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Viernes, 18 de enero de 2013

ESCENAS

Reina del lugar común

Un musical que invoca a geishas y porristas para dar cuenta
de lo femenino, lo masculino y lo diverso, según dice su creadora Reina Reech.

 Por Flor Monfort

Una seguidilla de coreografías e intervenciones de una de las bailarinas, la front woman del show, hacen de Las reinas del strip un espectáculo convencional. Son las preguntas lanzadas al aire del Maipo Kabaret lo que atraen a este suplemento a darse una vuelta y ver de qué se trata aquello con lo que su creadora Reina Reech “vende” su obra, la primera creada íntegramente por ella: “El erotismo y la diversión se dan la mano con la reflexión y el talento, para hacernos entender que si sabemos de qué se trata el sexo, sabremos de qué se trata la vida. ¿Masculino? ¿Femenino? ¿Hermafrodita? Descubrilo. No seas indiferente por lo diferente”.

Sobre la promesa de ver hombres y mujeres desnudos en escena, poco y nada ofrecen las reinas, integradas por nueve mujeres, una trans y un varón que coquetea con varias versiones de sí mismo: súper masculino y ultra delicado, como si la definición buscada en la consigna estuviera allí o en el gesto de mostrarse en smoking o portaligas. Los desnudos se limitan a dos cuadros, uno que protagonizan tres de las bellas bailarinas con sus pubis perfectamente depilados y otro que lleva adelante Sabrina Lis Gay, mostrando en un golpe de luz que se puede tener pito, tetas y aun así parecer femenina. ¡Oh! ¿Un engaño? ¿Interpelar al público a sentirse atraído por un hombre/mujer? Antes de poder pensarlo la luz está apagada de nuevo y todo vuelve a su lugar: las mujeres, bien mujeres, los hombres, bien deseantes.

Entre cuadro y cuadro se invita al público a pasear por la mitología, pero también es una falsa promesa, porque ni el cuadro de las “mujeres fálicas” ni el de “las porristas” tienen su correlato en el conjunto de mitos y leyendas de ninguna cultura conocida. Mucho menos la mujer que representa “la adicta a las compras”, que cambia sexo por bolsas de Chanel. El enganche entre estos arquetipos de mujeres es también curioso: de las que revolean unos bastones en señal de independencia y liberación (con parlamentos como “ellos ahora cambian los pañales y nosotras salimos a trabajar”) a la vereda opuesta, las que según Reech son la otra cara de la moneda de las autosuficientes: las que les gusta gustar y depender de ellos. Porque excepto por el número “hermafrodita”, todo el espectáculo es heterosexual. Y tanto se trata de seguir esa heteronormatividad al pie de la letra que la pregunta al público es “¿Qué es un hombre?”. Interesante momento donde los dos entrevistados se quedaron mudos y el interrogante flotó en el aire hasta la próxima pregunta “¿Alguna vez te enfiestaste?”. A las mujeres presentes en la sala nadie les preguntó nada, para qué si ellas estaban absortas por los pechos como rocas. La intención de instalar lo diverso no está, seguramente, en los cuerpos de las artistas en escena. “Las bailarinas tienen buenos cuerpos”, dirá Reina si alguien la cuestiona, pero esta cronista no duda en que para dar cuenta de la variedad, y mucho más, para “entender de qué se trata la vida”, difícil es sentarse frente a un grupo de sílfides erectas, más bien por eso mujeres fálicas y no por querer salir a conquistar el mercado laboral, como dicen al ritmo de la música y revoleando portafolios.

Las reinas del strip son perfectas como pocas: “reinan” desde altares en plumas y con brillos, nada más alejado de alguien de carne y hueso, lo cual es triste no sólo para las mujeres sino para esos hombres que, desde la platea, no pueden responder a la pregunta sobre quiénes son frente a ellas. Un mundo de fantasía y glamour dice Reech desde el programa del espectáculo, lo cual supone que nada de esto tiene que responder a las preguntas que los humanos nos hacemos sobre el amor, el encuentro, los roles, los géneros y toda esa construcción social que hace de este mundo el que tenemos. Pero Reech insiste con no ser indiferente con lo diferente y no hay nada diferente en este escenario que en la pista de Tinelli, el noticiero o el piropo de la esquina, por más talento y gracia que se invoque.

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