización de las ideas. Porque todavía creen que lo tienen encerrado a Dios en el Vaticano y sus documentos. Porque no saben abrirse al Dios presente en los que sufren, en las víctimas, en la historia. Pero esta ley –ya promulgada– repara una larga historia de discriminación y de injusticias para con el colectivo homosexual. Históricamente, incluso hoy, son tildados de enfermos, desordenados, pervertidos, viciosos, corruptores. Convivir con semejante estigma social, cargado de culpa moral-religiosa, ha sido fuente de dolor, sufrimiento y angustias tremendas. Y creo que la ley ayudará a revertir esta situación –tiene fe Nicolás.
La diversidad genera situaciones de dolor y discriminaciones, pero también alegrías y (cada vez más) uniones y (cada vez más) nuevas uniones. Angela cuenta su vida sobre las redes que la/las y los sostienen. “Me estoy haciendo la casa en El Talar de Mendiolaza a pura sangre. Y tengo un grupo de amigas tan maravilloso que se han convertido en tías y abuelas de mi hijo desde el corazón, me apoyan, me sostienen. Sin mentir somos una comunidad de mujeres trabajadoras, soñadoras y deseantes... pronto vendrán más niños a esta comunidad”, cuenta ella sobre un nuevo/nuevo modelo de familia. Ni siquiera se trata de una familia de una más una=dos, sino de toda una comunidad. Que, probablemente, se festeje con una boda. “Me quiero casar para darle seguridad a mi hijo e identidad de mamá a mi pareja con todos los derechos y obligaciones, pero para el amor no me hace falta, esto se construye diariamente sin papeles firmados y leyes”, asegura.
Su hermana podría casarse y ya Nicolás –que no acató la orden de no dar misa– también aclaró que podría si no casarla, bendecir esa unión. El explica su propio sí quiero: “Los que se casan son los contrayentes. El cura es sólo un testigo oficial, en este caso de la Iglesia, de que el matrimonio se realiza. Si mi hermana o cualquier persona me halaga pidiéndome que esté como testigo del amor que sienten y del compromiso que asumen estaría con todo gusto. No sería el ‘sacramento’ según los cánones, pero sería un sacramento según el amor, la vida y la libertad. Y si hay amor, Dios está presente”.
Nicolás no va a hacer caso a la sanción del Obispado, no por rebelde. Sino porque cree. Por su fe. “Jesús hizo de su vida una constante cercanía con los ‘estigmatizados’ de su tiempo: leprosos, ciegos, paralíticos, prostitutas, niños, viudas... Condenó con dureza a los que se creían puros y cerca de Dios: fariseos, sumos sacerdotes, levitas... Por eso, yo no dudo que, ahora, estaría acompañando a la comunidad homosexual.”
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