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Viernes, 8 de julio de 2011

TRABAJO

¿Quien ayuda a mamá?

Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo, más del diez por ciento de los niños y niñas del país realizan tareas domésticas intensivas. Pero de ese porcentaje, las niñas duplican a los niños, y las diferencias se agrandan cuando se releva a adolescentes. Un trabajo que se esconde detrás de la frase “ayudar a mamá”, otra trabajadora invisible, como dan cuenta las historias que siguen.

 Por Elisabet Contrera

Josefa cocina sin hacer ruido. En la otra habitación, duermen sus cinco hijos/as. Es sábado, “el único día que pueden dormir hasta tarde”, justifica. Para ella es un día especial porque puede cuidar y mimar a su familia. De lunes a viernes, sale a trabajar y la casa queda a cargo de los chicos/as. “Los más grandes se ocupan de los más chicos. Rocío lava la ropa, Constanza cocina”, enumera el reparto de tareas. “Me gustaría quedarme en casa y que ellos estudien, ocuparme de Ignacio, que me necesita, pero no puedo”, explica angustiada.

No tuvo opción. La muerte de su marido trastrocó sus vidas. Ella era la encargada de los niños y las tareas domésticas, pero todo cambió a partir de esa pérdida. Salió a trabajar y sus hijos/as más grandes pasaron a ser los responsables de la casa. Pagar a una niñera o un jardín maternal para garantizar el cuidado de los más chicos y que los mayores pudieran continuar con su ritmo de vida no entraba en el presupuesto de Josefa.

Josefa tiene 43 años. Vivió toda su vida en Ingeniero Budge, barrio periférico de Lomas de Zamora y proviene de una familia numerosa. Creció con nueve hermanos. “No tuve que cuidarlos, porque mi mamá siempre estaba, pero a los 16 salí a trabajar con cama adentro”, recuerda. Dos años después conoció a Omar, con quien tuvo su primer hijo, Emiliano (22). Luego, nacieron Rocío (19), Constanza (18), María (16), Ignacio (14) y Juan Cruz (13).

Cuando su marido murió, de cáncer, Emiliano cuidaba a los más chicos mientras su mamá preparaba rosquitas para vender. “Llegué a preparar 400 rosquitas en un día”, resalta la hazaña. Vendía todo entre los vecinos “con los tres más chicos colgados del cochecito”, recuerda entre risas, “pero no me alcanzaba para nada, así que tuve que buscar otro trabajo”.

Empezó cuidando a una mujer. “Cuando la conocí, hace 6 años, estaba totalmente inmovilizada por una mala praxis en la médula. Hoy, ya anda con un bastón. Al principio tenía que estar las 24 horas y me turnaba con otra señora. Ahora voy 4 horas al día y trabajo para otras casas”, cuenta. Delegó el cuidado de la casa en sus hijos. “El que más sintió todo fue Ignacio. Murió el padre, después murió mi mamá y yo salí a trabajar, lo dejé con Emiliano. Ahora está con psicóloga y psiquiatra. Tiene problemas de conducta, no quiere ir al colegio, pero me estoy ocupando”, explica.

Sus hijas más grandes pudieron finalizar la secundaria. “Rocío terminó con un promedio de 9,50 y Constanza, de 9,25. Ahora, las dos están en el profesorado de matemática”, señala. Con su sueldo y la Asignación Universal por Hijo que cobra por María y Juan Cruz, puede darles de comer a sus hijos, ayudar al más grande –que está sin trabajo– y ampliar la casa. “Antes no podía ahorrar, pero con la asignación junté 700 pesos y levanté esto (el comedor). Me falta terminar el techo, porque pasa mucho frío por las chapas, pero de a poco lo voy a hacer”, asegura.

La historia de Daniela Espíndola es similar en desamparo y soledad. Tiene 30 años, dos hijas (5 y 13 años) y está embarazada de seis meses. Tuvo que salir a trabajar para mantener a sus hijas, ya que los padres la abandonaron. “Nunca les reclamé plata. Me puedo arreglar sola. Tal vez está mal, pero soy así. Lo que sí me da bronca es que no las vean”, cuenta.

Tenía 17 años cuando tuvo a su primera hija, Bianca. Fue un embarazo no buscado y el papá, Ignacio, tenía sólo 15. “Convivimos por un tiempo y después me separé”, recuerda. Mamá adolescente y recién egresada de la secundaria, salió a buscar trabajo. “Empecé como cajera en un supermercado. Mi tía me cuidaba a la nena”, cuenta. Al mismo tiempo, se anotó en el magisterio. “Tuve que dejar porque Ignacio aparecía y me gritaba cosas, que era una puta, me hacía pasar vergüenza, lo escuchaban mis compañeras.”

Después conoció al papá de su segunda hija, Selena, de 5 años. Esa relación no prosperó y tuvo que volver a trabajar. “Hace cuatro meses que no ve a su hija”, dice. Viven del plan Trabajar y las asignaciones universales por hijo/a. “Cuando me enteré de que también había para las embarazadas me puse a llorar”, recuerda.

No le gusta dejar solas a sus hijas, pero sale temprano a trabajar y Bianca queda a cargo de la más pequeña. Se levanta sola para ir al colegio, despierta y prepara a su hermanita y luego parten juntas hacia el jardín y la escuela, a pocas cuadras de su casa, en el barrio Ingeniero Budge.

Según el último informe sobre trabajo infantil de la OIT, este trabajo, “el 6,1 por ciento de niños de entre 5 a 13 años efectuó tareas domésticas intensivas” (10 horas o más en la semana, impidiendo su desarrollo psicológico y social). En el caso de los jóvenes de entre 14 y 17 años, el 11,4 por ciento trabajó 15 horas o más semanales en las tareas del hogar. La encuesta revela diferencias por género a la hora del reparto de tareas: la proporción de niñas duplica a la de los niños (8,4 y 4,0, respectivamente) y el porcentaje de adolescentes varones (4,0) es “reducido en comparación con las pares mujeres que desarrollan esa actividad con intensidad (18,9)”.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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